Cien millones, mil, diez
Tate Modern
Publicado en El Cultural
Bourgeois, Muñoz, Kapoor, Eliasson, Nauman, Whiteread, Höller, Salcedo, Gonzalez-Foerster, Balka y… Lástima que a Ai Weiwei no le correspondiese ser el décimo, en lugar del undécimo, en la lista de los artistas estrella que han recibido el encargo de transformar la Sala de Turbinas de la Tate Gallery. A Ai le gustan los números y le gustan redondos. Ha cubierto con cien millones de réplicas en porcelana de pipas de girasol mil metros cuadrados de suelo. Nos cuenta que la ciudad donde se han producido artesanalmente, Jingdezhen, situada a mil kilómetros de Pekín, se ha dedicado a la producción de porcelana imperial durante mil años. Se han dispuesto sobre el suelo de la Sala de Turbinas alcanzando un espesor de diez centímetros. Más números, menos redondos: 1.600 personas han trabajado durante dos años en la fabricación de las pipas, cuyo peso total sobrepasa las 150 toneladas. Antes de eso, cuando estuvo en Nueva York, a partir de 1981, hizo diez mil fotografías; invitado a realizar un proyecto para la Documenta de Kassel, llevó a mil chinos a la ciudad alemana. Es evidente que una de las estrategias de Ai es la acumulación.
El proceso ha sido largo y durante el mismo Ai Weiwei ha ido mostrando las pipas en distintos contextos, sin revelar que iban a protagonizar su instalación en Londres. En febrero de este año llevó una tonelada de pipas a la Arcadia University Art Gallery en Philadelphia en el contexto de la exposición retrospectiva Dropping the Urn -título de una secuencia fotográfica que muestra cómo el artista deja caer al suelo una valiosa vasija Han-, centrada en las obras realizadas en cerámica por el artista. La muestra viajó después al Museum of Contemporary Art de Portland, Oregon. En primavera instaló un cuarto de tonelada en la Heines Gallery de San Francisco, dispuestas en un montón. En 2009, además, había hecho una edición -treinta ejemplares- para el New Museum de Nueva York consistente en un tarro de cristal que contiene mil pipas de porcelana. Ahora se produce la apoteosis seminal, con las cantidades sorprendentes ya mencionadas y el salto a la esfera pública que aporta la Tate Modern.
Si bien a nivel visual la obra es literalmente “gris”, a nivel conceptual es extraordinaria. Tiene capas y capas de significado. Es una denuncia de las penurias, la carestía de alimentos, a las que se enfrentó durante la etapa más dura del régimen de Mao el pueblo chino, que subsistió a base de pipas, y a la vez una ridiculización de la imagen de dicho líder comunista como Sol que dirigía el giro de las mentalidades de su pueblo. El proyecto es también una demostración de la esquizofrénica situación del buen arte actual, suspendido en el abismo que separa el frívolo mercado -la inauguración coincidió con la semana de la feria Frieze- de las potencialidades del arte como agente de transformación social: el encargo ha dado trabajo a muchas personas en situación económica muy comprometida, ha inyectado en los habitantes de Jingdezhen confianza en el futuro de la industria de la porcelana y se ha ganado una mención segura en la historia de la ciudad. Así puede comprobarse en el vídeo que sirve de introducción a la instalación y que muestra todo el proceso de producción.
Pero no olvidemos que este artista es un acabado businessman y que no le hace en absoluto ascos al mercado. Por otra parte, Ai Weiwei ha llevado al paroxismo su obsesión por la dialéctica entre original y réplica y la transmutación de los objetos, imitados con otros materiales -mármol, porcelana- que los hacen inutilizables y los insertan simbólicamente en el ámbito del arte. La porcelana es piedra, caolín molido, moldeado y cocido; asociado a la semilla de girasol, suma significados vinculados a la tierra y a la persistencia. Dialéctica también entre pasado y presente, entre los símbolos más respetados de la historia y el arte chinos y las paradojas del brutal desarrollo económico del país. Y entre lo individual y el todo, lo minúsculo y lo gigantesco, haciendo tal vez referencia a la enormidad del territorio chino y sus tantas particularidades geográficas; a la enormidad de la población china y a las vidas siempre distintas de cada uno de los ciudadanos. Todo ello, recordando siempre a sus compatriotas que deben hablar, oponerse a la dictadura, y recordando al mundo que los agasajados dirigentes chinos son responsables de muchas desgracias.
La Sala de Turbinas ha inaugurado una nueva tipología de espacios para el arte: es un ágora en la que interactúan arte y ciudadanía. Hay en el mundo plazas, parques y jardines en los que el arte se integra en la esfera pública, pero no hay otro foro cubierto con tales dimensiones y tal capacidad de seducción. Ai quiso que los visitantes caminaran sobre las pipas como en una playa pedregosa, se tumbaran, se enterraran, tocaran y hasta se llevaran un pequeño souvenir en el bolsillo. Así la visité. Pero cometió un error: no previó que todo ese movimiento levantaría una nube de polvo que puede presentar riesgos para la salud de algunas personas. La instalación estuvo sólo dos días abierta al tránsito y ahora sólo se puede ver desde lejos, detrás de una valla. Se ha perdido la experiencia táctil y auditiva de la obra y queda sólo la visual, y frustrada por la imposibilidad de observar de cerca las pipas. Ojalá se solucione el problema.