Publicado en El Cultural
“Espacios ocultos” consitituye un giro en la trayectoria de José Manuel Ballester (Madrid, 1960) en cuanto adopta una temática nueva, la reproducción de pinturas del renacimiento y el barroco, y en cuanto destapa la manipulación de las imágenes en la que se había iniciado en las “correcciones” de sus fotografías de arquitecturas. Pero hay tantos puntos de contacto con sus trabajos anteriores que debemos hablar, más que de giro, de expansión iconográfica y técnica. Hay que saber que Ballester hizo su tesina en Bellas Artes sobre la “Reconstrucción del proceso técnico de las escuelas italiana y flamenca”. Asumimos entonces que conoce al detalle los cuadros de los que se ha apropiado, pertenecientes a esas escuelas: Fra Angelico, Botticelli, Claudio de Lorena; El Bosco, Patinir, Brueghel… y una deriva a la pintura holandesa con Vermeer. Por otro lado, la estrategia facilona ―aunque laboriosa― de borrar las figuras de los cuadros se vincula a la exclusión de las mismas en casi toda la obra del artista que, en pinturas y en fotografías, ha preferido siempre los espacios vacíos. Tampoco es rara la abundancia de escenarios naturales en esta serie, pues en los 80 Ballester pintaba paisajes de tradición romántica que contrastan con la inexpresividad y el minimalismo de sus producciones posteriores. Todas los cuadros escogidos, en fin, son paradigmáticos de diferentes construcciones perspectívicas, una cuestión muy presente en sus “vistas” interiores y urbanas.
Una remarcable coherencia. Pero esta serie suscita otras reflexiones. De forma inmediata y evidente, la pérdida de aura de las obras reproducidas. La calidad táctil, la huella de la mano del artista, es anulada en la impresión sobre lienzo o metacrilato. Toda la emoción desaparece en esa traslación, y todo el sentido de la obra se esfuma al borrar los personajes que teatralizan la “historia”. Lo que queda es el “fondo”, con la misma relevancia artística que la “figura” y casi siempre con la doble función de crear un anclaje espacial creíble y de complementar la narración o el simbolismo de la obra. Ballester ha utilizado las radiografías de los cuadros, en las que podrían verse las líneas tapadas por los personajes ―en los casos en que las hubiera, pues el fondo puede pintarse antes o a la vez― pero los añadidos son en su mayor parte inventados; la reconstrucción digital de algo que no existía o no se veía, “pintada” por una mano ajena que pretende asimilarse a la del maestro. Y el resultado es muy verosímil. Un trabajo bien hecho, sin duda. Pero ¿con qué fin? Las copias a tamaño real hacen recordar las reproducciones de obras del Museo del Prado que las Misiones Pedagógicas hicieron circular por los pueblos de España. El Prado está ciertamente interesado en las operaciones de Ballester sobre algunas de sus pinturas ―trabaja ya en otras de Goya, Velázquez, Tiziano…―, con ánimo que supongo más cercano al marketing que a la investigación sobre la colección pero en cualquier caso válido como maniobra de aproximación entre los artistas de ayer y de hoy. Y no es la primera vez que Ballester se adentra en los museos, pues ha hecho series fotográficas sobre el Thyssen, el MNCARS, el IVAM o el propio Prado, centrándose en sus espacios (vacíos) y poniéndose al servicio de ellos al promocionar sus renovaciones o ampliaciones con el aval de la fotografía artística. Lo que no significa que el artista no ame el arte que contienen y quiera profundizar en su conocimiento.