Gonzalo Puch, hombre del tiempo
Galería Helga de Alvear, Madrid
Publicado en El Cultural

Gonzalo Puch (Sevilla, 1950) es uno de los fotógrafos españoles de ya prolongada trayectoria que más ha contribuido a la plena integración de la fotografía en los discursos artísticos actuales, debido a su actitud favorable a la contaminación entre los medios —hay mucho de escultórico y de teatral en su trabajo— y a su apuesta por una imagen-pensamiento. Su trabajo se fundamenta desde hace varios lustros en una particular “escenificación de procesos mentales” que se refieren a las relaciones del artista con el entorno individual —su trabajo en el estudio— y social, tocando a menudo temas relacionados con el medio ambiente. En esta primera exposición en la galería Helga de Alvear revela la evolución que su obra ha experimentado en los dos años transcurridos desde su anterior individual en Madrid. Nada se ha roto de manera abrupta respecto a sus propuestas anteriores pero percibimos algunos cambios notables. El primero es un desarrollo físico de la dimensión escenográfica que siempre ha estado presente en él. Ya en Pepe Cobo introdujo en la galería una serie de construcciones con pantallas de vídeo encastradas, así como cajas de luz que adquirían una particular presencia escultórica. Después ha ampliado esa experiencia, por ejemplo en la Casa Pemán de Cádiz, donde la exposición se titulo elocuentemente Palacios de cartón, para llegar a esta instalación del espacio principal de Helga de Alvear en la que las imágenes —una gran fotografía panorámica, una pequeña pantalla de vídeo y un gráfico— pesan mucho menos que el set arquitectónico. Digo set porque se trata de una construcción claramente efímera y creada, además de para ser expuesta, para ser fotografiada. Y sólo para ser mirada.
El falso suelo, por ser de material frágil y estar pintado de blanco, no se puede pisar: el espectador ha de rodear el escenario sin poder acceder a él —lo que resultaría necesario para apreciar mejor algunos detalles—, por lo que tiene una experiencia de alguna manera incompleta. El título de la muestra, Introducción a la meteorología, da la clave para interpretar el gran globo de plástico blanco con líneas dibujadas que simulan un mapa de isobaras, los dos tanques con agua sucia y limpia que hablan de polución y trasvase, el pequeño vídeo de la orilla del mar, en el que vemos hoy la amenaza de elevación de su nivel por el cambio climático, o las plantas y pequeños árboles (qué lástima) que van a secarse progresivamente en el tiempo que dure la exposición como metáfora de desecación. No se trata sin embargo de un cuadro catastrofista: la diafanidad y el distanciamiento emocional hacen que estas cuestiones se perciban fundamentalmente como temas plásticos. Y ahí radica la relativa debilidad de esta obra respecto a otros trabajos anteriores de Puch, que provocaban una mayor implicación del espectador por medio de la sorpresa y la intriga. Los “acontecimientos” dramáticos —no precisaban necesariamente de actores pues los objetos parecían dotados de una existencia casi inteligente— que protagonizaban otras obras han cedido el paso a una actriz única, la asistente del artista, que ejecuta un guión deliberadamente inexpresivo. Lo más interesante de las fotografías que se muestran en la segunda sala de la galería es que se basan en un trabajo de construcción y destrucción que tiene lugar en el estudio, de una manera secreta, remitiéndonos al igual que la instalación a esa idea de laboratorio tan atractiva en Puch. El “interior” vuelve a ser, tras la excursión a la naturaleza relatada en el Jardín Botánico en 2006, la terra incognita del artista, de la que su asistente hace una exploración equilibrista.
Pero quizá el cambio más llamativo sea la utilización del software digital para modificar las imágenes, incluyendo la desaturación del color. Cuando en junio de 2003 El Cultural invitó a Gonzalo Puch a participar en una mesa redonda sobre fotografía, a la cuestión planteada sobre la creciente presencia de la fotografía digital, respondía: “No me preocupan las novedades tecnológicas, que dependen mucho de estrategias de mercado: no tengo la necesidad de lanzarme a todo ese mundo nuevo. La fotografía convencional, tal como yo la practico, en el sentido de preparación, de buscar una representación de unos personajes en un lugar determinado con unos contenidos determinados, me sirve todavía. Cuando alguien critica las nuevas tecnologías todo el mundo se le echa encima y piensa que es un personaje anacrónico. Hay que criticarlas porque hay que saber a dónde van. No tengo nada contra ellas, pero como dice también Virilio, ¿cuáles son las pérdidas y cuáles las ganancias?”. Todos tenemos derecho a cambiar de opinión y parece que Puch ha detectado las posibles ventajas del trabajo digital pero, aparte de la clonación de la joven, las transformaciones no tienen un gran efecto. Tal vez le saque más partido en el futuro.