La desembocadura del río Guadalhorce posee características idóneas para convertirse en fructífero argumento de un proyecto artístico sobre el paisaje. Es un enclave de importancia histórica, pues se fundó allí, en el Cerro del Villar, una ciudad fenicia; tiene un pasado industrial, protagonizado por la transformación del amoniaco; encarna la turbia linde entre naturaleza y ciudad (Málaga está a unos pasos y su aeropuerto a unos minutos) y la pugna entre deterioro y regeneración, o entre aprovechamiento recreativo y protección del ecosistema. Pero Alba Moreno (Málaga, 1985) y Eva Grau (Málaga, 1989), conocedoras de todo este engranaje, no lo han utilizado al modo hoy usual para armar un análisis documental-crítico sino que, de acuerdo con su muy genuino programa creativo, han realizado un trabajo de campo en el que la experiencia sensorial es clave.

Las obras que presentan en la galería La Gran, en su primera exposición en Madrid, nunca nos permiten abarcar con la vista el territorio, como sería canónico en el paisaje tradicional, panorámico. Todo lo que nos muestran queda al alcance de la mano, porque para ellas tocar es tan importante como mirar y el trabajo manual, artesanal –que en esta ocasión es solo patente en una escultura sonora de chamota–, es la única vía adecuada para transmitir las vivencias acumuladas.

La muestra tiene como introducción una colección de vídeos breves que sus seguidores en Instagram ya conocerán y que funcionan como un diario o, mejor dicho, como un cuaderno de apuntes de naturalista que documenta ese “conocimiento por contacto”, radicalmente empírico, el cual pone de relieve que el paisaje es en último término tiempo. Y, con el tiempo, mutación. Ya lo advirtió Heráclito: “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos”. Moreno & Grau se dejan llevar por la corriente transformativa del Guadalhorce, el “Río de los Silencios”, y se echan al barro para explorarla a fondo: así lo expresan, en una fotografía programática, los pies descalzos entre las huellas de las aves.

En el delta del río, el tiempo se escribe sobre la arena y el lodo. Las artistas fotografían, prescindiendo de referencias espaciales, en primer término, las sutiles líneas que dibujan en el suelo las mareas y la confluencia de las aguas embarradas, que adquiere en las imágenes relieve como de mapa de sombras. Por cierto: el mapeo, que es ciertamente una estrategia muy en boga entre los artistas, no solo para representar/analizar el territorio, se aplica aquí tanto hacia el exterior como hacia el interior. Como “buenas salvajes”, se hermanan con las serpientes (llevaron a Estampa una obra sobre la muda de piel), los peces y los pájaros, que son de alguna manera humanizados. Atesoran, además, algún objeto que les trae el río y que adquiere un marcado significado personal, como ese clavo viejo monumentalizado al convertirse en escultura y sacralizado por un fondo de latón dorado.

En ese material han taladrado además un mapa del cielo –sucesión de constelaciones con la que efectúan otra forma de notación del tiempo– en unos discos que cuelgan ante las ventanas y que, con el paso a través de la luz del sol, se convierten en proyectores astronómicos que llevan la rotación estelar al interior de la galería, sobre el lodo. Fuerzas telúricas y cósmicas que se hacen sentir en este paraje de “arcilla, amoniaco, mosquitos”.

Moreno & Grau. La isla (Arcilla. Amoniaco. Mosquito)
Galería La Gran, Madrid. 2021

Publicado en El Cultural.