Instituto de México en España, Madrid
Del 27 de septiembre al 30 de octubre
(Publicado en Art Nexus)

Tras su participación en la última edición del festival aragonés de fotografía Huesca Imagen, Patricia Martín (Mérida, Yucatán, México, 1972) ha traído a la sala de exposiciones del Instituto de México en Madrid dos de sus series más recientes: “Utopías del espejo”, presentada en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca en 1999, y “Residencia”, que pudo verse en la galería Nina Menocal de Ciudad de México el año pasado. A través de ellas, la obra de la joven fotógrafa mexicana enlaza con una serie de constantes en la historia del arte que tienen mucho que ver con la definición de la identidad del artista. Se trata del recurso al autorretrato repetido una y otra vez como medio para estudiar la propia realidad anímica o psicológica, de la utilización (en este mismo género) del disfraz, que permite asumir otras identidades o subrayar rasgos de la propia, y del trabajo con el propio cuerpo, entendido como fisonomía expresiva y como campo de batalla artístico. Sin embargo, los procedimientos utilizados por ella tienden a oscurecer, literalmente, cualquier posible revelación. En sus fotografías, todo ocurre en las sombras. Las líneas se mueven, se desdibujan y se desfiguran, creando una sensación de irrealidad que contradice la objetividad fotográfica.

El espejo pertenece al mundo de los sueños, las pesadillas y las leyendas. Suscita apariciones, devolviendo las imágenes que recibiera en el pasado, o anula distancias. Es la puerta por la que el alma puede disociarse y pasar al otro lado. Crea el doble. Las imágenes de “Utopías del espejo” parecen surgidas de un sueño submarino en el que una mujer anfibio -la artista- lleva una enigmática y solitaria existencia. Hace su toilette, se recuesta cual odalisca, se enmascara para una sesión de adivinación (?). Y se entrega a una mirada deformante: la suya propia. Una mirada que hace surgir distorsiones de la perspectiva, desproporciones entre los miembros que no buscan, como en uno de los primeros exploradores de esas monstruosidades fingidas, André Kertesz, el efecto chocante o la elegante composición lineal; es algo que se pretende más interiorizado y alucinatorio, como queda subrayado por el extraño cromatismo las fotografías y, en particular, por una en la que, sobre un pavimento en damero, pies y manos bailan al ajedrez.

Si en trabajos anteriores, como “Ojos negros, piel canela” (inspirado en las antiguas tarjetas de visita), el interés de Patricia Martín por la historia de la fotografía quedaba patente en forma de apropiaciones estilísticas, en “Residencia”, de estética más actual, esa inclinación se manifiesta en la elección de la cámara más primitiva, hecha de madera y cartón, para la captación de las imágenes. Por el contrario, el positivado, en blanco y negro, se ha realizado con la tecnología más moderna, impresión digital por sublimación de tinta, con lo que en el desarrollo del proyecto se produce un solapamiento de tradición y modernidad que parece haberse constituido en un interesante camino para ella y otros artistas. En este sentido, la serie recuerda, por ejemplo, a las últimas obras de Tracey Moffatt, “Láudano” o “Los sueños”, con las que comparte no sólo el aspecto artesanal de las copias, que remite al viejo y moderno pictorialismo, sino también la carga onírica, que encuentra en estos acabados aparentemente imperfectos y nebulosos una forma de expresión idónea. “Residencia” es una galería de fotografías de fantasmas, de apariciones. Una parte de la serie, al igual que “Utopías del espejo”, presenta a una mujer desnuda, esta vez en un entorno más identificable como doméstico, sometida a las comentadas distorsiones ópticas. En la otra, mucho más potente, esa mujer se acompaña con “atributos” o “prótesis”, que en algunas ocasiones ocultan su rostro. Recreaciones de enmascaramientos rituales de origen totémico, sólo que los tótems, a excepción de una gran cabeza de ciervo, son objetos extraños y de alguna manera “abstractos”, además de difícilmente reconocibles: una bola blanca, una torre, una gran bala de cañón.

En la ficción fotográfica, una figura se recluye, se esconde. Paradójicamente, la exposición pública de las obras la arranca de ese enclaustramiento para llevarla, impúdicamente, ante la mirada inquisidora del espectador. Patricia Martín, con todos sus aciertos técnicos y poéticos, no escapa a la poderosa tendencia al narcisismo que aqueja al arte actual, situándose en un territorio ambiguo entre la introspección y el exhibicionismo.