Sabe, contesta
Sala de Arte Joven, Comunidad de Madrid
Publicado en El Cultural
Sorprende el reducido número de candidaturas recibidas en esta edición de Circuitos, la convocatoria de arte emergente de la Comunidad de Madrid: algo más de sesenta. Hay una caterva de artistas menores de 35 años residentes aquí: ¿por qué ya no se presentan? La remuneración es ciertamente escasa, pero la visibilidad que la exposición conlleva debería seguir siendo un aliciente. Y sorprende casi más que los seleccionadores, con tan pocas opciones, hayan sido capaces de armar una colectiva tan coherente y con tan buen nivel. El jurado lo integraron, por la parte institucional, Isabel Rosell, Carmen Pérez de Andrés, Lorena Martínez de Corral, ex-asesora de artes visuales, y Ferran Barenblit, director del CA2M, y, como expertos, Cristina Lucas, artista, Belén Valbuena, galerista, y Alberto Sánchez Balmisa, crítico y comisario, encargado de dar forma a la exposición. Esta edición de Circuitos destaca por el peso de los contenidos políticos. La necesidad de denuncia y compromiso está en el aire -sí, también es una moda artística- y los jóvenes demuestran aquí que quieren, y que saben, llevar su trabajo a la esfera pública sin caer en lo panfletario. Encoge el corazón, aun con su evidente carga de ironía y hasta de humor, la acción grabada en vídeo por Javier Velázquez Cabrero, que pone a pedir en el transporte público de Stuttgart a un parado español, quien explica a los viajeros con la ayuda de una traductora que está recaudando fondos para nuestra Hacienda (y el artista cumple lo prometido ingresando 32€ como donación al pueblo español). Es también muy eficaz la escultura de Olalla Gómez, que construye con materiales de obra una metáfora sobre las implacables fuerzas dinámicas que supuestamente gobiernan nuestra economía y sobre la ruina que nos ha dejado el derrumbe del ladrillo. La perplejidad reinante es cuantificada por Antonio R. Montesinos en unos reveladores gráficos que visualizan de forma absurda los datos recogidos en una no menos descabellada encuesta. Y Diana Velásquez transcribe la certeza de haber sido engañados al dibujar con tinta invisible las palabras que más miedo han llegado a producirnos en los documentos de hipoteca. El miedo está también tatuado (en realidad, cosido) en las banderas de Rafa Abad con armas de las fuerzas de seguridad.
No se trata, en conjunto, de producir pura información u opinión razonada sino de formalizar percepciones e incluso emociones ante los acontecimientos, escapando de las narraciones oficiales y de los argumentarios partidistas. Así, Sofía Montenegro espía la evolución del lenguaje al elegir entre las incorporaciones de palabras y expresiones al diccionario Oxford tras el 11S aquellas que denotan un nuevo estado de ánimo en el que el temor, el recelo y la violencia se han instalado; una pantalla nos propone “sinónimos” de esas palabras en imágenes, resultado de búsquedas en Google, en un barrido de los cambios sociales y políticos acaecidos en estos años.
Ese es el núcleo temático de la muestra. Al margen, tenemos las reflexiones sobre la memoria histórica de Mario Espliego y Marco Godoy (muy bueno su negativo escultórico de un muro bombardeado) y la representación pictórica de la cosificación tecnológica del paisaje que realiza Julio Sarramián. Más desconectada, aunque interesante, es la “poética del espacio” formulada por Silvia Cuenca a partir del libro de Bachelard. Lo raro es que, en una selección que en principio no se lo proponía, solo uno de los proyectos se quede descolgado. Es posible que el jurado haya apostado por la coherencia temática, aunque la presencia institucional en él lo hace poco probable. ¿Es esta, entonces, la tónica en el arte joven madrileño?