El futuro de Virxilio Vieitez
Galería Juana de Aizpuru, Madrid
Publicado en El Cultural

Tres mujeres se retratan en un camino vacío, con un precioso macetero a cada lado. En la selección de fotografías que han realizado Juana de Aizpuru y Keta Vieitez —la hija del fotógrafo— aparecen a menudo ríos, caminos, pistas y carreteras. Realizadas en los años de la emigración gallega, parecen reflejar un ir y venir de vidas que tiene como escenario la Terra de Montes, una comarca del interior de la provincia de La Coruña. Virxilio Vieitez (Soutelo de Montes, 1930-2008) es uno de esos pocos casos, que gustan mucho en los medios y en el mercado del arte, de descubrimiento tardío de un genio oculto. Pero si alguien, a priori, tiene recelos y piensa que se ha exagerado la importancia de este fotógrafo de pueblo, que los deje de lado. Aunque en la década transcurrida desde que su hija le hizo su primera exposición en su pueblo ha dado grandes pasos exponiendo en la Fotobienal de Vigo, el Canal de Isabel II de Madrid, la agencia Vu en París o el Museo de Fotografía de Amsterdam, está por llegar el reconocimiento de su importantísimo legado. Con otro ojo, en otro lugar, no tendríamos nada más que un interesante documento antropológico. Con Vieitez y la gente de Terra de Montes tenemos un conjunto de imágenes de una potencia sobrecogedora.

El fotógrafo murió el año pasado, y es una vez fallecido cuando se intenta su inserción en el mercado del arte. Él habría seguramente encajado mal en este ambiente y quizá no habría comprendido que de esos trabajos que, según decía “ya se pagaron” —por quienes los encargaban— se hagan ahora ediciones, con siete ejemplares grandes y diez pequeños. Sus fotos, que él mismo revelaba, se hicieron para los pequeños y medianos marcos domésticos, y la gran mayoría de las que no se hayan perdido pertenecerán a los comitentes o a sus familias. Pero la suya conserva nada menos que unos 80.000 negativos. Editarlos y ampliarlos contradice en cierta manera las intenciones originales de Vieitez y el uso primero de las imágenes, pero esta “falsificación” se ve compensada por la presencia ineludible que adquieren al ser colocadas en las pareces de las galerías y los museos, desde donde alcanzan al espectador de forma certera. Muchos de esos negativos corresponden a los innumerables retratos que hizo para el documento nacional de identidad de casi todos los mayores de edad de la comarca. Pero hay otros muchos que, siendo a menudo también de encargo, van mucho más allá de la fotografía individual o familiar. Hemos de recordar que en los años 60, cuando están fechadas sus obras más relevantes, no era habitual en el medio rural gallego que los particulares hicieran fotografías, y posar para una era un acto que escapaba a lo cotidiano. Vieitez es capaz de dotar a ese momento de una gravedad emocionante. ¿Por qué están los niños tan serios en las fotos antiguas? A veces parecen viejos pequeños. Los niños de Vieitez dan casi miedo; más cuando van disfrazados, como ese ángelito de alas postizas. Aunque no tanto como la troupe circense. Pero las fotografías más impresionantes de la exposición son los dos retratos de cuerpo entero de una lugareña sin nombre identificados como “Mujer con melena” y “Mujer con bolso”, de 1966. Se ha insistido en que Vieitez no conocía a los grandes de la fotografía del siglo XX, como Walker Evans, Diane Arbus o August Sander, con quienes se ha relacionado con justicia su obra; pero sí debía conocer algo de la historia de la pintura, pues la puesta en escena para esta mujer, con el cortinaje (la magnificencia), la silla (el trono) y un calendario enrollado en la mano a modo de documento que confiere el mando, la convierte en un Felipe IV o quién sabe qué dignatario del arte antiguo. También el “anxo” tiene veleidades pictóricas. Pero, frente a estos retratos de estudio (o de casa), son más frecuentes los exteriores, donde Vieitez inserta a sus modelos en el paisaje de una manera que resulta al tiempo natural —porque es su medio— y profundamente artificiosa. En ese artificio está el arte del fotógrafo. Nada hay de convencional en sus montajes. ¿A quién se le ocurre hacer un retrato (serio) con una cabra delante? ¿O situar a toda una familia en el barro de las márgenes de un río, ante un coche mojado por la lluvia que acaba de caer, y con el santo local presidiendo?