Hemos contemplado el vacío y nos ha dado miedo. El frenazo en seco impuesto por el coronavirus ha transformado muchos aspectos en los sistemas –institucional, comercial– de las artes visuales, a veces en positivo, pero también ha puesto de relieve la extrema precariedad de los mismos. “Es solo cuestión del tiempo”, rezaba el lema de la primera edición de ARCO dirigida por Maribel López, cuando ya había contagios locales en Madrid. Y, en efecto, dos semanas después de clausurarse, con algo menos de público pero no malos resultados de ventas, nos quedamos sin exposiciones y sin museos. También, claro, sin ferias, que se han hecho digitales por doquier. De un día para otro, todos tuvimos que reinventarnos para mantener la actividad. La digitalización ha dado un gran salto, con exposiciones o visitas virtuales, vídeo-encuentros con artistas, comisarios o investigadores, conferencias online…
Y, tras la reapertura, museos a ratos casi vacíos, sin turistas. Después de décadas, revivir la experiencia de estar a solas frente a Las meninas o el Guernica. En el Prado, el emocionante Reencuentro con la condensación de obras maestras a lo largo de la galería central; en el Reina Sofía, que ha cumplido 30 años con poca fiesta, el contacto con un nuevo público más sosegado que, “gracias” a la caída en los préstamos internacionales, disfruta de exposiciones menos mastodónticas (pienso en la de Mondrian). Se extendió una especie de solidaridad entre instituciones que permitió prolongar préstamos o posponer muestras para salvar el parón, aunque hubo grandes damnificados como la Fundación Juan March, que inauguró Los irascibles el 6 de marzo y no pudo prorrogar. Mejor suerte corrió Rembrandt en el Thyssen, la mejor para nuestros críticos, que tenía que clausurarse a finales de mayo pero se pudo mantener durante el verano.
Ha sido el año del papeleo: artistas y galeristas preparando documentación para solicitar ayudas o participar en convocatorias para adquisición de obras que inopinadamente han engrosado algunas colecciones caninas, y empresas culturales o instituciones preparando ERTE o compitiendo de manera aún más encarnizada por las subvenciones. Las galerías están, por ahora, aguantando el tirón y solo cabe lamentar el cierre de García Galería en Madrid. El impacto económico de la pandemia en nuestro campo está siendo enorme. La sustitución de Guirao por José Manuel Rodríguez Uribes nos dejó un ministerio menos sensible, que se cargó la Subdirección de Promoción del Arte en pleno confinamiento. En comunidades autónomas y ayuntamientos los recortes presupuestarios acaban de empezar y ya han dejado secos al CDAN o al MUSAC. Mientras tanto, algunos responsables políticos hacen feos gestos de desprecio a un tejido tan amenazado como el nuestro e incluso atentan contra el patrimonio: la intervención de Okuda en el faro de Ajo o la de BoaMistura en el polideportivo de Fisac en Getafe son indicio de un extravío que ha llegado a extremos ridículos este año con proyectos supuestamente ligados a la Covid, sus víctimas y sus héroes. En la misma dirección, el laurel se lo lleva el alcalde de Valladolid Óscar Puente que, con complicidad del Ministerio de Exteriores, ha resucitado a Cristóbal Gabarrón en un gravísimo caso de injerencia política en el Patio Herreriano.
Muy pocos movimientos en el ámbito museístico, como es lógico. Se han cancelado proyectos polémicos como el Hermitage de Barcelona y el museo judío en Madrid. Esperamos que en 2021 se inaugure el Museo de Colecciones Reales, que tiene como nueva directora a Leticia Ruiz. Los nombramientos más importantes (pocos) han recaído en mujeres –Nuria Enguita en el IVAM, Dolores Jiménez-Blanco en la Dirección General de Bellas Artes, Ángeles González-Sinde en la presidencia del Patronato del Reina Sofía–, lo que no altera su escasez en puestos de responsabilidad o de mujeres artistas en los museos, puesta de relieve en un año de debates caldeados en este terreno, que alcanzaron a la exposición Invitadas en el Prado. Una de nuestras más sólidas creadoras, Soledad Sevilla, mereció el Premio Velázquez y, para sorpresa de algunos, el Nacional de Fotografía fue para Ana Teresa Ortega, mientras que el Premio Nacional de Artes Plásticas recayó en el veterano José María Yturralde. Pero, en el ministerio, la casa sin barrer: otro año sin completar el Estatuto del Artista. Dice Uribes que en enero se ponen a ello… dos años después de la aprobación en el Congreso del primer decreto-ley.