Galería Travesía Cuatro, Madrid

Un jurado compuesto por coleccionistas otorgó en ARCO la semana pasada a José Dávila (Guadalajara, México, 1974) el premio NH Collection de Arte Contemporáneo. Antes, en Art Basel Miami Beach, obtuvo el que conceden EFG Bank y la revista ArtNexus. Es llamativo que el artista haya tenido más recorrido en el ámbito galerístico y ferial que en el institucional. Lo representan galerías activas internacionalmente como OMR, Max Wigram, Figge von Rosen, Sam Kelly y la propia Travesía Cuatro, que celebra ya su cuarta exposición en Madrid, pero parece que su perseverante revisión de ciertos momentos de la modernidad artística no ha suscitado excesivo interés en el lugar en el que podría tener más sentido: el museo. Hay que valorar, no obstante, sus intervenciones en el Camden Arts Center de Londres (repetida en Casa de América para Madrid Abierto), el MARCO de Vigo y el Bass Museum de Miami, en las que se hace patente su formación como arquitecto. 

Se tiene la impresión, ante las obras de Dávila, de haberlas visto antes. A veces es porque reinterpretan las de artistas de referencia para la genealogía geométrico-conceptual: desde Josef Albers al neoconcretismo brasileño y al minimal estadounidense. Otras porque exprime ideas y procedimientos. Lo que ahora vemos son en realidad dos exposiciones: una instalación de tres grandes piezas escultóricas y sus obras sobre el libro The Childhood of Art. La primera prosigue la serie de “equilibrios” de planchas de vidrio y piedra atadas con cinchas, a los que se refiere como Actos tectónicos de duda y deseo. Pueden leerse como un pequeño muestrario de posibilidades de transparencia y visión en el vidrio (blanco, tintado y espejo) y como una pequeña demostración de cálculo “empírico” de estructuras, de contrapesos. Si se quiere, se puede intuir un eco paisajístico y una indagación matérica: el vidrio es piedra, cuarzo, y encontramos aquí tres tipos diferentes de rocas… aunque para el artista son ante todo ejercicios de “gráfica tridimensional” y aluden a la utopía de la arquitectura moderna de cristal.

La otra sub-exposición juega con las páginas de un viejo libro de H.G. Spearing, publicado en 1913 con profusión de ilustraciones sobre el “progreso” (concepto entonces en boga) del arte y la humanidad desde la Prehistoria hasta la Grecia clásica. Dávila ha realizado tres versiones de este trabajo de sustracción de las fotografías de La infancia del arte, de las que se muestran las dos últimas: cubriéndolas con pan de oro, con pintura roja (“rojo Altamira”, dice) y recortándolas, técnica esta que ha utilizado en numerosas series sobre la historia del arte y la arquitectura recientes. Amplía el proyecto con dos lienzos en los que sobrepone áreas de pintura a la reproducción de sendas páginas del mismo libro: en uno son geométricas y homenajean al artista neoconcreto Willys de Castro, en otro es informe.

Se producen paradojas interesantes entre las adjetivadas descripciones de los pies de foto y lo que realmente vemos, con sugerencias cromáticas y táctiles que se disparan en la mente, frente al hueco. ¿Podríamos equiparar los rectángulos vacíos o cegados con los que forman los vidrios e incluso imaginar una relación entre las rocas y las paredes de las cuevas? Dávila nos propone, en las dos partes de la muestra, intersecciones entre primitivismo y modernidad que no podemos calificar de superficiales pero que no evidencian la elaboración conceptual que podría haber reforzado su mérito.

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