Arte y Parte N.º 112 | AGOSTO – SEPTIEMBRE 2014

¿Podemos hablar, en España, de «arte y naturaleza»? Son muy pocos en nuestro país los creadores que a partir de finales de los años sesenta, cuando este movimiento se inicia en Estados Unidos y Europa, han adoptado alguno de los diferentes tipos de prácticas artísticas que englobamos bajo esa denominación. Nuestra tradición cultural y artística, débil en el género paisajístico, no favorecía una sensibilidad hacia lo natural, y nuestro contexto político y social invitaba más en esos momentos a otra clase de acciones y de representaciones. La presencia de la naturaleza en los discursos artísticos ha sido aquí casi siempre lateral. Sin embargo, en los últimos veinte años se ha producido un lento desplazamiento del paisaje hacia el centro de la creación más actual que no ha obedecido a un «programa» estético unívoco o a un impacto decisivo de tendencias artísticas internacionales, sino a una confluencia de proyectos personales relacionados con preocupaciones que en estos años han ganado penetración social, como la conservación medioambiental y los efectos de la especulación económica sobre el territorio, pero aún más con cuestiones metaartísticas como la revisión y el cuestionamiento de la historia de la representación de la naturaleza. El medio en el que se han materializado esos proyectos es muy a menudo la fotografía. Se ha constituido un corpus fotográfico relativamente importante en cantidad, pero muy importante en calidad y en interés, al que no se ha prestado quizá, como nuevo desarrollo en el arte español reciente, la suficiente atención. Me propongo repasar brevemente cómo hemos llegado hasta aquí y hacer una caracterización de estas novedosas aproximaciones fotográficas al paisaje natural. No incluiré, por razones de espacio, otro tipo de soportes —con excepción de alguna puntual mención de vídeos— ni trabajos con base archivística o apropiacionista.

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Las historias de la fotografía española tocan la representación paisajística, sobre todo en el siglo XIX y en los pictorialismos, pero creo que disponemos de una narración incompleta que merecería la pena apuntalar con más información y, sobre todo, con una mirada más panorámica que abarque no solo todos los momentos históricos, sino también prácticas fotográficas «utilitarias» que no siempre tenían grandes ambiciones artísticas, pero que nos ayudarían a comprender la evolución y las vicisitudes del género.
No encontramos en la primera fotografía española de paisaje un paralelo fotográfico a la pintura de paisaje más avanzada, como el que establecieron en relación con la escuela de Barbizon, a mediados del siglo xix, Gustave Le Gray, John B. Green y, sobre todo, Eugène Cuvelier. Tampoco algo comparable a los impresionantes «reportajes» realizados en la exploración del Oeste estadounidense por Carleton Watkins, William Henry Jackson o Timothy O’Sullivan. Tenemos paisaje pictorialista, pero apenas un paisaje «moderno» como el que fundan Anselm Adams o Minor White en Estados Unidos, o el de August Sander en Alemania, entre severo y romántico. Carecemos, en resumen, de grandes referentes que sustenten una escuela de paisajistas. Si examinamos los primeros ejemplos relevantes en España veremos que fueron producidos en gran parte por fotógrafos extranjeros, y que están vinculados a ambiciosas obras públicas: el paisaje en sí no era en ese momento objeto de gran interés en la fotografía, y los álbumes de viajes se ocupaban mucho más del patrimonio monumental que del natural.