Estrellas en las manos
La New Gallery, Madrid
Un pintor al que probablemente conocen pidió a diversas personas que le propusieran un tema que él debería representar. Yo le puse difícil el reto: hacer visible el oscuro océano que los astrónomos suponen que existe bajo la corteza helada de Europa, luna de Júpiter. Creo que no se animó a cumplir con el encargo. Lo recuerdo ahora, pensando sobre esta exposición en Madrid de Ángel Masip (Alicante, 1977) con la que traslada al espacio cósmico su ya prolongado trabajo sobre el paisaje, resumido en la excelente muestra, simultánea, que puede verse en la Parking Gallery de su ciudad natal. Masip, que reivindica el paisaje como experiencia vital pero que ha intentado huir de los estereotipos culturales y artísticos asociados a él, demuestra ahora por los cielos incógnitos un comprensible interés, compartido por no pocos creadores contemporáneos. También existen convencionalismos en la representación del espacio pero se trata sin duda de un ámbito mucho menos trillado que el paisaje terrícola y, en él, la ambigüedad entre lo natural y el artificio que Masip provoca encuentra un ámbito perfecto para manifestarse. Lo engañoso y las expectaciones trastocadas se enuncian ya en el título de la exposición, Meteorismo, que, yuxtapuesto a la imagen de un meteoroide, nos distrae del escatológico significado real de la palabra (humor grueso que no le sienta bien a la obra).
Como pintor, Ángel Masip se ha abierto a muy diversas innovaciones técnicas que confieren a su trabajo cualidades formales muy interesantes. Utiliza grandes bastidores exentos y neones (con connotaciones publicitarias), amplias superficies de plástico, combinación de técnicas manuales y de reproducción mecánica… El “marco”, en un sentido muy amplio, se relaciona con las imágenes y con el espacio expositivo de formas inesperadas, dando a las obras dimensiones escultóricas; a veces, los cristales dejan de tener una función utilitaria, protectora, para convertirse en soporte… y su transparencia, junto a los medidos efectos de sombras y reflejos, dificultan la percepción de lo pintado y/o impreso. Algunos de estos recursos se encuentran en esta exposición, protagonizada por una gran instalación al fondo de la galería, con su propio backstage, que resulta opaca y poco elaborada en comparación con otras realizaciones suyas de este tipo; en la sala inferior, sin ir más lejos, podemos vislumbrar la complejidad técnica que puede alcanzar su pintura, incluso cuando no pone en juego la mayor diversidad matérica. Otras piezas, papeles en gran parte, lo compensan.
El cosmos de Masip está al alcance de la mano: tiene cualidades táctiles. Los cuerpos celestes de sus “panorámicas” astrales son fragmentos, residuos recogidos tal vez en el propio estudio: astillas de madera, trozos de cerámica, de papel de aluminio, de cristal, piedras… sobre salpicaduras de cemento, un material que podría subrayar metafóricamente la condición de paisaje “construido”. También nos pone en las manos las “estrellas”, pequeñas esculturas de espejo roto con focos de luz interior, deliberadamente toscas. Pero esa experiencia táctil no es sólo física; se evoca también en las texturas representadas en los acercamientos a los “planetas” imaginados, como cortezas arbóreas o estratos pétreos. No hay aquí, al parecer, ninguna imagen real del Universo (si podemos calificar como “real” lo que nos transmiten las herramientas científicas). Lo que nos propone el artista es una serie de compuestos con los que nosotros debemos generar, a medio camino entre lo consciente y lo inconsciente, con lo que sabemos o con lo que imaginamos, esas visiones siderales.
(Publicado en El Cultural)