El Cultural. 15 de febrero de 2007

Madrid Abierto, en busca del receptor fugaz

La implantación en el espacio público es una de las grandes asignaturas pendientes del arte contemporáneo. A pesar de que, en las últimas décadas, artistas de todo el mundo han reivindicado un lugar tanto en la trama urbana como en entornos naturales, este tipo de intervenciones sigue siendo la excepción. Afortunadamente, algunos programas funcionan aquí y allá, y hay que confiar en que vayan creando un clima favorable para una mayor proliferación. Madrid es, en especial, terreno baldío. Nunca ha habido, por parte de sus gobernantes, una comprensión de las posibilidades del arte público en el acercamiento de la cultura a los ciudadanos. Las experiencias hasta ahora desarrolladas —y Madrid Abierto es la que mayor apoyo ha obtenido— han tenido siempre un carácter efímero y discontinuado.

Al madrileño le resulta tan ajena la presencia del arte en la calle que, cuando topa con él, ni siquiera lo percibe o lo identifica como tal. Hice el recorrido de Madrid Abierto un martes por la tarde, con una densidad notable de viandantes en todo el área incluida en el programa, y pude constatar que la gran mayoría de quienes pasaban junto a las obras no las advertían y, si notaban algo extraño (la extrañeza es la estrategia reina en esta edición) miraban arriba o abajo sin perder un paso en su apresurado trayecto. Salvo algunos curiosos, que tras intentar hacer alguna averiguación se quedaban las más de las veces sin saber qué pensar.

Esta es ya la cuarta edición de Madrid Abierto, y aunque cada año los jurados y los comisarios han cambiado, se puede deducir que, sin ser excluyente, ha predominado una concepción de arte público físicamente poco impositivo, que se confunde con los formatos y los materiales del entorno urbano. Por lo general, hemos visto intervenciones “modestas” (tampoco da para mucho el presupuesto de 12.000 euros por artista, incluyendo viajes, alojamiento y cualquier otro gasto), poco “visibles”, con ambiciones más sociales o críticas que estéticas y a menudo participativas. Tanto el devenir de las artes plásticas como la propia configuración del espacio urbano hacen difícil, aunque no imposible, otro tipo de concepción, que requiere mayores presupuestos y la concurrencia de artistas con más bagaje.

Dada la sutileza y/o la ambigüedad de las intervenciones, se necesitaría una señalización más rotunda, y explicaciones de los proyectos in situ; la acción camuflada del arte es defendible, claro, pero no debe entonces extrañar que el ciudadano pase de largo. Este año la “invisibilidad” viene dada por el propio criterio de selección de las obras. El comité que la ha realizado (Jorge Díez, Juan Antonio Álvarez Reyes, Ramón Parramón, Guillaume Désanges y Cecilia Andersson) ha seguido la idea del comisario, Álvarez Reyes, de crear en Recoletos un “paseo sonoro” a través de obras que, aun teniendo algún grado de presencia física, se manifiestan fundamentalmente al oído. Es un buen punto de partida y, asumidas las limitaciones inherentes a la mencionada noción de arte público, y las menos justificables de la debilidad de algunos de los proyectos, se puede disfrutar de una experiencia interesante. Sea cual sea nuestra valoración, la cita, por inusual y por lo encomiable de sus intenciones, merece ser atendida. Por otra parte, la celebración de Madrid Abierto coincide con La exposición invisible en el Centro José Guerrero (antes en el MARCO) y con la muestra de Janet Cardiff y George Bures Miller en el MACBA, ambas protagonizadas por obras “audibles” y todas en línea con otras recientes en las que la música, la palabra y el ruido son los ingredientes principales. Es, no cabe duda, un campo de expansión para el arte, en el que cabe desde lo más banal y discotequero hasta la apertura sensorial más reveladora.

Para hacer bien el recorrido, conviene comenzar en el bulevar central del Paseo de Recoletos, junto a Colón, donde se ha instalado una caseta blanca (diseño de A. Ganjavian y K. Portilla-Kawamura) en la que se puede recoger el catálogo-periódico, con plano de la ubicación de las obras. Antes, pasen por el paso cubierto del Centro Cultural de la Villla, donde Oswaldo Maciá nos atrona con 200 ladridos perrunos en referencia a las crisis humanitarias no atendidas: impactante, pero de sentido velado para el espectador no advertido, como sucede en la mayoría de las obras del programa. De vuelta en Recoletos, encontramos enseguida el primero de los muppis con los jocosos y sobrevalorados dibujos de Dan Perjovschi, que escapan, por su mutismo, al guión de Madrid Abierto. Un poco más adelante, a la izquierda, se sitúan los panales con sonido de abejas de Ben Frost. En la siguiente manzana, la caseta de Discoteca Flaming Star, en cuyo interior se escuchan alternativamente música y declaraciones de odio (la argumentación del proyecto es incoherente). Muy cerca, en el Café Gijón, debería encontrarse la documentación de la performance de Dora García, que envió a varios colaboradores a recorrer Madrid grabadora en mano describiendo todo lo que veían. Los camareros del Gijón no han oído hablar de nada de esto; pero se pueden escuchar las grabaciones en la web www.rezosprayers.com (son anodinas). Atentos al siguiente encuentro, porque la cancioncilla de Susan Philipsz (en inglés) se escucha entre los árboles con intervalos de silencio (buena estrategia, contenido insignificante). Llegados a Cibeles, ya de noche, se ve (tampoco es sonora) la lograda instalación de luces de Dirk Vollenbroich en el Palacio de Comunicaciones, cuyas ventanas parpadean al unísono. Subiendo por Alcalá, habría que entrar en la estación de metro de Banco de España y esperar un rato para recibir alguno de los mensajes de Nexus Art Group en el móvil (no tuve suerte). En la esquina de Gran Vía, una de las obras que más llama la atención, de Alonso Gil y Francis Gomila: versiones de la canción “Guantanamera” que salen de la gran rejilla de ventilación del metro (no es una invitación al baile, sino un rechazo de la música como instrumento de tortura). Enfrente, en la puerta del Círculo de Bellas Artes, la bicicleta con alarma de Leopold Kessler. El resto de las obras son performances musicales (3 y 12 de febrero), vídeos de corta duración y en su mayoría de corta importancia que se difunden en el Canal Metro (mejor verlos en La Casa Encendida) y arte sonoro seleccionado por José Iges en el programa La Ciudad Invisible de Radio 3.

Unas últimas palabras sobre la metodología. Hay que aplaudir la claridad, la apertura y las condiciones de la convocatoria, que tiene cada año una gran respuesta. La escasez de estas ofertas es revelada por la demanda: 658 proyectos presentados este año. Además, sólo siete de los proyectos han sido seleccionados entre las solicitudes; el resto son invitaciones directas del comisario. Como dato preocupante, que tal vez sea indicativo del amateurismo de gran parte de lo presentado: a pesar de las 28 propuestas para la fachada del Círculo, se ha declarado desierta.