CAAC, Sevilla
Ai Weiwei, monástico y mundano
Ai Weiwei vive y trabaja sumergido en la contradicción. China pretende apoyar su dominio comercial global con una soft diplomacy en la que el arte contemporáneo juega un destacado papel y su artista más conocido en el exterior tiene el pasaporte retenido por la policía. Por eso no ha estado en Sevilla, mientras que sí visitó Madrid y Barcelona en 2009 con motivo de su exposición en Ivorypress y su instalación en el Pabellón Mies van der Rohe. Su celebridad como artista ha facilitado que las causas civiles que abandera, valientemente, sean conocidas y apoyadas desde muchos países… al tiempo que él se promociona con obras que denuncian los hechos. El dinero, sin embargo, no parece ser su motor. No ha cobrado un euro por esta exposición en el CAAC, si bien ninguna de las obras viene de su estudio en China y su intervención se ha limitado a aprobar el proyecto que le propusieron los comisarios, Juan Antonio Álvarez Reyes y Luisa Espino. El CAAC ha jugado bien las cartas: con un presupuesto muy ajustado ha logrado pergeñar una exposición que ofrece un acercamiento suficiente a una faceta importante en la obra del artista, la cerámica, y que tiene pleno sentido en el contexto arquitectónico de La Cartuja, antigua fábrica de loza Pickman. La expectación era muy grande y ha tenido el esperado eco mediático pero no deja de ser una modesta representación del trabajo del artista, que ahora mismo lo muestra de manera más amplia en el Hirshhorn Museum de Washington. Son básicamente seis instalaciones de obras que en parte ya habíamos visto en España y que funcionan muy bien en los soberbios espacios del monasterio. Quienes visitaran la exposición en Ivorypress y su stand en ARCO el año pasado reconocerán varias piezas en cerámica (los pilares, la sandía, la burbuja azul), las célebres fotografías que documentan la rotura de una urna de la dinastía Han (Dropping a Han Dinasty Urn, 1995) y uno de sus poliedros de madera (Divina Proportione). La colección Helga de Alvear ha prestado este último y otras dos obras, vinculándose sólo una de ellas, el conjunto de supuestos vasos neolíticos “decorados” con pintura industrial, con el tema central de la muestra. La otra es la gigantesca lámpara de cristales rojos (Descending Light, 2007) que yace, derrumbada, en el suelo y que genera un particular clima lumínico, y onírico, en la nave de la iglesia. Forma parte de un reducido conjunto de esculturas que aluden a una de las industrias exportadoras chinas y que, no por su concepto sino por su forma, resultan algo ajenas al núcleo central de proyectos de Ai Weiwei; me recuerdan a obras de Joana Vasconcelos. Ese núcleo sería el de la acumulación ordenada, entre el minimalismo y el ready made, de “objetos elocuentes” que se refieren a una realidad socioeconómica problemática, en una intersección también conflictiva entre la tradición y el futuro.
Percibimos en Sevilla una cuestión que es capital en el discurso del artista: la producción en masa, gracias a una abundante y barata mano de obra, de objetos exportables que otrora tuvieron un elevado valor artesanal o artístico. Su propio estudio funciona como una empresa moderna que en muchas ocasiones externaliza la producción: así ocurre en las obras realizadas en porcelana, encargadas a los trabajadores de Jingdezhen, que ha sido durante 1700 años la capital de esta artesanía. Ellos han moldeado, cocido y pintado las toneladas de pipas que han visitado ya varios museos en el mundo y que cubren aquí el pavimento de la capilla donde se enterró a Colón. Curiosamente, el girasol procede de América. Es una pena que tanto en la Tate Modern, donde se temía -exageradamente- que el polvo producido por el roce dañase las vías respiratorias de los visitantes, como aquí, donde el prestador lo ha exigido para evitar hurtos, se impida el paseo sobre las pipas.
Los comisarios han elegido con mucha intención los espacios para cada una de las obras. En el refectorio, El fantasma de Gu bajando la montaña (2005), “desfile” de vasijas a imitación de una del siglo XIV vendida en subasta a precio récord, provoca una fricción histórica y cultural por tratarse del lugar en el que comían los monjes cartujos, los más austeros entre las órdenes cristianas; en la sacristía, donde colgaron dos obras de Zurbarán -hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla-, las porcelanas hacen pensar en los bodegones de cerámicas del maestro español y se impregnan de un espíritu contemplativo. En la capilla de la Magdalena, la más antigua del complejo monástico, se han situado los vasos neolítico, subrayando la vinculación -crítica- al expolio arqueológico que padece China, a la celerada destrucción del patrimonio arquitectónico y mueble en aras de la construcción de un nuevo país que no quiere mirar atrás. En la capilla con el retablo barroco, el poliedro no sólo remite a la talla en madera sino que interactúa con el diseño geométrico del suelo.
Hay muchos artistas en el mundo jugándose el cuello. ¿Por qué Ai Weiwei se ha convertido en el paradigma de artista político? Sus doce años en Nueva York le convirtieron en un personaje casi indispensable en el despegue internacional del arte chino en los años 90. El prestigio intelectual y político heredado de su padre ayudaba, y su espíritu emprendedor: se labró una carrera como arquitecto -ha firmado unos 60 proyectos- y se supo relacionar con las personas que estaban propiciando la exportación del arte chino: sus socios en el China Art Archives, Hans Van Dijk y Frank Uytterhaegen y, sobre todo, el coleccionista Uli Sigg, que le abrió las puertas de Suiza acercándole a Harald Szeemann y a su primer galerista europeo, que, junto a la Faurschou Foundation, sigue teniendo el mayor control sobre la comercialización y difusión de su producción, Urs Meile. El mercado del arte internacional creó a Ai Weiwei como estrella artística. Si no fuera mediático no cotizaría. Si no cotizara no sería mediático y no podría proyectar sus denuncias.
(Publicado en El Cultural)