Diseñart. Septiembre de 2007
Museo Patio Herreriano, Valladolid

La mirada vidriosa

El ideal estético y moral de la transparencia que formulara Paul Scheerbart en su libro Arquitectura de cristal (1914), texto que esta muestra toma como punto de partida, ha calado en nuestra cultura occidental. Pero las ideas de Scheerbart perdieron pronto su carácter utópico para ser utilizadas por el poder político y económico, a la vez que los artistas lo sometían a una profunda revisión crítica aún en curso. Guillaume Désanges y François Piron, los jóvenes comisarios franceses de esta exposición, han abierto mucho el abanico de significados, implicaciones y formatos en los que se ramifica el concepto, logrando una visión de conjunto complicada pero no deslavazada.
A primera vista, podría parecer que se ha forzado la convergencia de obras que entienden en sentidos divergentes la transparencia. De un lado, como constante formal que privilegia materiales con esa cualidad en la escultura (Larry Bell) y que problematiza la relación entre luz, visión y materia (Dan Graham). De otro, como exigencia moral de verdad, de revelación ante la opinión pública de intenciones y de estrategias, con aplicaciones empresariales y políticas (Harun Farocki, Mark Lombardi). Pero enseguida entendemos que ambas esferas están íntimamente relacionadas. Aunque el punto de confluencia más evidente es el de la arquitectura de cristal como sede predilecta de grandes compañías, que utilizan los valores que se le asocian en sus estrategias de comunicación, también se percibe la conexión en el cuestionamiento que diversos artistas hacen de la ventana, de la pared vítrea -también de la pantalla de proyección-, que tendemos a imaginar como invisibles, al destacar su fisicidad y la manera en que modifican lo que vemos o lo que sentimos al cobijarnos/encerrarnos en ellas.

Son casi treinta artistas, con obras de todo tipo y fechadas en su mayor parte en esta década, aunque con importantes precedentes desde los sesenta. El interés del asunto tratado se ve reforzado por una buena cantidad de piezas de calidad, si bien se ha dado entrada a algunos creadores franceses de poco relieve que atenúan el brillo de la muestra. Una inclinación hacia lo galo que seguramente se corregirá cuando, el año que viene, se complete el proyecto con una serie de instalaciones concebidas para los espacios del Patio Herreriano. En ellas tendrán mayor cabida los artistas españoles, que son sólo dos ahora: Dora García e Ignasi Aballí. Éste se adelanta a esas futuras intervenciones con un doble trabajo sobre los cristales de un ala del patio: en la planta inferior los ha llenado de polvo negando su habitual invisibilidad; en la superior ha señalizado sobre ellos, con textos, posibles presencias en el espacio exterior, desde pájaros y estrellas a aviones, contaminantes o virus. Una extraordinaria reflexión sobre las imágenes ausentes y sobre la ventana como plano de la representación que nos retrotrae a L.B. Alberti.

La mencionada crisis de los ideales de pureza minimalista, límpida y ordenada, del arte moderno es encarnada por el famoso Condensation Cube de Hans Haacke, siempre cambiante y “vivo”, y por una filmación de la performance que la feminista Hannah Wilkie hizo en el Museo de Filadelfia a través de El gran vidrio de Marcel Duchamp. La falsa transparencia y apertura de la arquitectura de cristal es descrita en la pintura de Sarah Morris, escenificada en la instalación de Michel François, y puesta en solfa en el vídeo de David Claerbout, que utiliza el montaje digital para integrar en una vieja fotografía de un gran vestíbulo de vidrio a personajes caracterizados (años 50) que infructuosamente intentan abrir su puerta para entrar en él. En el subyugante vídeo de Marijke van Warmerdam, el goteo de leche en un vaso de agua que gira lentamente es visto como una fantasmagoría, una transformación paulatina de la transparencia en opacidad. La progresión inversa -de la opacidad a la transparencia- es motor de la genial versión que hace el cineasta experimental Martin Arnold de El fantasma invisible, vieja película de Bela Lugosi de la que va suprimiendo (digitalmente) a todos los personajes, conduciéndonos a una tensión liberada de argumento, y basada en los movimientos de cámara, acompañados por inexplicables clímax musicales, por una espectral mansión vacía.