Fundación ICO
Publicado en El Cultural

Sentidos territoriales

Hace unas semanas, Sérgio Mah declaraba en El Cultural que esta exposición “insignia” de PHotoEspaña en la Fundación ICO no es exactamente una muestra “programática”, con la pretensión de ilustrar el tema del festival, Lugar. Es sólo una de las muchas posibles aproximaciones al mismo pero, aunque no carece de alguna fisura, es una propuesta muy notable que cumple con la función de hacer reflexionar al espectador sobre las implicaciones sociopolíticas y visuales de esta amplia área iconográfica. No todos los artistas (once) escogidos destacan por su actitud de compromiso, ni todos los trabajos cumplen la condición de ser descripciones gráficas de la superficie terrestre ―así entendemos el término “topografía”―, pero el conjunto supera las expectativas por la calidad artística de los proyectos, por el interés de las situaciones que reflejan y por el desahogo con el que se muestran las obras de cada uno de los participantes que se agrupan en ―se podría decir― pequeñas exposiciones individuales.

Lugar, paisaje, cartografía, fotografía topográfica, información y documentación son conceptos que se entremezclan en obras que comparten, según el comisario, la “contención psicológica y estética”: partiendo de la fotografía documental, renuncian a lo autobiográfico y se caracterizan por la “discreción estilística” con el objetivo de hacer visibles, en la aparente neutralidad del territorio, las narrativas y los significados que se esconden en él. Frente a otros fotógrafos, en la estela de la objetividad alemana, que depositan sobre los valores gráficos de la imagen todo el peso de la representación, en éstos la palabra juega un papel crucial. Es muy importante leer las cartelas, en las que se detallan los procedimientos y los objetivos de los artistas, para comprender cada uno de los proyectos. No es realmente necesario en el caso del belga Geert Goiris que, aun ajustándose al argumento de la exposición, no parece estar guiado por la mirada inquisitiva y crítica que se pretende y produce imágenes inconexas sin mayor sustrato significativo. Tampoco son convincentes la reinterpretación que hace el portugués Pedro Barateiro de la psicogeografía de los situacionistas y el fácil catálogo apropiado de fotos cenitales de casas del alemán Peter Piller; respecto a la obra de la también alemana Beate Gütschov, habría sido más elocuente su serie anterior de falsos paisajes arcádicos que ésta, con mayor protagonismo de las falsas arquitecturas individuales que de la topografía urbana. Es, por el contrario extraordinario el proyecto del británico Simon Starling que, como de costumbre, investiga sobre el origen y las transformaciones de los materiales artísticos en obras que dilatan hasta límites inesperados su sentido; aquí vemos una imagen repetida de la mina sudafricana en la que se tuvo que procesar una tonelada de mineral para extraer los treinta gramos de platino necesarios para positivar las fotografías que la muestran. También es apasionante la serie de la estadounidense Taryn Simon, Índice americano de lo oculto y lo inesperado, sobre lugares protegidos o prohibidos. La guerra de Irak es contemplada desde dos perspectivas muy diferentes pero igualmente lateralizadas y expresivas por dos de los artistas participantes: la vietnamita An-My Lê, que documenta las maniobras de los soldados estadounidenses en 29 Palms, California, y el portugués Augusto Alves de Silva, que capta desde la distancia la llegada de los aviones que transportaron a Bush, Blair y Aznar a Las Azores. En estas series, y en la sucesión de planos fijos filmados por Patricia Dauder en Mali, llama la atención la impasibilidad del paisaje ante los movimientos de los hombres. Por el contrario, el italiano Walter Niedermayr busca los signos de su acción en las laderas de los Alpes, y el danés Joachim Koester sigue los pasos de Jonathan Harker, protagonista del Drácula de Bram Stoker en Transilvania, y visita el rancho de Charles Manson. No hay, claro, huellas de ellos. Finalmente, en estos excelentes proyectos fotográficos, se quiere dilucidar hasta qué punto guarda el territorio, a medio y a largo plazo, memoria de los acontecimientos humanos. Explorar vías de relación entre texto ―o narración― e imagen y, al tiempo, sondear la capacidad comunicativa de esta última. Y sus límites.