Es una artista equilibrada: buen contenido y buena forma. La obra de la joven Ximena Garrido-Lecca (Lima, 1980) está ganando atención en el panorama latinoamericano, como demuestra su actual participación en la Bienal do Mercosul (clausurada la semana pasada), el Encuentro Internacional de Arte de Medellín y la muestra United States of Latin America, en el Museum of Contemporary Art de Detroit. Vive parte del año en Londres y su obra es representada por una de las galerías más interesantes en el creciente mercado peruano, 80m2 Livia Benavides. Y suma avales: así, fue seleccionada para Frieze Projects (2011) y el Future Generation Art Prize (2014).
Frente al de otros jóvenes que compiten por esos trampolines, su trabajo no decepciona, a pesar de que la exposición en Casado Santapau tiene unas dimensiones “domésticas” que no son las que más convienen a su talento plástico y espacial. A menudo los artistas han de adaptar sus proyectos para exponerlos en galerías más o menos pequeñas o stands de ferias, e incluso para dirigirlos a un coleccionismo de nivel medio con límites en su capacidad adquisitiva y de almacenamiento. Y a algunos les funciona -en cuanto a la envergadura artística de las piezas “reducidas”- mejor que a otros. Garrido-Lecca no sale mal parada de esta adaptación y consigue mantener la tensión en su reflexión crítica sobre la extinción progresiva de formas de vida agrarias y artesanales, vinculadas a creencias ancestrales y a una experiencia integral del medio natural, por efecto del avance de la economía de las multinacionales y el expolio autorizado de materias primas.
En Toma de tierra invoca al dios del rayo, Illapa, que en la mitología inca provocaba la lluvia golpeando una vasija de la que caía el agua sobre la tierra, deificada como Pachamama. Con materiales cuyos valores escultóricos y alegóricos la artista ha explotado antes establece un paralelismo entre las energías cósmicas y la industria energética actual, representada en forma de circuitos eléctricos grabados sobre el barro y a través del conductor universal, el hilo de cobre. La minería extensiva que lo produce, como ha observado en Cerro de Pasco, donde se ubica la mina a tajo abierto más alta del mundo, tiene un gravísimo impacto medioambiental y social. Pero el cobre es utilizado por ella para formar alfombras que trasladan a un contexto suntuario y simbólico -el del culto a los dioses pero también el de la galería de arte- la tradición artesanal. En los patrones geométricos, ornamentación y sacralidad se entretejen.
El lenguaje arquitectónico tiene mucho peso en sus obras, tanto por el uso de ladrillos de adobe como por la adopción de configuraciones típicas de la construcción, y aquí vuelve a aparecer en una muy lograda instalación escultórica de pared, Morfologías de contención, que utiliza estos ladrillos de adobe y piezas de anclaje industriales (fragilidad y firmeza), formando una línea que podría constituir una caligrafía cifrada. Esta alusión a la escritura, el código y el mapa, que insinúa la circulación de mensajes entre el pasado y el futuro, está también en las piezas de barro que evocan la musealización de fragmentos y ruinas arquitectónicas, con sus circuitos dibujados en el barro.
A pesar de sus aciertos, el conjunto es humilde si se compara, en particular, con la magnífica instalación que la artista presentó en primavera en Livia Benavides,Arquitectura de humo, donde el “circuito energético” adoptaba la forma de una fábrica de ladrillos. La chimenea del horno en el que se iban fabricando recorría los espacios expositivos, progresivamente intervenidos arquitectónicamente con los ladrillos producidos cada día. Las ideas exigen a menudo una escala.