Encuentro Mundial de las Artes. Valencia

Hablar de modelos de estudios artísticos requiere en primer lugar plantearnos cómo entendemos la actividad del artista en el contexto social y económico: bien como un profesional liberal con una función que desempeñar, equiparable a un periodista o un médico, bien como alguien que voluntariamente renuncia a inscribirse en los procesos de producción y utilidad realizando una actividad que hoy es “marginal”. La transformación de las antiguas academias y escuelas en facultades universitarias de Bellas Artes supone el reconocimiento de que los estudiantes se preparan para obtener un título que les capacite para ejercer una profesión. Y nada es más falso. Como decía en un artículo Juan Millares, profesor de Audiovisuales en la Complutense, un verdadero artista puede ser analfabeto, autodidacta o Registrador de la Propiedad, mientras que un licenciado en Bellas Artes puede ser artista, profesor de Instituto o vendedor de libros. Ni licenciatura equivale a profesionalización, ni la formación intelectual que se adquiere en la Universidad garantiza la excelencia del creador. La categoría universitaria de estos estudios crea expectativas de cualificación y de futuro, cuando son pocos los que consiguen deshoy lo habitual es que quienes pretenden dedicarse al arte emprendan estos estudios universitarios, a pesar de que el modelo de enseñanza pública del arte sea en España, según reconocen estudiantes, artistas y una parte significativa del profesorado, poco adecuado a los tiempos.

Las facultades de Bellas Artes, es cierto que unas más que otras, perpetúan el modelo de enseñanza académica. Los planes de estudios se han flexibilizado en los últimos a
pués hacerse un hueco y vivir de su trabajo. ¿Por qué y para qué entonces los estudios universitarios de Bellas Artes? 
Hay que tener en cuenta que durante las dos últimas décadas, la formación universitaria ha sido casi un imperativo para los jóvenes que finalizaban los estudios secundarios. En España, el desarrollo del antes casi inexistente mercado del arte prometía un futuro menos negro a los aspirantes a artistas, y se vislumbraban algunas salidas alternativas a la creación, como la restauración, el diseño… Por otra parte, la licenciatura justifica en cierta medida la censura familiar y social a una actividad inestable y a menudo económicamente frustrante. Así que ños, con más asignaturas optativas que permiten en parte a los alumnos diseñar su formación según sus intereses. El problema mayor es la ausencia de referentes y de estímulos. Los profesores universitarios son a menudo funcionarios que han abandonado sus propias carreras artísticas y que no tienen una presencia expositiva. Con excepciones, son artistas mediocres capaces quizá de enseñar una técnica o de dar orientación teórica, pero no de transmitir creatividad o experiencia. Pocos artistas jóvenes españoles pueden presumir en su currículum de haber estudiado en determinada facultad y, sobre todo, de haber sido discípulos de tal artista de renombre. Porque muy pocos artistas de renombre son profesores. Naturalmente, talento artístico no significa talento docente, pero hay muchas maneras de integrar a los artistas destacados en la enseñanza: a través de talleres, seminarios, conferencias, visitas a estudios… Cosas que no suelen hacerse en la universidad pública por rigidez administrativa o desinterés de los directores de departamentos.
Personalmente pienso que no se puede enseñar a ser artista. No creo que la Universidad sea la institución más adecuada para quienes quieren ser creadores y no recomendaría a ningún joven que emprendiera estudios universitarios. Al fin y al cabo, a ningún artista se le exige nunca un título para hacer una exposición, responder a un encargo de cualquier clase o darle un premio. Sólo en determinados casos en que se persiguen becas de ampliación de estudios, en nuestro país o en el extranjero, es necesaria la titulación. El problema hoy es que apenas hay alternativas, pero debemos empezar a dibujarlas. Para empezar, el joven con vocación artística debería tener más iniciativa y movilidad. Es demasiado cómodo pensar que en un mismo lugar nos van a imbuir de todos los conocimientos que apetecemos. Deberían existir centros que podríamos llamar de “estímulo a la creación”, en los que los jóvenes artistas pudiesen acceder, sin exámenes, a cursos, talleres o seminarios, siempre en contacto con artistas nacionales e internacionales de calidad e influencia, o con los críticos en activo. Lugares con distintos enfoques entre los que poder elegir o que poder contrastar. En los que poder trabajar, realizar intercambios y organizar actividades con los alumnos. Incluso en los que poder exponer. Serían lugares no tanto de enseñanza como de información privilegiada en los que la oferta de acontecimientos fuera constante. Lo más parecido que tenemos hoy son centros como Arteleku o Hangar, pero hay que ir más allá, y hay que aspirar además a que sean centros, si no completamente públicos, y no habría que renunciar a esa posibilidad, sí al menos fuertemente subvencionados, con abundantes becas.
¿Sería difícil hacer realidad este modelo? Demasiados estudiantes de Bellas Artes en este momento, unos 12.000, como para suprimir de golpe la titulación universitaria, que por otra parte, muchos han defendido y defienden como si el arte necesitara aún diferenciarse de la artesanía y demostrar que no es actividad manual sino intelectual. Pero al menos podría intentarse que existiera como alternativa.
La segunda cuestión que debemos tratar en esta sesión es de muy distinta naturaleza. Se trata de la educación artística de los ciudadanos. Para empezar deberíamos intentar ser pragmáticos y no pensar en la sociedad ideal de ciudadanos cultos, sensibles, reflexivos y hasta críticos, sino en la sociedad real. A la sociedad real el arte le trae sin cuidado. La inmensa mayoría de la gente que nos cruzamos por la calle tiene otras cosas mucho más inmediatas, y más importantes para ellos, en qué pensar. Claro que ha aumentado muchísimo en los veinte o veinticinco últimos años la cantidad de personas que van a los museos o a ver exposiciones o que incluso tienen verdaderamente inquietud por aprender, pero aún así son una -casi diría- ínfima minoría. ¿Qué significa que una gran exposición tenga 100.000 visitantes en Madrid? La mitad serán extranjeros y tendremos bastantes grupos de escolares. Supongamos que de unos tres millones de habitantes en la ciudad, 50.000 han respondido a esa convocatoria extremadamente atractiva, más o menos fácil de digerir y hasta publicitada. No llega al dos por ciento de la población. Y eso si hablamos de las grandes ciudades, porque en muchas capitales de provincias, y no digamos en el medio rural, el arte actual prácticamente no existe. ¿Qué formas de creatividad llegan a segmentos más o menos amplios de población? Las más industrializadas y las más banales. La moda, la música más ramplona, el cine más comercial.
Con esto quiero decir que me parece absolutamente utópico hablar de responsabilidad cívica de las artes cuando existe tanta indiferencia en la sociedad hacia las artes. Sí creo, sin embargo, que el disfrute de las artes, y naturalmente no hablo sólo de las artes visuales, puede hacer más felices a los hombres y avivar sus vidas espirituales. Dudo que esto nos convierta en mejores ciudadanos. La educación en el respeto, la tolerancia, la generosidad y la responsabilidad sí hacen buenos ciudadanos; la educación en el arte hace ciudadanos más cultos, más sensibles y probablemente más cuidadosos de la belleza -sea natural, monumental o de lo cotidiano-.
Esto es lo suficientemente importante como para hacer un esfuerzo por mejorar la educación artística actual. El colegio es desde luego la base. Por lo que sé, las escuelas de magisterio carecen de la especialidad de expresión plástica, y muchas veces la enseñanza del arte se limita a los trabajos manuales. En secundaria, pueden recibirse clases de dibujo técnico o de historia del arte según las ramas escogidas, pero lo más habitual es que el alumno salga de la enseñanza obligatoria prácticamente virgen en arte. Hay que hacer un gran esfuerzo en mejorar esta situación, y no parece que los planes de estudio se encaminen a una más completa formación humanística.
Pero la educación artística de los ciudadanos no se limita a la escuela. Han proliferado los cursos en los museos y asociaciones culturales varias, y aumentado mucho la información sobre el arte en los medios de comunicación escrita, con reportajes, crítica de actualidad. Pero estas vías de difusión siguen siendo muy minoritarias. Sólo leen las revistas de arte o los artículos de prensa los ya iniciados. El gran objetivo debe ser el gran público. Y al gran público se llega a través de la televisión. Con programas no elitistas, hechos con conocimiento de causa y con presencia de los artistas actuales.
Uno de los más importantes problemas a los que nos enfrentamos es la supuesta dificultad de comprensión del arte contemporáneo. Hay algo de verdad en ello, pero también algo de falacia. Quizá existan demasiadas mediaciones entre la obra de arte y el espectador. Una parte de la crítica actual tiende al escolasticismo, y parece dirigirse a sí misma más que al posible público, abandonando su función educativa. El propio artista es capaz de comunicar por sí mismo.
El objetivo fundamental debería ser la comunicación. Y cuando hablamos de comunicación hemos de aspirar a una mayor amplitud de la audiencia. ¿Qué formas de arte pueden llegar a ejercer influencia sobre la sociedad? Las que son más vistas. El cine, sobre todo. Pero en cuanto a las artes plásticas, el arte público. Un arte cívico, para la ciudad y para la comunidad.