Ivorypress, Madrid
Publicado en El Cultural el 20 de febrero de 2009

Miroslav Tichý (República Checa, 1926), estudió en la Academia de Bellas Artes de Praga de 1945 a 1948. Tras prestar servicio militar formó parte en los 50 del grupo de pintores Los 5 de Brno, opuesto a las consignas del realismo socialista. Desde 1946 tuvo que recibir tratamiento psiquiátrico; en 1957 sobrevino una gran crisis sicótica y fue internado durante un año. En los 60, en Kyjob, comenzó a vivir como un indigente y a hacer fotografías. En 2004 Harald Szeemann mostró por primera vez su obra en la Bienal de Sevilla.


Su obra fotográfica es absolutamente emocionante. Con eso nos tenemos que quedar, pero hay muchas circunstancias que conviene conocer para apreciar justamente su obra. La primera sería: ¿estamos ante un ejemplo de art brut o arte de los enfermos mentales? Con los datos que tenemos sobre su biografía y a juzgar por sus propias declaraciones, se podría pensar que su obra se corresponde más con la noción, más amplia, de outsider art, una producción que escapa a las convenciones del gran arte. De un lado, el hecho de que Tichý estudiara Bellas Artes, practicara el dibujo y la pintura durante décadas (con escasa originalidad) y mostrara interés por la experimentación fotográfica en los 50 (con Los 5 de Brno) le aleja de las formas de arte o artesanía populares y “desviadas”; de otro, su forma de vivir y de trabajar, clandestina y compulsiva, y su desprecio por su propia obra impidieron que permaneciera en la comunidad artística. Como en casos parecidos, fue un psiquiatra —que evita especificarlo y que también “representa” a una paciente menos dotada, Ida Buchmann— antiguo vecino de Kyjob, quien le reintegró en ésta. Roman Buxbaum, que se dice movido por la simpatía y la admiración, fue salvando de la destrucción lotes de obras que el propio Tichý le ofrecía; a cambio, corría con sus pequeños gastos de manutención. Después de que Szeemann “descubriera” su obra en Sevilla las exposiciones se han sucedido rápidamente en importantes museos y galerías. Buxbaum promociona y comercializa una parte de la obra, y sostiene la Fundación Tichý Oceán. Al hacerlo nos permite conocer a un artista sensacional… y provoca una inserción obscena en un medio, como se comprobó en la inauguración de Ivorypress, en el que pesan demasiado el lujo y el esnobismo. Seguramente Tichý no es consciente de ello y nadie habrá querido advertirle.

Las exposiciones simultáneas que podemos ahora ver en España, en Ivorypress (Madrid), donde inaugura el estupendo espacio expositivo, y en la galería Kewenig (Palma de Mallorca), son fruto de la colaboración con esta fundación. La primera se compone de 150 obras. La producción de Tichý es ingente. El método lo conlleva. Con una cámara escondida bajo el jersey paseaba por Kyjob, al acecho de las mujeres del pueblo. Sus entornos favoritos eran la estación de autobuses, la plaza mayor, el parque y la piscina (a través de la reja, que aparece en muchas fotos). Cuando veía un motivo interesante, según criterios más estéticos que eróticos, levantaba el jersey y disparaba sin mirar. Dependiendo de lo que duraran sus paseos podía volver a casa con tres carretes, unas cien fotos. Muchos quedaban arrinconados, pero numerosos negativos eran revelados con una ampliadora casera. Como quedaban en la desastrosa casa, las fotografías que sobrevivían resultaban manchadas, arrugadas y hasta pisadas. Algunas merecían especial aprecio y las enmarcaba con papeles reutilizados, decorados por él con molduras dibujadas. Tichý sabe bien cuáles son sus valores artísticos. Con aspecto de filósofo de Velázquez, habla de Platón y de Schopenhauer, de ilusión y de representación. Utilizaba cámaras hechas por él con madera, cartón, chapa, gomas, alambres y lentes recortadas en plexiglas no sólo por una cuestión de economía. Buscaba los “defectos” en la imagen; consideraba que en la imprecisión estaba el arte de sus fotografías, la poesía y la cualidad pictórica. Y acertaba de lleno. Por otra parte, mantenía y mantiene una desafiante oposición a las normas sociales y políticas: durante muchos años, aunque considerado inofensivo, su forma de vida molestaba al régimen comunista, que le recluía periódicamente en cárceles o manicomios para sacarlo de las calles y evitar a sus conciudadanos un mal ejemplo.
Aunque alguna vez se ha puesto en relación las cualidades de sus imágenes con las de artistas actuales como Gerhard Richter, la obra de Tichý no encaja en esas estrategias de manipulación intencionada, de tintes conceptuales. Manipula, sí, pero buscando la expresividad: encuadra y recorta las copias, permite las sobreexposiciones, las manchas químicas, las huellas dactilares. Las mujeres de Kyjob, cotidianas, vulgares como todas, son transfiguradas en venus irradiantes cuyas figuras quedan sumergidas y atrapadas en unos fondos densos y turbios. Se proyectan, borrosamente, en la película de Tichý, “aparecen” como en las viejas fotografías de espectros. Tichý no es un artista inventado: su obra perdurará. Es necesario que quienes la administran lo hagan de forma responsable.