Estarán leyendo ustedes noticias, en estos días, sobre la investigación del House Committee on Oversight and Accountability (HCOA en adelante), en el Congreso de los Estados Unidos, acerca de la implicación de Joe Biden en supuestas situaciones de tráfico de influencias que podrían conducir a un impeachment. A los congresistas liderados por el republicano James Comer les está costando mucho encontrar pruebas contra el presidente y le están golpeando con saña en su costado más débil: su hijo Hunter Biden. Y ¿por qué nos interesa esto aquí? Porque uno de los asuntos turbios del first son que están siendo sometidos a escrutiniotiene que ver con su condición de artista y con su insólito aterrizaje en el mercado del arte, que presenta detalles chocantes y hasta ridículos.

Hunter es un tarambana y un muñidor. Mientras Joe Biden era vicepresidente mantuvo relaciones peligrosísimas con una empresa energética ucraniana, Burisma, que olía fuertemente a corrupción y que le pagaba 50.000 $ al mes mientras su padre dirigía la política estadounidense en aquel país; fue asesor de un ejecutivo rumano, Gabriel Popoviciu, que no es ya que oliera sino que se pudría a ojos vista; y dirigió inversiones hacia CEFC China Energy, un fondo al que habría prometido contactos en Washington, también con ganancias millonarias. De todo esto, afirma él, papá Joe no sabía nada de nada.

Un ordenador portátil cargado de mensajes de correo electrónico muy comprometedores y fotografías muy sórdidas que documentaban las andanzas sexuales de Hunter Biden apareció en 2020, a manejos de Donald Trump. Joe Biden argumentó ante las cámaras, en plena campaña para la presidencia, que todo era un montaje de Rusia… hasta que las evidencias han acabado de salir a la luz y, hace solo unos días, el Department of Justice ha reconocido que sabía desde el primer momento que era el laptop del hijo del actual presidente.

Este, además, tras admitir fraude fiscal en Delaware, está acusado de lo mismo en Los Ángeles, pues evadía impuestos mientras vivía a todo trapo y se erigía en putero mayor del reino (o sea, de la república). Una pincelada sobre su desfachatez: quiso desgravar una estancia en el hotel Chateau Marmont, donde, según confiesa en sus memorias, Cosas bonitas (están traducidas al castellano), aprendió a “cocinar crack”. Tendrá, por otra parte, que responder a los cargos por jurar que que no consumía drogas para comprar una pistola en un momento en que tocaba fondo como toxicómano.

Era (es aún, me temo) el peor dolor de muelas de su padre. Pero vio la luz. En 2020 se presentó al mundo (vía The New York Times) como sensible y espiritual pintor. Había dejado las drogas, se había casado de nuevo, tenía un bebé y había finalmente, a los 50 años, encontrado su vocación gracias a la terapia artística recibida en las múltiples clínicas de desintoxicación por las que había pasado.

Vista de la exposición de Hunter Biden, 'The Jorney Home', en la Georges Bergès Gallery en 2021
Vista de la exposición de Hunter Biden, ‘The Journey Home’, en la Georges Bergès Gallery en 2021

Según contaba, él siempre había tenido el gusanillo pictórico pero no le había dedicado el esfuerzo necesario. Y en cuanto se hubo encerrado unos meses en un casoplón de Hollywood Hills para dejar salir a borbotones —100 obras, así de golpe—todo ese talento oculto… decidió que estaba listo para compartirlo con el mundo.

A finales de 2019 ya estaba buscando marchante. Le pidió ayuda a una amiga de la familia, la productora cinematográfica Lanette Phillips, que le presentó a Georges Bergès, propietario de una galería de segunda (o tercera) fila en Nueva York. Aunque todo es cuestión de perspectiva: él se ve como el próximo Leo Castelli —buscó local en el Soho a una manzana de la mítica galería— y presenta la suya como “El futuro del arte”, nada menos (vean vídeo autopromocional).

Judío —lo menciono porque ejerce en sus redes, respondiendo a cualquiera que tenga algo que decir sobre la guerra en Gaza— de ascendencia mexicana, no se acercó a Hunter Biden por afinidades políticas. Según reconoció en sus recientes declaraciones al HCOA, que iré glosando, apoya tanto a Biden como a Trump con pequeñas donaciones para sus campañas. En su cuenta en X se define como “libertario” (“el estado es siempre el problema”) y aplaude los disparates de Milei. Pero siente respeto por el presidente estadounidense y, sobre todo, simpatía por su hijo.

Es muy posible que ninguno de los artistas que representa les suene de nada. No era esta la primera vez que apostaba por celebrities que le dan a la pintura sin demasiado predicamento en los circuitos más serios pero que pueden venir “con los compradores puestos”. Es el caso del jeque Rashid Al Khalifa, de la familia real de Bahrain, el actor Titus Welliver (Lost, Deadwood, Bosch) o el músico Harley Cortez. 

Su mayor bombazo pre-Biden habría sido una exposición de Sylvester Stallone que anunció pero que no se llegó a inaugurar tras un primer retraso por la pandemia. Ah, también fichó a Xeo Chu, un niño vietnamita de doce años promocionado como “el joven Jackson Pollock” (a 150.000 $ el cuadro).

Pero Bergès defiende que su interés por el hijo del presidente fue puramente artístico: creía ciegamente en su talento. Llegó a afirmar que “pasará a la historia como uno de los grandes artistas de nuestro siglo” y que Joe Biden, si acaso, será recordado “como el padre de un gran artista”.

'Untitled on Canvas 66', de Hunter Biden, en la Georges Bergès Gallery
‘Untitled on Canvas 66’, de Hunter Biden, en la Georges Bergès Gallery

Se ha hecho famoso en el mundo entero gracias a su papel en la carrera artística de Hunter Biden pero aunque él presume de ser un galerista internacional, y así lo repiten los medios que hablan de él, no se le conocen participaciones en ferias. Tuvo durante un par de años escasos, a partir de 2019, local abierto en Berlín, en el barrio periférico de Pankow, donde organizó algunas colectivas que nadie recordará con sus artistas habituales (que sí proceden de diversos países), y aunque en 2021 hizo saber que iba a extenderse a México, nunca más se supo de esa aventura.

En una entrevistaGeorges dio a entender que él había “fabricado” a Hunter como artista. Le marcó una rutina de trabajo, le puso “deberes”, le visitaba muy a menudo y hablaba con él todos los días. Se hicieron amiguísimos. Antes de inaugurar su primera individual en la galería de Nueva York, organizó en octubre de 2021 un evento en los Milk Studios de Los Ángeles para “coleccionistas VIP”.

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Asistieron 200 personas, incluyendo al boxeador Sugar Ray Leonard, al músico Moby (querido compañero en el programa de desintoxicación) y al alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti. Esta última muestra de apoyo fue muy criticada, pues Joe Biden, ya presidente, lo había propuesto poco antes como embajador en India. Después, Bergès reveló que en aquella fiesta vendió cinco grabados, por un total de 375.000 $, un disparate.

Las alarmas ya se habían disparado (y Trump les había subido el volumen al máximo). Se hablaba de que la venta de las obras podría canalizar “pagos” de favores o una búsqueda de cercanía a los BidenLa Casa Blanca afirmó que había llegado a un acuerdo con la galería para que Hunter y, por supuesto, el presidente no conociesen la identidad de los compradores. Bergès dijo desde el principio que eso no era cierto y, en su declaración ante el mencionado HCOA , añadió que él tenía un trato con el artista para hacer todo lo contrario. Hay en la narrativa tramos confusos, con investigadores y medios de comunicación muy escorados de por medio. Está no obstante claro que existía conciencia de que aquello era peliagudo.

Esto es hilarante. Un congresista republicano, Michael Waltz, presentó ya en julio de 2021 una proposición para enmendar la Ley de Ética en el Gobierno de manera que obligue al presidente y al vicepresidente a dar publicidad a las finanzas de sus hijos adultos (como si Trump no hubiera pisoteado todita la deontología dando cargos políticos a sus retoños mientras mantenían sus negocios). El título de la proposición era un acrónimo de Preventing Anonymous Income by Necessitating Transparency of Executive Relatives: PAINTER Act.

Por otra parte, en vísperas de la inauguración se publicó que la galería Georges Bergès había recibido un préstamo inusualmente cuantioso a través de un programa federal para apoyar al mercado el arte tras la pandemia. Inicialmente, en 2020, recibió 150.000 $ pero solicitó una revisión y le concedieron en verano de 2021 otros 350.000 $. Además recibió dos pagos de 80.000 $ (abril de 2020 y febrero de 2021) en el programa de protección de pagos a empleados… y resulta que la galería solo tenía dos (en la actualidad, uno).

Vista de la exposición de Hunter Biden en la Georges Bergès Gallery en 2021
Vista de la exposición de Hunter Biden en la Georges Bergès Gallery en 2021

El análisis que el grupo conservador National Legal and Policy Center hizo del asunto afirmaba que la galería no cumplía los requisitos (ingresos/costes) para obtener el importe máximo en tales préstamos, que es el que le adjudicaron. Esos ingresos podían ser problemáticos en dos sentidos: una posible intercesión de Hunter Biden para favorecer a su galerista y un posible empleo de los fondos en gastos relacionados con la comercialización de sus obras.

La inauguración de la primera exposición individual, The Journey Home (“El camino a casa” ¿en plan hijo pródigo?) tuvo lugar en octubre de 2021. Solo se podía visitar mediante cita previa, porque Bergès, dijo, había recibido amenazas de muerte y no quería lío. La mayoría de la gente la vio a través del escaparate, de las fotos que aparecieron en periódicos y webs o de la presentación virtual. ¿Cómo definir las obras? Se hace difícil, porque, según suele suceder en pintores aficionados, Hunter Biden le pega a todo. Referencias japonesas, aborígenes australianas, cloissonistas, aires psicodélicos, paisajes, geometrías, figuras sagradas de todos los continentes, tintas, fotografías recubiertas, perfiles dorados, inscripciones…

Solo se publicó una crítica que se tomaba más o menos en serio el evento, de Jason Farago en The New York TimesAdoptó un tono respetuoso pero no pudo evitar dejar por los suelos a Hunter. Las obras le parecieron “bonitas”, con “la suavidad genérica del arte que podrías ver en una habitación de hotel pijo o en las guardas de una primera edición”. Presentan, dijo “un dominio de la fluidez de la pintura que refleja intenciones serias, incluso si las olvidarás días o minutos después”. Farago incidía en la arbitraria mezcolanza de motivos o estilos y aprobaba su raigambre en la terapia psiquiátrica pero concluía: “En cuanto a la estimación pública, eso sería otro asunto”.

Otros fueron menos clementes. Después de la celebración del “nacimiento” del artista, en 2020, Artnet hizo algunas consultas. Jerry Saltz, conocido crítico en New York Magazine, calificó su estilo como “ilustración de formalismo post zombie genérico” y Scott Indrisek, que fue editor de Modern Painters y de Artsy, lo despachó así: “Las pinturas de Hunter tienen una onda vagamente científica y vagamente psicodélica que me recordaría a Fred Tomaselli —si Fred Tomaselli empezara a hacer cuadros para la sala de espera del dermatólogo. (…) Supongo que es importante que los hombres heridos de cierta edad y de entornos privilegiados tengan la oportunidad de encontrarse a sí mismos en la creación… pero es lamentable esperar que todos los demás presten atención”.

Nadie lo había entendido, a pesar de que Hunter Biden lo había dejado bien claro: “No pinto desde la emoción o los sentimientos, que son, me parece, efímeros. Para mí, la pintura trata más de intentar traer al primer plano lo que es, creo, la verdad universal”. Y ¿eso que viene siendo? “La verdad universal es que todo está conectado y que hay algo que va más allá de nuestros cinco sentidos y que nos conecta a todos”. “Lo que realmente me fascina es la conexión entre lo macro y lo micro, y en cómo esos patrones se repiten una y otra vez”. De conexiones va el asunto, sí.

Pero de otras. Es inconcebible que un artista novel, aunque haya cumplido los cincuenta, haga entrada en el mercado con precios de hasta 85.000 $. Hasta hace poco no sabíamos si había vendido o no y, sobre todo a quiénes, en aquella primera exposición de 2021 y en la que hizo en la misma galería en diciembre de 2022, con el título de Haiku (vean aquí las obras). Sin embargo, después de resistirse durante dos años los requerimientos del HCOA, Georges Bergès se vio finalmente obligado a comparecer el pasado 9 de enero.

Reveló que su mayor comprador había sido Kevin Morris, un adinerado abogado en la industria audiovisual conocido por su vinculación a la serie de animación South Park y al musical teatral The Book of Mormon, ahora en cartel en MadridEste se había convertido no solo en íntimo amigo de Hunter Biden sino también en su pagafantas (a lo grande, ya me entienden). Su sugar brother, dicen allí. Se conocieron por mediación de la misma Lanette Phillips que puso en contacto a Bergès y a Hunter, en una fiesta de recaudación de fondos celebrada en Los Ángeles en noviembre de 2019 (aquí foto). Y él mismo ha confirmado que desde entonces le ha “prestado” —Morris confía en que algún día le devolverá la pasta— al menos cinco millones de dólares.

Esto sería simplemente estrafalario si no fuera porque el más importante de esos desembolsos sirvió para pagar entre 2020 y 2021 una deuda de Hunter con el fisco de dos millones, lo que impidió que pudiera ir a la cárcel, perjudicando gravemente la carrera política de su padre. Morris manifestó la semana pasada que cuando puso a Hunter bajo su ala estaba pelado y hundido, acosado por paparazzi y amenazas, sin poder pagar protección o “el nivel de ayuda que necesitaba”. Y se convirtió en su consejero.

El 18 de enero, Morris testificó ante el HCOA. Además de asumir cuantiosos gastos de Hunter, de alquiler y asesoría, las letras del Porsche, o de llevarle en su avión privado a Arkansas para firmar un acuerdo con la stripper a la que había dejado embarazada en sus días más locos, compró en enero de 2023 en la galería del Soho once obras de Hunter Biden por valor de 875.000 $. Pero no entregó más que la comisión (el 40%) de Bergès, a quien explicó que ya arreglaría él cuentas con el pintor.

En este completísimo artículo del Los Angeles Times pueden aprender tooodo sobre Morris y sobre su relación con Biden, e incluye un scoop: están rodando juntos un documental que hará brillar al first son como el pan de oro que embute en sus cuadros.

Georges Bergès ha dado otros nombres de compradores. Lannete Phillips, la productora —que actuó como si fuera “agente” de Hunter durante un tiempo— presentó a este, en aquel evento de fundraising (lo que dan de sí algunas fiestas), a una rica filántropa, Elizabeth Naftali, que se ha significado entre los donantes del partido Demócrata: aportó 200.000 $ en 2020 y más de 30.000 en 2023. Esta se quedó con dos cuadros, con un precio conjunto de 94.000 $. Unos meses después de adquirir el primero, el presidente Biden la nombró miembro de la U.S. Comission for the Preservation of America’s Heritage Abroad (que tampoco es que sea un puestazo pero sienta muy bien).

Otro de los compradores fue el socio de Bergès, William Jacques, que es directivo en una empresa de inversiones. Compró tres cuadros, por un total de 97.000 $. Y con esto llegamos al triste (por ahora) desenlace: Georges Bergès reveló el día 9 que había roto con Hunter Biden cuatro meses atrás. Argumentó que no le compensa. Se habrá sacado en comisiones como poco 600.000 $ en apenas tres años pero se le hace poco. Es raro, porque, en sus palabras, hay temporadas que puede tirarse dos meses sin vender una sola obra y a juzgar por los préstamos que tuvo que pedir y que tendrá que devolver, no está para hacerle ascos a nada.

Aunque son todavía amigos reconoce que representar a Hunter le sobrepasó; no podía con las amenazas y le fastidiaba que le atribuyesen equivocadamente una afiliación política. Se lamentó ante la HCOA de que había tenido que abonar 60.000 $ en las exposiciones. ¡Pero por supuesto que la galería tiene que pagar todos los gastos de organización de una exposición!: espacio si es externo, enmarcado, transporte, montaje, seguro, cóctel si lo hay…

Bergès, como decía, ha tenido dificultades para sacar adelante la galería. En 2016 Ingrid Arneberg, una de esas pintoras de familia acaudalada (hija de un magnate del transporte marítimo) que “compra” su espacio para darse a conocer, le llevó a juicio por fraude. Había invertido medio millón de dólares en la galería basándose, alegaba, en un informe financiero mendaz. Luego llegaron a un acuerdo pero el caso deja adivinar los altibajos de Bergès. Quién sabe si este nuevo socio, Jacques, que será persona más seria, le habrá obligado a distanciarse de Hunter Biden.

O si todo es un paripé de Bergès para que los de la Comisión le dejen en paz. Aunque aseguró que la última venta, puntual, de una obra de Biden la cobró en noviembre, lo cierto es que la cuenta en Instagram de la galería anunciaba el pasado 6 de enero una obra del artista a la venta. Y, más significativamente, Hunter Biden sigue apareciendo en la web como artista de la galería.

Aquí lo tengo que dejar. Pero esto no ha acabado, ya verán.