Magia africana
Galería Max Estrella, Madrid
Publicado en El Cultural



Se han organizado en el mundo 21 exposiciones de Roger Ballen (Nueva York, 1950) durante 2010. En primavera, el Centro de Arte La Regenta, en Las Palmas, alojó una buena retrospectiva de su trabajo y ahora nos llega a Madrid una selección de su sobrecogedora serie más reciente, publicada en el libro Boarding House (Phaidon, 2009). La pensión o casa de huéspedes a la que alude el título es un lugar imaginario del que el fotógrafo no quiere dar detalles. Hay quienes identifican estos espacios con manicomios pero la línea que separa la locura de la normalidad, la ficción de la realidad, es en él siempre elástica. Es un artista atípico. Hijo de una asistente de fotógrafos de Magnum, conoció muy pronto la fotografía pero la practicó durante muchos años como hobby. Estudió Psicología en Berkeley, viajó durante cinco años por el mundo y en 1982 se estableció en Johannesburgo como geólogo, profesión que ha practicado durante casi treinta años. Hasta el año 1997 no empezó a plantearse si sería o no un artista, además de un fotógrafo.
Comenzó haciendo fotografías en la Sudáfrica rural con intención documental -de las casas de los blancos menos favorecidos- pero enseguida afloraron los elementos perturbadores en su obra, que se han ido intensificando con el tiempo. Con Platteland (1994) vinieron de la mano el merecido reconocimiento internacional y la persecución interior: la elección de los sujetos que fotografiaba, animalescos, y de sus entornos domésticos, contradecían salvajemente la idea que los blancos sudafricanos querían proyectar de sí mismos; Ballen fue detenido e incluso amenazado de muerte. Eso le impulsó a seguir la vía de interiorización que había ya iniciado. Outland (2001), Fact or Fiction (2003), Shadow Chamber (2005) y Boarding House marcan etapas en la construcción de un estilo perfectamente identificable, que destaca por una densa textura emocional y visual.
Resulta llamativo que, a medida que ha ido ocultando la figura humana, de la que ahora vemos fragmentos -un pie, una mano, a veces una cabeza- el componente psíquico ha ido ganando más y más peso. El artista crea situaciones oníricas que nos aterrorizarían de vernos inmersos en ellas, un poco como Joel Peter Witkin. Pero, frente al barroquismo y la necrofilia de éste, Ballen elige opta por la desnudez y por la “cotidianidad”; eso sí: oscura y simbólica. Quiere que creamos que esa situación pueda ser real, para que el “impacto” sea más fuerte. Al igual que no quiere identificar los lugares en los que ha trabajado, tampoco aclara en qué proporción sus imágenes son “construidas”. En la evolución que le ha traído aquí, comenzó interactuando, en Outland, con las personas que encontraba provocando una actuación, según sus palabras, al estilo de Beckett. Su papel de director de actores y escenógrafo ha pasado a ser predominante y, en esta última serie, el componente pictórico y escultórico de los “escenarios” es protagonista. Estas “pinturas negras” de Ballen se adentran en lo demoníaco, y puede imaginarse incluso algún tipo de conexión con la magia africana. Las máscaras, los animales, los muñecos y los niños son los actores de esta teatralización del desasosiego. Ballen ha declarado en otras ocasiones que ve, en cada rostro, el mono que fuimos, que somos. Nos acerca a un estado casi embrionario de la humanidad en el que la animalidad se hace patente; no de manera armoniosa sino como antagonista. Vemos en algunas de las fotografías, además, animales muertos acerca de los cuales podemos deducir alguna intención sacrificial. Hay, en cualquier caso, un cierto eco ritual en buena parte de las imágenes. Ambiguo.
Y hay siempre otro protagonista: la línea. Entre 1972 y 1973 Ballen se dio a la pintura de manera frenética. Aunque abandonó esa práctica la atención a las formas abstractas ha sido un rasgo de importancia creciente en su trabajo. Cuando en 1994 presentó la famosa fotografía, en Platteland, del guardia carcelario, desveló que el motivo de interés inicial, y el significado final de la imagen, se encontraban en el cable retorcido que vemos por detrás del retratado. Esos cables, cordones o dibujos, han reaparecido de continuo hasta ser ahora centrales. Son “garabatos”, realizados con el mismo instinto de expresión primigenia que encontramos en los dibujos infantiles en las paredes, que encuentra o crea. Es inevitable pensar, a la vista de estos dibujos, en el outsider art o arte marginal, o en un Dubuffet sombrío; pero también en los graffiti de Brassai.
A Ballen le obsesiona la corrección de las composiciones. Utiliza siempre el formato cuadrado para que la lectura de todos los elementos de la fotografía sea igualitaria; el formato rectangular, cree, obliga al espectador a hacer una lectura lineal, de un extremo a otro. Estas fotografías tienen un aire de retablo, una estructura bastante rígida en la que, no obstante, puede intercalarse algún elemento desestabilizador. El “momento de autenticidad” que busca Ballen. Y lo encuentra.

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