En 1985, en el arranque de su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan (actor, al fin y al cabo, y conocedor de los poderes de la escenografía) dio inicio a una pequeña tradición que se mantiene más de tres décadas después: la mesa presidencial del Inauguration luncheoncomida de gala en el Salón de Estatuas del Capitolio que se produce después del juramento, tiene como fondo una obra de arte, una pintura. En el mismo momento en que escribo este artículo (comienza a las 13:00 h. en Washington, 19:00 h. en España) está celebrándose el almuerzo inaugural del 45º presidente, Donald Trump. También él tiene su cuadro, y es muy diferente a los que sus predecesores han elegido.

Inauguration luncheon de Ronald Reagan, 1985
Inauguration luncheon de Donald Trump. Ahora mismo

Reagan instauró entonces una de las tres modalidades de “cuadro inaugural” que habíamos visto hasta hoy: grandes paisajes que representan parques naturales o hitos geográficos estadounidenses. El primero fue el monumental Otoño en el Río Hudson (1860) de Jasper Francis Cropsey, una visión amable y nostálgica del paisaje del noreste de mano de uno de los integrantes del movimiento con el que el país deja de ser una colonia artística, la Escuela del Río Hudson. Se quería subrayar la pacífica y beneficiosa impronta del hombre sobre la naturaleza; todo muy idílico: un pueblo de pescadores, cazadores de paseo, niños jugando, una cabaña, unas vaquitas… El paraíso americano, la tierra prometida. Lo prestó la National Gallery de Washington. [hide]

Jasper Francis Cropsey. Otoño en el Río Hudson, 1860

Cuando George H. W. Bush (el padre) tomó el poder en 1989, estableció otro de los géneros dominantes en el acto oficial: el retrato de un gran presidente del pasado. Y era “otro George”: Washington, retratado por Rembrandt Peale, uno de los hijos a los que Charles Willson Peale, artista interesante donde los haya, bautizó con nombres de grandes maestros (fueron también pintores Raphaelle, Rubens y Titian Peale). Aquí, el primer presidente de la nación está inmortalizado pomposamente como “padre de la patria” en una obra de intenso significado político, pues ha estado en la Vieja Cámara del Senado desde que se colocó allí en 1832.

Rembrandt Peale. George Washington, 1824

En 1993 quedó ya claro que la pintura inaugural habría de ser decimonónica. Aprovechando que su nombre completo es William Jefferson Clinton, otra homonimia como la de Bush, Bill Clinton quiso identificarse con el presidente Jefferson, el fundador del partido Demócrata, y de nuevo recurrió a la colección del Senado para obtener el préstamo. Se celebraba ese año el 250 aniversario del nacimiento de Jefferson: en investiduras sucesivas se repetiría, como veremos, la intención conmemorativa en la elección de la pintura presidencial. Ésta fue muy deliberada y Clinton viajó a Washington, para su investidura, desde Monticello, la casa de Jefferson en Virginia.

Thomas Sully. Thomas Jefferson, 1856

Tan fuerte era el vínculo con Jefferson que Clinton volvió a sentarlo a la mesa presidencial en el almuerzo que abrió su segundo mandato en 1997, pero esta vez trajo un segundo invitado: John Adams, retratado por Eliphalet Frazer Andrews en 1881, en un cuadro con muy poco valor artístico y que es una copia de una obra de George P.A. Healy realizada cuando hacía décadas que el presidente había muerto. Poco se esforzaron los asesores de Clinton en localizar una obra de mayor calidad: ambos retratos forman parte de la colección del Senado.

Eliphalet Frazer Andrews, John Adams, 1881

George W. Bush (el hijo) dio un giro radical en 2001 al escoger una obra de un impresionista tardío poco conocido, Colin Campbell Cooper, que mostraba las escalinatas del Capitolio en las que el nuevo presidente había jurado el cargo, en un año en el que se celebraba el 200 aniversario de la primera Inauguración Presidencial. Lo más chocante es que se trataba de un cuadro procedente de una colección particular, si no me equivoco (aunque no se hizo público) la del Bank of America. ¿Revelador?

Colin Campbell Cooper. Fachada Oeste, escalinata del Capitolio, 1902

En 2005, Bush hijo retomó la línea abierta por Reagan con un otro paisaje americano, pero de nuevo lo eligió en una colección particular que también he podido rastrear: The Anschutz Collection en el American Museum of Western Art de Denver, Colorado. Bush rendía con la escenográfica pintura de Albert Bierstadt sobre el Wind River en Wyoming homenaje al presidente Theodore Roosevelt (que promovió el sistema de parques nacionales en Estados Unidos y de cuya investidura se celebraba el centenario) y a los expedicionarios Lewis y Clark, que andaban recorriendo esas tierras justo doscientos años antes. El presidente tejano dirigía la atención hacia los paisajes del Oeste.

Albert Bierstadt. Wind River, Wyoming, 1870

El presidente con el que Barack Obama deseó compararse en su toma de posesión en 2009 fue Lincoln, y el cuadro que mandó poner como telón de fondo hace referencia indirecta a él. La Vista de Yosemite Valley es un hermoso paisaje de Thomas Hill que tuvimos ocasión de ver en Madrid, recientemente, en la exposición La ilusión del Lejano Oeste, en el Museo Thyssen-Bornemisza. Fue pintado en 1865, un año después de que Lincoln firmara el Yosemite Grant, que protegería para siempre el grandioso valle. Otra vez el Edén americano. El museo prestador fue la New York Historical Society.

Reproduzco la nota en la que la senadora Dianne Feinstein solicitaba el préstamo de la obra al museo, que revela bien las implicaciones políticas de la imagen: “The theme for our 2009 Inaugural will be ‘A New Birth of Freedom.’ We will celebrate the 200th anniversary of Abraham Lincoln’s birth, and the ideals of reuniting a nation and Westward expansion that were exemplified during Lincoln’s presidency. View of the Yosemite Valley, from your collection, represents this theme through the monumental vista of the valley, celebrating a new land that was open for exploration.”

Thomas Hill. Vista del Valle del Yosemite, 1865

En 2013, otro paisaje acuático virginal (y tremendamente turístico) para la mesa del presidente Obama: las cataratas del Niágara, por Ferdinand Richardt, prestada por una colección oficial, la del Departamento de Estado en Washington (Diplomatic Reception Rooms). Grandiosidad, poder, fertilidad, promisión… Ya saben. Richardt era danés de origen y no es el único pintor “inaugural” inmigrante, pues Bierstadt era alemán y Hill inglés.

Ferdinand Richardt. Cataratas del Niágara, 1856

Y llegamos a la comida de hoy, en la que Donald Trump se ha arropado con una pintura completamente distinta a las vistas hasta ahora: El veredicto del pueblo, de George Caleb Bingham, que se ha pedido en préstamo al Saint Louis Art Museum.

George Caleb Bingham. El veredicto del pueblo, 1856

Parece que la idea se debe al senador por Missouri Roy Blunt, que fue antes de dedicarse a la política profesor de historia y que preside el Joint Congressional Committee on Inaugural Ceremonies. Seguramente quiso barrer para casa al elegir una obra del museo de la capital de su estado y, a la vez, hacer una reivindicación de la legitimidad y el espíritu democrático de las elecciones que han llevado, para sorpresa de todo el orbe, a Donald Trump a la presidencia. Pero se puede sospechar que Blunt no analizó el cuadro en detalle antes de tomar la decisión, que ha sido muy desafortunada. Su interpretación de la obra es superficial y falsa. En la nota en que la presentaba decía: “El electorado de Bingham es inclusivo. Todos están allí: los granjeros acomodados, los trabajadores, los comerciantes, los westerners, los niños, los políticos, los inmigrantes, los veteranos, las mujeres y los afroamericanos. Se muestran exaltados, abatidos, confundidos, discutidores, joviales o intensamente serios”. No es un electorado inclusivo y la política en aquellos días no era en absoluto ejemplar. Y, además, el “veredicto” que ha otorgado la presidencia a Trump no es el del pueblo sino el del sistema electoral, pues obtuvo cerca de tres millones de votos menos que Hilary Clinton.

El senador Roy Blunt. Rueda de prensa en el museo de Saint Louis

Quizá hayan tenido noticia de la protesta canalizada a través del portal Change.org y encabezada por una historiadora del arte y una artista de Saint Louis, con no demasiado apoyo (casi 5.000 firmantes) aunque bastante eco en prensa. Con ella, se repudiaba que un símbolo de la democracia y una obra emblemática para estado de Missouri (no es para tanto: la obra llegó al museo de Saint Louis hace poco, en 2001, como donación del Bank of America) sirva para cimentar los valores de “odio, misoginia, racismo y xenofobia” que representaría Trump. El objetivo final era impedir la “normalización” de la victoria de Trump.

Tanto la biografía de Bingham como el estudio de la obra revelan hasta qué punto se ha errado al trasladarla ahora al Capitolio. Bingham fue un artista con un perfil público muy acusado: fue legislador y en 1848 fue elegido para House of Representatives de Missouri por el partido Whig. Era contrario a la esclavitud, y cuando pintó esta obra estaba terriblemente preocupado por las consecuencias que podía tener para la unidad del país la aprobación en 1854 de la Kansas-Nebraska Act, una ley que dejaba a los votantes (hombres y blancos) la decisión sobre la prohibición o no de la esclavitud en cada territorio; de hecho, los enfrentamientos entre abolicionistas y pro-esclavistas condujeron al estallido de la guerra civil. En 1850 volvió a presentarse a las elecciones para su estado como representante del mismo condado, Saline County, en el que se ambienta la escena y perdió; se cree que su oponente, Sappington, compró votos con alcohol (mucho borracho en la escena) y que pudo recibir trato de favor por estar emparentado con el juez y uno de los oficiales de Saline County. La limpieza de las elecciones es puesta en entredicho pero, sobre todo, el cuadro critica precisamente la falta de inclusividad del sistema: a la izquierda, un afroamericano, seguramente un esclavo, pasa por delante de la multitud, alejándose de ella, y a la derecha, un grupo de mujeres, que entonces no tenían derecho a voto, blanden una bandera del movimiento de la Templanza (Temperance), que combatía el alcoholismo pero también se había significado contra la esclavitud. En el centro, la postura del hombre que ha caído al suelo, no sabemos si abatido o ebrio, haría alusión a la estatua clásica El galo moribundo, la cual, en el siglo XIX, se creía que representaba a un gladiador (un esclavo) herido de muerte en la arena del circo romano.

¿Y qué relación puede tener esto con la actualidad política? La esclavitud en aquellos años puede equivaler a la inmigración hoy, como factor de confrontación social. La pintura presidencial de Bingham se convierte en un recordatorio de lo peligroso que es dar alas a la exclusión y a la enemistad.

Las mujeres, contra el alcohol
El triste perdedor, por los suelos
Galo moribundo

Mañana sabremos qué incidencia ha tenido la huelga en las artes (Art Strike) convocada para hoy por organizaciones y artistas de todo tipo, y dentro de unas semanas, empezaremos a ver cómo Trump redecora el Despacho Oval y el resto de la Casa Blanca con obras de arte que expresen su visión de Estados Unidos y del mundo. Estaremos atentos. [/hide]

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