John Richardson
Picasso. Una biografía. Vol. I, 1881-1906
(A life of Picasso. Volume I: 1881-1906. Nueva York, 1991)
Alianza Editorial, Madrid, 1995

En la rueda de prensa en la que se presentó la traducción española (por cierto, muy buena) de esta biografía de Picasso, su autor, John Richardson, afirmó que se había sentido, mientras trabajaba en ella, como quien da cuenta de la vida de un desconocido. Es evidente que exageraba. Se han escrito sobre Pablo Ruiz Picasso infinidad de páginas que, en conjunto, ofrecen detalladísima información sobre cada momento de su vida, sobre cada etapa de su obra. El gran mérito de Richardson ha sido el de revisar todo ese corpus bibliográfico previo, verificando, siempre que ha sido posible, cada uno de los datos a través de una concienzuda investigación en archivos y hemerotecas y con la ayuda de los testimonios personales que ha ido recogiendo a lo largo de los treinta años que lleva preparando esta obra. Así, aporta declaraciones inéditas de, entre otros, Jacqueline Picasso, Françoise Gilot, Javier Vilató y los primos del artista Manuel Blasco y Ricardo Huelin. Se le puede reprochar, no obstante, que ha sido más crítico con algunas fuentes que con otras y que en algunos casos no cita las nuevas pruebas o los nuevos testimonios que le han llevado a desmentir afirmaciones anteriores.
Para llevar a buen término semejante tarea, Richardson partía de una posición privilegiada. Él mismo cuenta, en el prólogo del libro, cómo conoció a Picasso en 1953, cuando vivía en Provenza, en un château que compartía con Douglas Cooper, y cómo, durante los diez años siguientes, tuvieron un trato más o menos frecuente. Las conversaciones mantenidas con él y, tras su muerte, con Jacqueline Picasso, así como el libre acceso a los documentos personales que ésta atesoraba, habrían constituido la base de la aportación de Richardson a la literatura picassiana. La mayor parte de la investigación propiamente dicha, la verificación de las fuentes y el aparato de notas se deben, sin embargo, a Marilyn McCully, una historiadora de seriedad demostrada en los múltiples trabajos que ha dedicado a Picasso, centrados precisamente en sus primeros años en Barcelona y París.
El resultado de los esfuerzos aunados de estos dos reconocidos especialistas es una biografía completísima, en la que se siguen, de forma detectivesca, las huellas del joven Picasso desde su mismo nacimiento, en 1881, hasta el momento en que se dispone a pintar Las señoritas de Aviñón, a principios de 1907. En los capítulos dedicados a Málaga y La Coruña llega Richardson a abrumarnos con información que, aunque se lee con gusto, como todo el libro, aporta poco al conocimiento de la obra del artista, que no era entonces más que un niño. La narración gana interés cuando llega a Barcelona y a París, con la presentación de sus respectivos ambientes artísticos, y cuando da cuenta de las estancias de Picasso en Horta de Ebro, Holanda y Gósol, tan importantes en su evolución estilística.
Se trata, sin duda, de una época fascinante, fundamental en la gestación del arte contemporáneo, evocada por Richardson eficazmente, siempre con los ojos puestos en uno de sus protagonistas más destacados, el propio Picasso. Se ha dicho que esta es la “biografía definitiva” del artista y tal vez sea cierto, en el sentido de que poco se puede añadir a lo dicho por su autor en cuanto a los movimientos del artista, lo cual la convierte en libro de consulta obligada para cualquier estudioso o aficionado. No es, sin embargo, un trabajo sin defectos, que radican en los mismos planteamientos a partir de los cuales se desarrolla. Richardson concibe su biografía como una demostración de la estrechísima relación existente entre las peripecias vitales y la obra de Picasso, con especial atención a las mujeres que pasaron por su vida, cada una de las cuales desencadenaba inmediatamente, según el autor, una serie de cambios que afectaban a los amigos y los poetas que frecuentaba y, por supuesto, a la obra del artista. Siguiendo la estela de trabajos como el de Lydia Gasman (Mustery, Magic and Love in Picasso and the Surrealist Poets), con la que reconoce su deuda en el prólogo, pretende penetrar, con criterios psicoanalíticos, en la mente de Picasso y lanza hipótesis sumamente arriesgadas sobre sus sentimientos más privados, queriendo ver claros reflejos de ellos en su producción artística. La insistencia de Richardson en la “ineptitud” del padre, hacia el que experimenta “impulsos parricidas”, la traumática muerte de la hermana, el “falocentrismo andaluz” de Picasso, su exagerada precocidad sexual y artística o la actitud de despreciable dependencia que atribuye a casi todos los que se acercaron a él (como ocurre en los patéticos retratos que hace de Casagemas, Sabartés o Max Jacob), así como el relato pormenorizado de cada asunto de alcoba, empañan el brillo de una obra verdaderamente valiosa.
Richardon, que critica en otros biógrafos de Picasso una visión excesivamente halagadora, tropieza en la misma piedra. Mientras se refiere en varias ocasiones al artista como genio divino, resta importancia casi sistemáticamente todas las influencias por él recibidas (aunque las reconoce), especialmente en lo que toca a la cultura española, tratada con tintes algo folklóricos. Por poner un ejemplo, llega a decir de las estatuillas ibéricas que “tienen un mínimo interés estético” y que “carecen del fuego sagrado”. La vanguardia catalana, en la que militaron pintores tan respetables como Casas, Rusiñol y Mir y de la que es hijo Picasso, se queda en un episodio provinciano sin mayor trascendencia para la historia del arte. Y si bien Miguel de Unamuno, colaborador de Arte Joven, no tuvo, ni de lejos, sobre Picasso la influencia que más tarde ejercería la “genial” Gertrude Stein, tal vez habría podido merecer una pequeña parte de las muchas páginas que dedica a la escritora y coleccionista estadounidense.

(Publicado en Arte y Parte nº1, Madrid, febrero-marzo 1996)