Diseñart. Julio de 2007
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

De tripas… cerebro. El año Gordillo

Luis Gordillo (Sevilla, 1934) celebra sus bodas de oro con la pintura y, por fin, el MNCARS le dedica, con motivo de su obtención del Premio Velázquez, la retrospectiva que le debía hace muchos años. El “año Gordillo”, cosa inusual, se proclama con unánime respeto y afecto. Pero no se trata del tributo a una vieja gloria; se le valora no sólo por lo que en un pasado más o menos lejano pudo aportar a nuestro desarrollo artístico sino también por su capacidad de, siendo fiel a sí mismo, crecer y adaptarse a los tiempos. La gran fotografía que, a la entrada de la exposición, nos lo muestra en una piscina agarrado a un flotador, podría llevar como pie el “Aún aprendo” que Goya anotaba en uno de sus últimos dibujos. Es una imagen con más de una lectura, pues esa agua en la que aparece suspendido es metáfora del medio inestable e inseguro, fluido y espejante que Gordillo define a través de su pintura.
¿Por qué se ha mantenido joven la obra de Gordillo? Para empezar, porque nunca ha dependido de ninguna dominante estilística: comenzó a pintar cuando el auge del informalismo (en 1957 se fundaba El Paso) y en vísperas del pop, y en ese entorno estético abrió un camino propio que tomaba del primero el interés por el subconsciente, por la expresión de estados emocionales y mentales, y del segundo la reintroducción de la figuración, el color ácido, el mestizaje con la fotografía y los medios de masas. A lo largo de casi cuatro décadas, en cada rebrote de la pintura, los artistas jóvenes han mirado hacia Gordillo, que se actualizaba al dialogar con ellos. Pero fundamentalmente sigue vivo porque su trabajo se plantea problemas plásticos estimulantes y porque lo hace poniéndolos en relación con procesos biológicos y psicológicos; es decir, porque implica a la visión, al cuerpo y al intelecto.
Esta exposición es importante por sus dimensiones, por el momento en que se produce, porque viajará en primavera al Kunstmuseum de Bonn y, sobre todo, porque puede entenderse como un manifiesto del propio pintor. Él mismo la ha comisariado, escogiendo las obras y decidiendo el montaje. Y lo que nos transmite es muy revelador. Gordillo no niega su evolución, pero pone de relieve las “invariables” de su carrera, configuraciones recurrentes relacionadas con su pensamiento pictórico. Cada una de las salas desarrolla una de esas constantes, casi siempre con obras de distintas décadas, que se miran unas a otras y se explican mutuamente. No se trata tanto de motivos como de composiciones o temas plásticos. El arranque, por ejemplo, consiste en un conjunto de obras construidas por medio de la agrupación en forma de retícula de numerosas imágenes. En otros momentos reúne cuadros, dibujos y fotografías con perfiles “giratorios”; con imágenes que se duplican con variantes; con formas simétricas; con variaciones cromáticas -una misma composición en grisalla y color-; con composiciones meándricas o llenas de concavidades… Tienen especial interés las salas, al fondo, en las que muestra el proceso de elaboración de unos cuadros de 1979 basados en intervenciones sobre una fotografía: la fragmentación de las imágenes, la yuxtaposición y el collage son básicas en esas obras determinantes, pero también en el conjunto del trabajo de Gordillo. Al igual que la recuperación de un antiguo recurso de la pintura: el de “el cuadro dentro del cuadro”. A veces, un mismo espacio pictórico contiene varios planos representacionales en profundidad; otras, se trata de una acumulación real de cuadros, especialmente en los grandes “polípticos”. Y siempre, como antes decía, esos planteamientos formales se refieren a cuestiones psíquicas, perceptivas y somáticas. Gordillo ha tenido un largo contacto con el psicoanálisis, y ha llevado al papel y al lienzo algunos mecanismos en forma de deformaciones, interpenetraciones, visiones esquizofrénicas, asimilaciones y “digestiones” de la realidad… incluso hay algún homenaje al “método paranoico-crítico” de Dalí. El título de la exposición, Iceberg tropical, resume a la perfección la confrontación y la síntesis de frialdad analítica y temperatura emocional, y, como confluencia de opuestos, plantea la “tensión narrativa” que Gordillo ha querido, y logrado, imprimir a su gran exposición en Madrid.