Acopio de ausencias
Galería Elba Benítez, Madrid
Publicado en El Cultural

Huis clos (A puerta cerrada) toma su título de una obra Sartre cuya trama tiene muy poco que ver con esta exposición atípica y valiente para una galería comercial. El espacio estará casi vacío durante más de tres meses, con una sola obra a la venta: una chincheta de cerámica blanca. Es un interesante ejercicio de depuración; no tanto una negación del objeto como una problematización del proceso que conduce a la exposición. Son todas sutiles obras de raíz conceptual, y el conjunto da pie a reflexiones variadas. Magali Arriola, conservadora jefe del Museo Rufino Tamayo, es la comisaria de la muestra, que ya presentó casi idéntica en abril de 2008 en la galería mexicana Proyectos Monclova. La repetición de una muestra en una galería, como si se tratase de una itinerancia institucional, da ya que pensar.
También el lapso temporal, más de dos años, transcurrido entre una y otra “edición” de la exposición, en el que las obras han sido “inexistentes” para volver a la vida ahora. De otra parte, llaman la atención los pequeños cambios introducidos: varían, claro, las dimensiones y disposición de las paredes pintadas en nombre de Peter Nadin, así como su título, que fue en México Nueve días y es aquí En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ignoro si a Nadin, agitador neoyorquino entre los 70 y los 80, le ha dado por la religión o si la obra ha ido ganando en “transcendencia” con el tiempo. En 1978, él y Chris D’Arcangelo se ganaban la vida como pintores de brocha gorda y pedían a las galerías que blanqueaban que reconocieran ese trabajo como obra de arte, abierta al público entre exposición y exposición. Cuando Arriola pide permiso a Nadin para reproducir aquellas acciones no puede hacerlo ya más que como homenaje; el artista no ha pintado esta vez las galerías, pero ha “firmado” las intervenciones. Hay también una variación en la obra de Roman Ondák. La original se mostró por primera vez en 2005 en la galería Martin Janda de Viena. Entonces, y en México, era una placa de plástico con las palabras “fecha de entrega aplazada hasta mañana”, suspendida por un cordón que cerraba una habitación vacía. En Elba Benítez se ha sustituido por un post-it pegado en una pared con esas mismas palabras, como si fuera una indicación de montaje. Esta idea de montaje es, combinada con la de ausencia, clave: la renovación previa de la pintura, la chincheta -edición de Mungo Thomson- dispuesta para colgar supuestamente alguna obra, el post-it que sugiere una próxima llegada de obras y la fantasmal aportación de Mario García Torres: una pieza que falta y que sólo existe como enunciación en la lista de obras y la hoja de prensa.
El espectador debe procesar los indicios que se le ofrecen, preocuparse por conocer más de estos cuatro buenos artistas aquí casi invisibles y valorar hasta qué punto logran “activar” el espacio. A mí me da algo de frío el hecho de que todas las obras tengan ya algunos años y que ellos no hayan, por tanto, trabajado sobre el lugar.

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