Ayer se produjo uno de esos acontecimientos astronómicos observables a simple vista que nos fascinan: el tránsito de Venus ante el Sol. En el mercado del arte hay también mucho tránsito, aquí internacional, y muchas deidades que hacen espectaculares demostraciones de brillo y poder. El coleccionista Adam Lindemann, conocido como autor del cuestionable manual de Taschen Coleccionar arte contemporáneo, inauguró hace menos de un mes una galería en Nueva York con el rimbombante pero resultón nombre de Venus over Manhattan. Parece que no será una galería al uso y que, bajo la advocación de la diosa de la belleza, se dedicará a promover proyectos expositivos y colaboraciones con artistas, galeristas, comisarios y coleccionistas, sin excluir en absoluto la venta. Lindemann no es de los coleccionistas que respetan la rigurosa ley, marcada por las grandes galerías, que impide la reventa notoria y especulativa de obras en las casas de subastas: ha hecho mucho dinero con algunas operaciones y no creo que haya montado su galería con expectativas de pérdidas. Su primera exposición, À rebours, es una colectiva inspirada de el libro del mismo título de Huysmans que incluye lo mismo ¡un Fuseli! que máscaras africanas u obras de artistas actuales y que, la verdad, no está nada mal para un espacio privado como éste. Pueden hacerse una idea en este vídeo y en la web de la galería, en la que se puede descargar un zine. Es evidente que Lindemann busca desde hace tiempo convertirse en el coleccionista de referencia en Nueva York y este movimiento apuntala su visibilidad y capacidad de influencia, que ya viene ejerciendo a través de su columna sobre arte en The New York Observer.

La galería se ubica en la tercera planta –alquilada- de un llamativo edificio en el 980 de Madison Avenue que perteneció a Sotheby’s, y tiene como vecino a uno de los dioses del comercio –equivaldría a Júpiter en la escala planetaria- Larry Gagosian. Que es también noticia estos días porque, por primera vez, ha contratado para su galería, y en concreto para su exposición de Richard Avedon, una valla publicitaria junto a la High Line de Chelsea por la que podría haber pagado cerca de 30.000 dólares. No es sólo una estrategia de comunicación: es una ostentación.

Valla publicitaria de Gagosian Gallery

Las grandes multinacionales del galerismo se han lanzado a una guerra de prestigio que se evidencia en gran medida en los espacios que ocupan. Hace unos meses, los medios se hicieron eco en todo el mundo de la enorme nueva sede en Londres de White Cube. En la misma ciudad, un belicoso Marte, David Zwirner, está remodelando una casa georgiana del siglo XVIII, en Grafton Street, que se abrirá en octubre con una exposición de Luc Tuymans. A la vez, prepara un edificio de cinco plantas en Chelsea, Nueva York, con 30.000 metros cuadrados, que se inaugurará un mes después. Estas inversiones se han interpretado como una manifestación de la competencia con Gagosian, que hoy por hoy le saca una gran ventaja, con once galerías en tres continentes. Pero quien va a dar la campanada más sonora es un ambicioso Mercurio –por algo era el dios de los mercaderes-, Thaddaeus Ropac, que está preparando un complejo de ocho edificios en Pantin, a las afueras de París: será su segunda sede en la ciudad y se sumará a las otras dos que posee en Salzburgo. Se presentará en octubre –con exposiciones de Kiefer y de Beuys- y contará con cuatro salas de exposiciones, una espacio multimedia para performance, danza y proyecciones, en 50.000 metros cuadrados.

¿Es necesario tanto despliegue espacial? Sí entre los que giran en torno al Sol del gran dinero.

Fábrica del siglo XIX en Pantin, donde se instalará Thaddeaeus Ropac