No interpreten, por favor, que yo cuestiono la conveniencia de adquirir obras de videoarte: hay muchísimos artistas a los que admiro que lo frecuentan y si yo quisiera/pudiera comprar no dudaría en incluirlos en mi colección. Pero nos llegan informaciones que indican que, para quienes coleccionan como forma de inversión –algo muy poco recomendable-, podría no ser buena idea centrarse en el vídeo. El 29 de enero, aniversario de la muerte de Nam June Paik, se celebró en el Hotel Drouot de París la primera subasta dedicada íntegramente a ese medio. ¿Por qué no han oído hablar de ella, constituyendo un acontecimiento tan remarcable? Porque fue un fracaso. El marchante y anticuario Vicent Wapler, el organizador, puso a la venta 159 lotes de los que se adjudicó solo un 30%. No fue una de esas subastas en las que los millones cambian de manos a ritmo vertiginoso: la estimación global de las obras estaba entre 525.000 y 600.000 euros y la suma de los precios alcanzados por las 48 vendidas fue de 46.680 euros. La sala estaba llena… pero pocos pujaban. La obra más cara fue Antena Buda, de Nam June Paik, que no es propiamente un vídeo sino un óleo sobre lienzo coronado por unas antenas de televisión. Y no crean que no hubo nombres sonados pues se ofrecieron vídeos de Tony Oursler, Micea Cantor, Gilbert & George, Sylvie Fleury, Pierrick Sorin, Douglas Gordon, Carlos Amorales

Se hizo promoción en las redes sociales con el hashtag #ARTVIDEO -que era también el título de la subasta-y se organizó una mesa redonda sobre el porvenir del videoarte en Francia, en colaboración con Drouot Formation, con artistas, coleccionistas y expertos (ver la grabación). Además, se formalizó un acuerdo con el canal de televisión de audiovisuales artísticos Souvenirs From Earth, que difundió las obras que iban a subastarse en sus emisiones por cable y, además, alojó en su web el catálogo online, con los vídeos completos en pequeños reproductores, que les recomiendo mucho recorrer. Aquí tienen también el catálogo en pdf.

En los días previos a la subasta, sus promotores insistían en la “dimensión patrimonial” del vídeo, que se compra y se vende como casi todos los formatos artísticos. Pero ¿está el mercado realmente convencido de que esto es así? La cuestión es que muchos artistas están produciendo audiovisuales y ninguna colección de arte reciente debería excluirlos si no quiere quedar coja. Pero parece que muchos coleccionistas sienten aún demasiado apego por el “objeto” artístico, más apto para la decoración, y, por otra parte, quizá no confían en el mantenimiento de esa artificial limitación de la tirada que el mercado impone a un medio que es por naturaleza ilimitadamente reproducible.

El videoarte se expone sin problema en museos y bienales pero no abunda en las galerías comerciales y es casi anecdótico en las ferias. Recuerden que, en diversas ediciones, ARCO contó con una sección de vídeo y nuevos medios que ya ha desaparecido. Hay, eso sí, pequeñas ferias especializadas en este medio, como Moving Image, en Nueva York y Londres, o Loop Art Fair, en Barcelona. Además, en las grandes casas de subastas no hay departamentos especializados en vídeo, como sí los hay, por ejemplo, en fotografía.

Moving Image Art Fair. Bargehouse, Londres, 2013

En septiembre de 2013, Christie’s organizó una subasta online, First Open: New Media, dedicada en realidad en su mayor parte la fotografía (¿nuevo medio?), y daba algunos superficiales consejos a los coleccionistas para acercarse al videoarte. Una de las “diez cosas” que hay que saber, según la casa de subastas, es que se podría producir una gran revalorización del vídeo en los próximos años, dado que es en la actualidad comparativamente –respecto a otros medios- muy barato; otra, la que más puede espolear el deseo de los coleccionistas, es que los museos de arte contemporáneo no tienen dudas a la hora de apostar por él. La “guía” minusvalora los problemas de conservación y actualización de soportes, asegurando que la mayoría de los artistas se ocuparán personalmente de solucionarlos. La digitalización del vídeo ha tenido un efecto positivo tanto en su exhibición como en su futura conservación: es mucho más fácil meter un dvd o blue-ray en un reproductor conectado a un proyector o, mejor aún, a una pantalla plana, que montar un viejo dispositivo fílmico, y la posibilidad de que el artista o galerista entregue al comprador un archivo raw (sin comprimir) favorecerá su futura conversión. Pero cuidado con la caducidad de los soportes porque los discos se deterioran antes de lo que pensamos. Hay ciertos requerimientos de exhibición y conservación que el coleccionista tiene que asumir, pero el videoarte –cuando no se trata de videoinstalaciones que sí están pensadas para museos y grandes colecciones- tiene grandes ventajas: su fácil portabilidad y su adaptabilidad a los espacios disponibles. Un vídeo puede mostrarse en una tablet. Es habitual que los artistas exijan unas condiciones de montaje cuando se trata de exposiciones abiertas al público pero en el ámbito privado esos requerimientos se hacen más flexibles.

Walk with Contraposto, de Bruce Nauman (ed. 20) vendido en Christie’s por $11.875

El mercado secundario del vídeo está limitado a unos cuantos grandes nombres. En 2013 se vendió en Christie’s una obra de Bill Viola de 2005 (con edición de siete ejemplares) por 185.000 euros. Sí, es mucho dinero, pero compárenlo con las cotizaciones de fotógrafos como Andreas Gursky, que también hacen ediciones cortas de sus trabajos. Y tengan en cuenta que no se detecta una aceleración de récords de precio, que revelaría la existencia de un coleccionismo especulativo: el de Viola, cuyas obras no llegaron a las subastas hasta 2002, está en 600.000 dólares. Otros artistas con capacidad de vender bien en subasta son Nam June Paike -con una obra adjudicada por 540.000 dólares en Christie’s Hong Kong-, William Kentridge (500.000 dólares de récord), Bruce Nauman, Tony Oursler (hasta 102.000 dólares), Marina Abramovic

Seguramente hay datos más recientes, pero nos podemos hacer una idea con estos difundidos por Artprice en 2011: en la primera mitad de ese año, el total de las ventas de arte contemporáneo en subastas sumaba 497 millones de euros, de los que 32 millones correspondían a fotografía y 4 millones a new media. Un 0,4%.

oursler.png
“Hole”, de Tony Oursler (est. 60.000-80.000 €). Invendida en Drouot