El próximo sábado se celebra el Día Internacional de los Museos. Su tema, este año, se presenta como una fórmula matemática: Museos (memoria + creatividad= progreso social). Quizá, más que una suma, había que haber elegido otra operación: una ecuación en la que hubiera que despejar más de una incógnita. Las formas de relación con la sociedad son sin duda una cuestión muy relevante pero hoy, en España, nos interesa cuando menos en la misma medida la de la financiación. A la luz de algunas noticias publicadas en los últimos días, cabe preguntarse: ¿está todo inventado en este campo? Podríamos pensar que sí pero veamos que hay novedades.

Planteemos en primer lugar en modelo bien asentado en otros países pero poco frecuentado en el nuestro: el de un coleccionista particular que decide crear un museo. Sí, claro que tenemos museos privados en España, aunque no muchos, pero es habitual que se decida ponerlos en marcha solo si hay un respaldo económico público asegurado. Terrenos, construcción y mantenimiento del edificio, equipo humano, presupuesto para exposiciones y actividades… el coleccionista pone a menudo nada más que las obras. La semana pasada, el magnate canadiense Michael Audain anunció su proyecto para construir, a sus expensas, un museo en la pequeña población de Whistler –125 al norte de Vancouver y famosa por su estación olímpica de esquí- que alojará las obras que ha reunido a lo largo de décadas. Audain es todo un mecenas de las artes; se calcula que su fundación ha donado a diferentes instituciones artísticas canadienses unos 30 millones de euros, incluyendo más de 7 millones a la Vancouver Art Gallery y cerca de 4 millones que ha comprometido para la construcción del nuevo campus de la Emily Carr University, una prestigiosa escuela de arte. El municipio de Whistler le cede durante 199 años a la fundación el terreno junto al bosque, en el que, por cierto, se talará solo un árbol; del resto se ocupa Audain. Para empezar, invertirá 23 millones de euros en la construcción de un amplio pero discreto edificio diseñado por Patkau Architects en el que instalará una buena parte de su fantástica colección, centrada en arte indígena y arte contemporáneo de la costa oeste canadiense. Frente a operaciones comparables en España, encontramos aquí otras diferencias que van más allá de la financiación: la publicación por parte del Ayuntamiento del “Memorandum of Understanding”, o documento con los términos del acuerdo, y la consulta a representantes de la comunidad sobre la idoneidad del proyecto, que tuvo una muy buena acogida. Más: no es un museo que vaya a dar problemas al municipio o a la familia, porque se ha creado un endowment o fondo para el mantenimiento económico del museo a largo plazo. Whistler, en compensación, eximirá de impuestos al museo durante su construcción y durante los primeros diez años de funcionamiento. Es otro mundo.

Esto es lo que hay que hacer cuando el fundador tiene mucho dinero.  Cuando tiene menos y quiere poner sus obras a disposición del público de manera permanente puede elegir “asociarse” con un museo, donando su colección, o probar nuevos modelos. Es lo que pretende hacer el coleccionista iraní Ramin Salsali, que está promoviendo la fundación del primer museo de arte contemporáneo en Dubai y busca socios. Su lema es “para el pueblo y por el pueblo”, y se pretende que sea el primer “museo democrático”. No se si lo conseguirá pero la fórmula, desde luego, es inédita: ¡vende acciones! Podrán adquirirlas, en lotes de un máximo de diez, todos los residentes en los Emiratos Árabes y se podrán intercambiar, pero no vender. Su aportación personal va por delante: donará una parte de su colección a este DMoCA (Dubai Museum of Contemporary Art), que se construirá según el diseño de la arquitecta Alia Dawood. Según se consiga el dinero se completarán las fases de construcción: primero el museo y una biblioteca, y después un ¡hotel!, restaurantes y residencias de artistas. El empeño es sorprendente en Salsali, dado que hace muy poco, en 2011, abrió un museo particular también en Dubai con obras suyas y de otros coleccionistas, el Salsali Private Museum. ¿Con qué fondos contará el nuevo? La respuesta queda en el aire, ya que Salsali cuenta con que los coleccionistas particulares con los que está en contacto depositen allí sus tesoros. No sabemos el precio de las acciones pero me da que no será un museo precisamente “popular” sino de los millonarios árabes. Salsali está muy bien relacionado: hizo dinero con sus servicios a la industria petroquímica y en el negocio inmobiliario, y se le considera el asesor artístico extraoficial de los Emiratos Árabes Unidos.

Como decía, un coleccionista puede asociarse con un museo… o con otro coleccionista. Lo han hecho Cindy y Howard Rachofsky y Amy y Vernon Faulconer, dos parejas de coleccionistas que han fundado Warehouse, en Dallas. En realidad no podemos calificarlo como museo abierto al público, porque se visita solo mediante cita previa, pero tiene un programa didáctico y tal vez pueda hacerse más accesible en el futuro. No parece mala idea esta de unir voluntades particulares, aunque será preceptivo dejar bien atadas las obligaciones mutuas. La primera exposición, sobre el arte japonés de los 50, 60 y 70, incluye obras que los Rachofsky –atención- han comprado a medias con el Dallas Museum of Art, al que donarán en un futuro su colección. También han comprado obras a escote con los Faulconer, y con otra pareja de coleccionistas que igualmente legarán su colección al mismo museo. Este también es otro mundo.

El cuarto caso que les traigo es muy diferente. No se trata, para empezar, de un museo de arte. El dibujante de comics Matthew Inman –The Oatmeal- lanzó en una web de crowdfunding una campaña para que la organización sin ánimo de lucro 501(c) pudiera comprar el laboratorio del genial inventor Nikola Tesla. Gracias a la popularidad del promotor –que apoyó su petición con un comic online- y a la admiración universal por el protagonista de la historia, pionero de la electricidad, el electromagnetismo y la comunicación inalámbrica, se consiguieron ¡1.370.000 dólares! El laboratorio está en Shoreham, en el Estado de Nueva York, cuyo gobierno aporta la mitad del dinero necesario para comprar la propiedad. El procedimiento, que en otros tiempos se llamaba “suscripción pública”, ha servido en muchas ocasiones para adquirir obras de arte con destino a un museo, para erigir monumentos… pero no tenía noticia de que se hubiera utilizado para crear un museo. Que de eso se trata: convertir el laboratorio en Museo Tesla. Ojalá lo logren.