Publicado en El Cultural
Inaugura brillantemente la Fundación Mapfre su programa de exposiciones en la sala de Azca, que, con el traslado de las muestras “mayores” a la nueva sede en el Paseo de Recoletos, queda dedicada a la fotografía. Una decisión muy acertada, dada la carencia de espacios estables para este medio artístico en Madrid. La actividad expositiva es paralela a la formación de una colección cuyos primeros resultados se mostraron en la muestra precedente, con el título excesivo de “Coleccionar el mundo”. Toda una declaración de intenciones, que marcaba una postura definida en relación a la interpretación de la historia de la fotografía.
El referente es el canon estadounidense establecido en el departamento de fotografía del MoMA por el todopoderoso John Szarkowski, su director entre 1962 y 1991. Mapfre ha declarado que se dedicará a los “fotógrafos puros”, que evitan el mestizaje de medios e ignoran los enfoques más experimentales. Es un criterio que no está de acuerdo con la concepción mucho más abierta y libre que predomina hoy, pero si nos va a permitir ver exposiciones como ésta, bienvenida sea.
En la presentación de la colección se incluían las dos únicas fotografías de Walker Evans (San Luis, Missouri, 1903 – que había podido adquirir la Fundación. Ahora se compensa esa escasez con un amplio recorrido por su trabajo, realizado por alguien que conoce muy bien la obra del fotógrafo, Jeff L.. Rosenheim, que es conservador del departamento de fotografía del Metropolitan Museum of Art —donde ha catalogado las fotografías, documentos y negativos del Walker Evans Archive— y editor de Unclassified: A Walker Evans Anthology y Walker Evans: Polaroids. Él mismo organizó, junto a Vicente Todolí, la única retrospectiva en España del fotógrafo, en la Sala Parpalló en 1983. Impresiona la cantidad de copias de época reunidas, lo que no es mérito del comisario sino del único coleccionista que las ha prestado y que prefiere no dar su nombre. Son todas de gran calidad, con el interés añadido de que los positivados hechos por Evans presentan modificaciones elocuentes respecto a los negativos. El fuerte de esta colección son las muchas obras de los años 1935 y 1936, con las fotos del Sur de los Estados Unidos. En este último año hizo su serie más conocida, la que “documentaba” la vida de tres familias de granjeros de Alabama y que ilustraba el libro de James Agee, Let Us Now Praise Famous Men. Son iconos de la época de la Depresión, y no se centran en el trabajo en el campo sino que retratan a los granjeros con una contundencia tremenda, y muestran sus pobres viviendas con un sentido estético paradójico. Tendemos a identificar a Evans con este tipo de obra, vinculada al New Deal de Roosevelt y, a pesar del artista, con una lectura política muy evidente. Se pueden relacionar con éstas las imágenes sureñas centradas en barberías y comercios populares, e incluso con las mansiones de las plantaciones, vacías o tomadas por la vegetación, que justifican la interpretación de Evans como fotógrafo que “ve el presente como si fuera ya el pasado”. Imágenes, de nuevo, canónicas de la construcción visual de “lo estadounidense”.
Pero sus aportaciones son más. En la década que precede a ese momento, fue forjando un estilo personal que partió de una observación de la arquitectura neoyorquina impregnada de intenciones formalistas. Buscaba en orden en el desorden y, con características típicas de la “mirada moderna”, subrayaba los aspectos “estructurales” de la realidad, particularmente en las líneas de ángulos arquitectónicos, puentes y construcciones de hierro, con sombras acentuadas y frecuentes vistas cenitales. Pronto descubrió la expresividad del ciudadano anónimo y comenzó a sorprender a los viandantes. Un espionaje que llevaría al máximo al fotografiar inadvertidamente a los pasajeros del metro. Pero quizá las dos constantes que más creativas nos parecen hoy en su trabajo son, de un lado, el aprovechamiento de los grafismos, sobre todo los letreros publicitarios de todo tipo, llevado al grado máximo en sus últimas polaroids en color, fantásticas, y el uso de la secuencia de imágenes como forma de narración visual, que se da, por ejemplo, en el citado libro de Agee.