Ojalá fuera de otra manera pero, por lo general, las grandes operaciones de patrocinio cultural –también en buena medida el deportivo- sirven para “lavar la imagen” de importantes empresas que tienen algún que otro trapo sucio. Es frecuente que su propia actividad principal no cuente con las simpatías de una parte importante de la población, o que haya sobrepasado los límites de lo socialmente aceptable en alguna rama del negocio. Cuestiones relacionadas con el medioambiente, la salud pública, la explotación laboral, la discriminación por cualquier causa, el enriquecimiento excesivo a costa del cliente… La llamada “responsabilidad social corporativa” viene en ayuda de estas empresas para intentar hacer olvidar su cara más oscura. También algunos países con situaciones internas alejadas de la democracia practican la “compra” de una imagen internacional más favorable a través de la acción cultural. Como China. O como el emirato de Abu Dhabi.

Las instituciones culturales o, mejor dicho, sus directores y los responsables políticos que en último término sancionan estos tratos, no son unos ingenuos que ignoren las facetas espinosas de esos patrocinadores. Pero, bien necesitan esos fondos para mantener o incrementar el “tren de vida” de la institución, bien son lo suficientemente ambiciosos como para elegir a los socios más poderosos en la carrera de la cultura globalizada. Las negociaciones entre ambas partes y las posibles desavenencias suelen quedar en secreto pero en estas últimas semanas hemos leído informaciones que revelan la complejidad social, política y económica de estas alianzas.

De un lado, Liberate Tate, un grupo de artistas y activistas que tienen desde 2010 como objetivo acabar con el patrocinio de la petrolera BP a la Tate, han llevado a cabo una nueva serie de performances en el museo para llamar la atención de la opinión pública. Acusan a BP no sólo del desastre ecológico ocasionado por el vertido en el Golfo de México sino también de extracciones devastadoras en Canadá, de prospecciones amenazantes para el Ártico y de las emisiones de gases que la empresa provoca. Piden que cese la relación de los museos Tate con ella, y además reclaman que se desvelen los importes que ha entregado, amparándose en la ley de Libertad de Información. Esta segunda petición nos lleva a recordar que en las prácticas de patrocinio en España esos importes se nos ocultan a menudo; algo con lo que la futura Ley de Transparencia debería terminar. Liberate Tate se constituyó en el contexto de una seminario organizado por la Tate Modern, como consecuencia de la prohibición explícita que impusieron los organizadores de criticar de alguna manera a los patrocinadores del museo. Y esto suscita otro debate: ¿hasta qué punto determina el patrocinador lo que se hace y se exhibe en un museo?

De otro lado, el diario Libération filtró en abril una carta del jeque Sultan el bin Tahnoon Al Nahyan, presidente de la Autoridad Cultural y Turismo de Abu Dhabi, que hace ya un año expresaba su descontento sobre los esfuerzos de museo francés para hacer avanzar los acuerdos. Este caso pone al menos dos cuestiones sobre la mesa: la referida ceguera voluntaria de los responsables del museo, que miran hacia otro lado para evitar los conflictos éticos que plantearía la colaboración con la dictablanda árabe, y un posible error de cálculo al considerar que estos socios serían dóciles patrocinadores sólo preocupados por darse el “lujo” de comprarse una sucursal del Louvre. Aquí no se ha manifestado, como en la construcción de otra de las franquicias museísticas proyectadas, el Guggenheim Abu Dhabi, una liga de artistas para denunciar las condiciones en las que trabajan los obreros inmigrantes. El proyecto de Jean Nouvel está en marcha –tras muchos retrasos- y se espera poder inaugurar el edificio en 2016. El emirato ha comprometido casi mil millones de euros para este proyecto -400 de ellos sólo por utilizar el nombre del museo- y se siente defraudado por la falta de implicación de los franceses. Es más: el jeque ha solicitado recientemente una auditoría sobre las compras que el Louvre está realizando para la colección en el emirato, pagadas por éste. Existen recelos, motivados por operaciones como la que se describe en el artículo citado de Libération: el Louvre encargó a Cy Twombly que hiciera un boceto para pintar el techo de la sala de los bronces, lo que éste hizo sin remuneración oficial, pero le compraron, a través de la galería Gagosian y con cargo a Abu Dhabi, una serie de nueve cuadros. ¿Les suena? Algún día habría que conocer las razones últimas de las adquisiciones del Guggenheim para la colección de Bilbao. Las obras que ya pertenecen al Louvre Abu Dhabi, sin personalidad propia, se exponen estos días en el emirato, como adelanto del evento inaugural.

Seguramente tendremos en el futuro más noticias sobre ambos conflictos.