Pinturas marcianas
Galería Helga de Alvear, Madrid
Publicado en EL CULTURAL

Una obra de arte puede interesarnos por muchas razones, y hay un criterio que permite otorgarle el más alto valor: la cantidad de lecturas superpuestas que admite. La serie ma.r.s del alemán Thomas Ruff (Zell am Harmersbach, 1958) se sitúa en la estela de un conjunto de apasionantes historias artísticas y científicas de enorme actualidad. Precisemos que Ruff, uno de los más cotizados e influyentes fotógrafos, hace mucho que no realiza fotografías: desde sus sobrevalorados retratos y vistas de casas anodinas, ha explorado diferentes modalidades de producción y recepción de imágenes, que implicaron innovaciones tecnológicas y cambios en nuestro universo visual. El telescopio, la cámara de visión nocturna y la estereoscópica, los medios impresos, Internet o grabados sobre los campos electromagnéticos han sido algunas de sus fuentes.

En ma.r.s (Mars Reconnaissance Survey), que se expuso más por extenso en el CAC Málaga en 2011, modifica las fotografías en alta resolución enviadas por la nave Mars Reconaissance Orbiter, lanzada en 2005 para buscar indicios de agua en el planeta. Es curioso que esta exposición coincida en Madrid con la de Emmet Gowin, uno de los artistas que dignificó para el arte la fotografía aérea. Desde que Nadar, en 1856, fotografiara París desde un globo, la necesidad de documentar la tierra desde el aire no ha dejado de crecer, con fines diversos (siendo los militares prioritarios), hasta al actual popularización de los mapas en visión de satélite. No menos pujanza ha tenido la representación de otros cuerpos celestes, desde el primer mapeado fotográfico detallado de la Luna, que hizo Lewis Rutherfurd en 1864, hasta las intensivas campañas que por tierra y aire desarrolla hoy la NASA en Marte. Ruff, que había mirado ya al cielo en las series Sterne, Nächte y Cassini (ésta sobre los anillos de Saturno), altera la orientación, la perspectiva y el contraste de los archivos digitales que ofrece la agencia espacial pero, sobre todo, les aplica color (son, salvo las enviadas por el rover Curiosity, en blanco y negro), generando unas bellísimas composiciones cuasi-abstractas. Algunas, muy poderosas. El coloreado no es en absoluto ajeno a las imágenes astronómicas, y la práctica ha provocado acalorados debates, pues el color incorpora mensajes intencionados o inconscientes. Las primeras fotografías difundidas de Marte eran “demasiado” rojas; hoy sabemos que su superficie no difiere demasiado de la de los desiertos terrestres. Elizabeth Kessler publicó en 2012 Picturing the Cosmos: The Hubble Space Telescope Images and the Astronomical Sublime, un original estudio sobre la emulación por parte de los “artistas” de la NASA de los fotógrafos pioneros en la exploración del Oeste americano, como Carleton Watkins y Timothy O’Sullivan. Otros exploradores.

La “pintura” se ha puesto en la historia reciente al servicio de diversas técnicas de captación de imágenes insuficientemente desarrolladas, desde las observaciones microscópicas de Ramón y Cajal a la fotografía y el cine coloreados. En realidad, subraya Ruff, las imágenes astronómicas ni siquiera son fotografías sino el resultado, en alguna medida “creativo”, de los datos que los telescopios y las sondas miden. Luces, energía; aquí, las sombras con las que el sol rasante sobre Marte dibuja los cráteres, los valles y las dunas. Tampoco Ruff utiliza pigmentos, sino color informático. La sublimidad la ponemos nosotros.