De 1720 a 502002 d.C.
MNCARS, Madrid
Publicado en El Cultural

Mi admiración para este artista sutil que, basando su obra en la investigación histórica y en el uso extensivo de la escritura, consigue no caer en el adoctrinamiento ideológicamente sobrecargado y compaginar ese carácter verbal con un buen manejo artístico de las imágenes. Matthew Buckingham (Nevada, Iowa, 1963) se presenta por primera vez en España de forma individual de la mano de Lynne Cooke, que hasta ahora no ha dado un paso en falso (Zoe Leonard, Juan Muñoz) en el MNCARS. En 2005 conocimos algunas de sus obras en una muestra que compartió con Dora García en la Fundación Telefónica y ha participado en un par de colectivas. Extraña que no se le haya prestado mayor atención en España mientras importantes museos y centros de arte internacionales daban a conocer su trabajo. En fin, esta exposición, que no es una gran retrospectiva pero sí da una idea suficiente de lo producido por el artista en esta última década, compensará esa ausencia.
Buckingham resume, a menudo en forma de texto que se expone junto a la fotografía o la pantalla —y algunas veces como voz en off dentro de un vídeo— informaciones referentes a un suceso que no suele tener gran relevancia en la historia oficial pero que sí es significativo en la historia de la cultura visual y, lateralmente, del arte. Si es fácil dejarse seducir por sus narraciones es en parte porque casi siempre se apoyan en una experiencia “física” o corporal, en el sentido de que busca la implicación de las percepciones sensoriales del espectador. Por ejemplo, la primera obra que nos encontramos versa sobre la creación coetánea, en 1720, de la tipografía Calson y una sonata de Bach; la elegancia de la escritura numérica funciona como partitura en una apreciación que es a la vez visual y auditiva; en la sala siguiente, Within de sound of my voice muestra en un vídeo la mano de diversas personas que escriben una y otra vez las palabras que componen el título de la obra: relación entre oralidad y escritura, sugerencia de una dimensión espacial, desarrollo temporal, elipsis del acto de la pronunciación —de la boca y de los oídos— y su evocación… todo eso se destila de forma muy medida en la sencilla presentación.
Pero éstas son, junto a la sala en la que se escucha una eterna afinación de instrumentos musicales —hay algo de afinación conceptual y visual que persigue la entonación justa con el mínimo de medios expresivos en el trabajo de Buckingham— las obras más “inconcretas” del conjunto. Otras se refieren a hechos precisamente situados en un tiempo desdoblado: la descripción de la grabación prefílmica que hizo Louis Le Prince del puente de Leeds en 1890 y la visión actual del mismo en False Future; la leyenda de Absalón, que mandó redactar la primera historia del pueblo danés, la erección de su estatua conmemorativa en 1901 y la contradicción que introduce el artista en ese afán de conservar la memoria al hacer que su imagen se desvanezca en el tiempo actual de la exposición. El momento en que el espectador observa la obra se suma aquí al diseño temporal de la obra; también ocurre en Celeritas, que nos hace leer en una pizarra “Estas palabras están iluminadas por luz que va tardado en llegar a la Tierra 8 minutos y 21 segundos”. Es, así, importante la idea de un “intermedio” temporal que se presenta como incógnita: estos 8 minutos de viaje de la luz del sol, los 5 años de filmaciones perdidas entre la extraña desaparición de Le Prince y la primera película de los Lumière, los 5.000 siglos que habrán de transcurrir para que la erosión borre los rostros de los presidentes estadounidenses de la montaña en la que se tallaron; los 350 años que desaparecen al mirar hoy los ojos del perro retratado junto a Felipe Próspero por Velázquez. También en este último vídeo —al que le sobra la acumulación de muebles a su alrededor— el cuerpo (del niño) ha sido escamoteado y ha de ser reconstituido por el espectador.