El Cultural. 13.9.2007

En los años en que se comenzaba a organizar exposiciones de arte contemporáneo en España no era raro que se trajeran grandes colecciones internacionales a los museos; actuaciones justificadas por la escualidez de las pocas públicas que entonces había. Es de suponer que los museos han tenido tiempo para formar colecciones y que tienen medios para mostrar lo que consideran más relevante en el arte reciente. Pero parece que no es así, pues se ha acentuado la práctica de llenar salas de exposiciones de acuerdo con el gusto de ricos aficionados o, lo que es peor, de empresas que invierten en arte (y persiguen una revalorización de sus pertenencias artísticas y/o una operación de imagen). Saatchi y Taschen son los gurús de los nuevos coleccionistas, ávidos de protagonismo y ganancias. Pero ha habido otros casos recientes muy sonados de “amistades peligrosas”. La Hamburger Bahnhof de Berlín firmó un acuerdo aún vigente con Friedrich Christian Flick, que ha financiado el acondicionamiento de un nuevo espacio para que su enorme colección se vea en público a razón de dos exposiciones anuales durante siete años; el hecho de que su fortuna se originara en la fabricación de armas, con trabajadores forzosos, para el régimen nazi ha escandalizado a muchos alemanes, pero no ha impedido la bendición de altas autoridades. La Tate Modern, cada día más descocada en sus relaciones con el dinero, ha brindado sus salas a la financiera UBS, que ya ha mostrado una selección de sus fotografías, otra sus dibujos (ésta se puede ver hasta noviembre) y, se dice, planea una más de sus pinturas. No importa que Nicholas Serota prometiera en 2000 que nunca incluiría colecciones privadas en su programación: UBS está financiando muchas actividades del museo. También en Gran Bretaña, se prepara la presentación, el 21 de este mes, de la muestra de fotografías de la colección de Elton John en el Baltic Centre of Contemporary Art de Gateshead; se puede argüir, para defender la decisión, que atraerá una gran cantidad de público curioso, tal vez poco interesado en el arte aunque sí en las celebridades pero, ¿qué decir de la exposición que se inaugura el mismo día con obras de la colección de Anita Zabludowicz? El día 20 abre su propio espacio en Londres: ¿qué papel juega aquí el Baltic?

Las relaciones público/privado en la cultura atraviesan una etapa incierta. El debate es desigual, pues el sector privado ha liderado el influjo sobre la opinión pública desde los ámbitos político, económico y mediático. Las consecuencias empiezan a hacerse evidentes. Es sorprendente la despreocupación con la que estamos observando el creciente tráfico de intereses y los tanteos de dejación de responsabilidades en las instituciones públicas. Este asunto de las colecciones particulares en los museos se inscribe en esa tendencia a dejar que la cultura empresarial marque la pauta. El museo y el centro de arte público de arte contemporáneo deben interpretar la actualidad, es una de sus funciones, pero deben hacerlo con rigor. Claro que hay situaciones en las que es oportuna la presentación en ellos de una colección privada: cuando se trata de un conjunto excepcional de un tipo de obras difícilmente encontrables en otros museos o en el mercado; especializado en una tendencia o grupo de artistas y con un vínculo claro con la colección del propio museo o con su línea expositiva (en los poquísimos centros en que hay líneas expositivas); con un criterio temático o histórico de especial interés… Así, el 20 de septiembre se inaugura en Es Baluard una selección de la magnífica colección de historia de la fotografía —una vía poco transitada aquí— de M+M Auer, que ya pasó por Barcelona. Lo que no se entiende es que se dé pábulo al gusto personal de un entusiasta que no tiene sino lo que aún circula por las galerías nacionales e internacionales. Si se trata de analizar una generación, el propio museo lo puede hacer con más autoridad que el aficionado o sus asesores (que se suelen adjudicar el papel de comisarios). Si se trata de fomentar el coleccionismo, corresponde a otros la iniciativa.

Otras veces, los coleccionistas alegan que quieren compartir con el público sus tesoros. Hay formas más generosas y transparentes de hacerlo. En Estados Unidos se ha desatado la fiebre de las donaciones (con condiciones fiscales muy favorables): María de Corral ha ordenado para el Dallas Museum of Art la de las familias Hoffman, Rachofsky y Rose; el Seattle Art Museum celebra su 75 aniversario con la donación de casi 1.000 obras por parte de 40 coleccionistas. Pueden también crear sus propios museos o centros de arte, y contar incluso, cuando se trata de conjuntos verdaderamente sobresalientes, con la colaboración de las administraciones públicas. Pero el coleccionista no debería convertirse en comisario, decidiendo qué es museable. Aunque al museo con limitaciones presupuestarias le pueda salir barato.