(Realizada en junio de 2003 e inédita)

Juan Manuel Cavero de Carondelet, Duque de Bailén, habla de “felicidad” cuando se refiere a los sentimientos que alberga respecto a la colección de arte, fundamentalmente contemporáneo, que ha reunido a lo largo de cincuenta años. Y, realmente, muestra sus obras con enorme entusiasmo y satisfacción. Nunca ha pensado en ellas en términos de inversión económica (aunque ha hecho algunas muy buenas “operaciones” al comprar piezas que se han revalorizado mucho con el tiempo), ni se ha dejado llevar por opiniones ajenas, adquiriendo, con la complicidad de su esposa, sólo lo que personalmente le ha hecho “vibrar”. Posee obras, más o menos importantes, y en número que dice desconocer, de muchos de los artistas que han significado algo en el arte español de las últimas décadas: Millares, Saura, Canogar, Zóbel, Palazuelo, Rueda, Gordillo, Fraile, Badiola, Tàpies, García Sevilla, Broto, Uslé, Barceló, Sicilia, Pérez Villalta, Campano, Badiola, Irazu y un larguísimo etcétera. Buena parte de ellas se encuentra en su antiguo palacio en una finca de Toledo. Esta ciudad está en su corazón: ha participado activamente en la Fundación Toledo (forma parte del Patronato, de la Junta de Protectores y de la Comisión de Gerencia) y en la apertura del Museo Victorio Macho.

—Su colección no partió de cero, porque su familia había reunido a lo largo de varias generaciones un breve pero importante conjunto de obras de arte, en su mayor parte retratos de familia.
—El retrato más antiguo que conservamos es del siglo XV, de un Carondelet que fue canciller civil y militar de María de Borgoña, la abuela de Carlos V. Los siguientes son ya del siglo XVIII. Entre los más valiosos desde el punto de vista artístico están el magnífico retrato pintado por Vicente López del General Castaños, primer Duque de Bailén, que aparece con casi noventa años, muy vencido por la edad. O el del tercer Duque, obra de Eduardo Rosales. Además, como obra histórica, tenemos una réplica, obra de Casado del Alisal, de La rendición de Bailén.
—Uno de los cuadros que más llama la atención en su casa de Toledo es el gran retrato de grupo que Guillermo Pérez Villalta hizo de su familia. ¿Quería continuar con él esa tradición de retratos familiares?
—Justamente. Yo quería que mi generación, la de mis hijos y la de mis nietos se integraran en ese conjunto, que es dinástico y artístico. Me pareció que Guillermo Pérez Villalta, al que yo ya conocía bien y al que había comprado ya varias obras, sería el artista idóneo para enfrentarse a esa tarea, pero él en principio se negaba rotundamente porque afirmaba que no era retratista. Aceptó finalmente que le enviara unas fotos para que considerara qué podía hacer al respecto. Al cabo de un año o año y medio me llamó para que fuéramos al estudio y encontramos el cuadro terminado, que, desde luego, nos gustó muchísimo. La composición es muy velazqueña, e incluyó a petición nuestra parte de la arquitectura interior de la propia casa y una vista de Toledo, ciudad a la que me siento enormemente unido.
—¿Le viene entonces de familia la vocación coleccionista?
—Mis padres y mis abuelos no fueron coleccionistas de pintura. Mi padre escribió algunos libros de política, y aunque le gustaba el arte nunca quiso comprarlo. Yo empecé en esto visitando las galerías de arte; durante décadas, he procurado dedicar todos los sábados a recorrerlas. Siempre me llamaba la atención la pintura, y tenía una sensación muy especial cuando algún cuadro me hacía vibrar. Por otra parte, a mediados de los setenta mi mujer y yo teníamos bastante relación con amigos aficionados a la pintura, como Vallejo Nájera y el grupo de Fernando Zóbel, con quien tuvimos una gran amistad, al igual que con Gustavo Torner, con Gerardo Rueda… Eso no hizo más que confirmar mi amor por el arte. Compartía con ellos ese amor.
—Parece que usted tiene especial predilección por la pintura, dentro de las artes plásticas.
—Sí, pero la escultura también me atrae mucho, y he comprado un buen número de obras tridimensionales. Incluso con una concepción que en España sigue siendo novedosa, que es la de la escultura integrada en el medio natural, con dos obras de Miguel Ángel Blanco en la finca de Toledo.
—¿Se acuerda de la primera obra que compró?
—Sí, perfectamente, está colgada en mi estudio. Es un cuadro mediano de Joaquín Vaquero Palacios, que pasó un tiempo en El Salvador y al que yo conocí cuando tenía doce o trece años en casa de mi padre, que era embajador de España en El Salvador, Honduras y Nicaragua y que le organizó allí una exposición. En 1948 fui a su estudio, ya en Madrid, y vi este cuadro, una ilustración de una leyenda maya.
—Desde entonces ha seguido adquiriendo obras. ¿Ha sido una actividad continuada o con altibajos?
—Aunque he tenido épocas en que apenas compré obras, sobre todo cuando era más joven (y tenía menos medios económicos), nunca me alejé del arte. La colección se fue formando muy despacio hasta que hacia 1975 me volqué más decididamente en ella. Perdí oportunidades, claro está, y, por ejemplo, no tengo nada de la Escuela de Madrid o de Antonio López. Tengo amigos que compraron hace muchos años cuadros de Antonio López por 5.000 pesetas.
—Usted no siempre se ha dejado guiar por el mercado o por lo que un coleccionista sistemático consideraría las mejores inversiones. Quiero decir que ha apostado en su momento por artistas jóvenes y poco conocidos, algunos de los cuales han alcanzado cotizaciones mucho más altas después.
—Claro. Compré por ejemplo obras muy tempranas de Darío Basso o de Luis Vigil. Y sigo sin tener en cuenta si un artista es o no famoso. Pero hay artistas muy buenos a los que me interesa tener en la colección que sí son famosos, y hay que pagar por ello.
—¿Se desharía hoy de algo de lo que ha comprado?
—Me lo he planteado muchas veces. Podría haberme deshecho de alguna, pero tengo tanto cariño a todas y cada una de las obras que poseo que no sería capaz de renunciar a ellas. Por supuesto, siempre hay alguna que ya no me gusta tanto como cuando la adquirí, pero ahí está, en algún espacio del lugar de trabajo, o en una habitación que no frecuento.
—¿Qué opina sobre la nueva ley europea sobre la reventa de obras de arte, que supondrá un tanto por ciento para el artista?
—Creo que el artista debe tener un derecho sobre su obra. Estoy muy de acuerdo con la ley, pero será de muy difícil aplicación, porque muchas ventas no se van a notificar.
—¿Qué tipo de responsabilidad siente hacia las obras que posee? ¿Se considera obligado a velar por su buena conservación, con vistas a la preservación de un patrimonio que de alguna manera es no sólo suyo?
—Desde luego, siento esa responsabilidad, no sólo en cuanto a la conservación. Siempre que me piden una obra para una exposición, por ejemplo, la cedo. Lo cual no deja de ser muy molesto para el coleccionista, porque está encajada perfectamente en tu casa y porque suele haber inconvenientes para que la vuelvan a situar como estaba. Pero tengo muy claro que el propietario de la obra es quien ha pagado por ella.
—Uno de los pilares de su colección de arte contemporáneo es Guillermo Pérez Villalta, al que ha seguido a lo largo de toda su trayectoria, y de quien es seguramente el coleccionista más importante.
—He adquirido 42 obras de Pérez Villalta, entre cuadros (sobre todo), esculturas, dibujos… Supongo que sí, que soy quien más obras suyas ha reunido.
—¿Siempre ha seguido la actualidad o ha querido adquirir obras de otros momentos para formar un discurso histórico?
—Sin intención de formar un discurso histórico, sí he comprado obras de otras épocas, simplemente por inclinación estética. Por ejemplo, ahí tenemos un gran paisaje de Eliseo Meifrén, o un bodegón de flores de Arellano, un dibujo de Julio González…
—Lo que sí seguramente habrá conseguido es una buena representación del arte español en los últimos 25 años, y no creo que haya tantos coleccionistas particulares que puedan presumir de lo mismo… ¿Cómo ha cambiado el mercado del arte desde que empezó a visitar galerías?
—En los primeros tiempos en que yo iba a las galerías creo que los coleccionistas nos contábamos con los dedos de las manos. También es verdad que, aún hoy, no es tan frecuente que quienes, por sus medios, podrían interesarse en el arte contemporáneo, lo hagan e inviertan en él. En la última década, sin embargo, sí se ha visto un incremento del coleccionismo.
—¿Considera que el arte es un lujo?
—Poseer el arte es un lujo. Claro que puedes disfrutar de él en los museos y las galerías.
—Usted, que se mueve tanto en el mundo del arte como en el empresarial, ¿ha notado que las empresas se hayan decidido al fin a invertir en arte?
—Sí, lo he comprobado. Y mucho. Las empresas importantes han creado fundaciones que están comprando mucho y son ellas las que de verdad están moviendo el mercado del arte en España, no los particulares.
—Usted se ha centrado en el arte español, pero también ha adquirido obra de algunos artistas internacionales.
—Sí, he comprado obras de Anthony Caro, de Schnabel, de Condo, de Bleckner…
—Y compra sobre todo en galerías, ¿no?
—Sí, sólo una vez adquirí una obra en una subasta, un cuadro de Antonio Saura. Yo no soy jugador, y la subasta me parece un juego, algo sometido un poco al azar.
—¿Y en Arco?
—Claro. Por ejemplo, el último año adquirí en la galería OMR un cuadro de Ocampo, que me han pedido prestado para la Bienal de Venecia.