Cuando en julio de 1999 Paula Achiaga describía en El Cultural el lugar en el que nacía el proyecto de arte y naturaleza Isla de las Esculturas se refería a él como una “isla semisalvaje”, una “xunqueira natural”. Y aclaraba: “No es un museo al aire libre, ni un parque de esculturas, son obras asimiladas al entorno, obras para paseantes”. Esta isla fluvial, la Illa do Cobo, nunca fue un jardín, aunque se acondicionara en parte para su tránsito y disfrute, sino un paisaje. Todos los artistas participantes, seleccionados por los comisarios Antón Castro y Rosa Olivares, concibieron sus intervenciones escultóricas –todas utilizando la piedra como material- para una ubicación muy concreta y en diálogo con ese paisaje, que ofrecía espacios diferenciados: junquera, río, bosque de ribera y bosque de eucaliptos. Se hizo todo en seis meses, para que se integrara en el programa cultural Xacobeo 99, y con 600.000 euros, gracias a que se pidió a los artistas que delegaran la ejecución de las obras a la Escuela de Canteiros de Poio, lo que permitió a la ciudad de Pontevedra reunir, con un presupuesto relativamente modesto, una importante colección de obras de arte para el espacio público. Todos los participantes extranjeros fueron figuras indiscutibles, de primera talla: Robert Morris, Richard Long, Ulrich Röckriem, Ian Hamilton Finlay, José Pedro Croft, Giovanni Anselmo, Anne y Patrick Poirier, Jenny Holzer y Dan Graham, y se contó también con relevantes escultores gallegos: Francisco Leiro, Fernando Casás y Enrique Velasco.
Doce años después, la visita a la isla provoca una profunda desolación. Hace ya tiempo que las esculturas muestran un estado de degradación intolerable. El Ayuntamiento de Pontevedra dejó pronto, con el primer cambio político, de cuidar ese importantísimo patrimonio artístico. Pintadas, mutilaciones, robos, suciedad y maleza han deteriorado las piezas y su entorno inmediato. El acceso a algunas de ellas es casi impracticable y, en algún caso, como en el interior del laberinto de Morris, el visitante corre hasta riesgo sanitario. Por fortuna, la piedra es a corto plazo fácil de limpiar y restaurar, y se podría recuperar el antiguo esplendor de las piezas y adecentar el conjunto de la isla. Algo se ha comenzado a hacer: la batea de Leiro, que llevaba en tierra desde 2008, se ha reflotado, y se han limpiado algunas pintadas. Pero el Ayuntamiento ha decidido transformar la isla en un parque recreacional y se ha cargado el paisaje que daba sentido a las esculturas. Se han talado gigantescos árboles para sustituirlos por praderas; se ha eliminado el bosque de ribera para hacer playas; se ha cortado la junquera quien sabe para qué. No sólo no se ha entendido que esas intervenciones artísticas constituyen una riqueza patrimonial que los responsables políticos tienen la obligación ineludible de conservar sino que, con este proyecto de transformación de la isla, se atenta gravemente contra la integridad de las obras y contra los derechos morales de los artistas.)
El equipo de gobierno municipal, del Bloque Nacionalista Galego, ha infringido además, en opinión del Colexio de Arquitectos de Galicia, la normativa en la adjudicación de contratos -pues se ha licitado conjuntamente el proyecto y la ejecución de las obras- y se ha interpuesto por ello un recurso ante el Juzgado Contencioso- Administrativo nº2 de Pontevedra, que lo ha desestimado. Frente a los 600.000 euros que costó el proyecto artístico, la reforma actual le aportará a la empresa Elsamex más de 1,5 millones. Casi el triple. Esta empresa ha sido la encargada, desde 2006, de la conservación y el mantenimiento de los jardines y parques municipales, incluida la isla. Su abandono no dice mucho en favor de la eficacia del servicio.
Se recuperarán las esculturas, sí, aunque tendrán un entorno muy diferente. Ya poco puede hacer Antón Castro, que lleva años clamando y prepara una demanda al Ayuntamiento por fraude en la desviación de una subvención de 100.000 euros que el Ministerio de Cultura concedió para el proyecto Isla de las Esculturas. Y si no se contratan vigilantes volverán a destrozarlas. El vandalismo contra el patrimonio común debería ser una vergüenza nacional.
Artículo de Paula Achiaga en El Cultural