Las inauguraciones de la Colección del Museo Ruso y del Centre Pompidou Málaga han tenido gran eco mediático, aunque mucho más la segunda que la primera, que coincidió con los días de luto por el accidente aéreo de Germanwings y, sobre todo, que comercializa una “marca” bastante menos vendible. Sin embargo, casi en ningún lugar se ha hecho una valoración de los contenidos de ambos museos. Y tampoco se han explicado con el suficiente detalle las estrategias de los museos-nodriza. Es difícil conocer la del Museo Estatal Ruso (por el idioma y las restricciones informativas vigentes en aquél país) pero sí podemos recopilar algunas claves sobre la “exportación” (palabra utilizada a menudo en la prensa francesa para referirse a esta operación) desde el Pompidou. Las ha dado casi siempre, aunque fuera de España, Alain Seban, que fue hasta el 1 de abril Presidente del Pompidou, destituido para dar, dicen los analistas políticos, un cargo de compensación a Serge Lasvignes por su cese como Secretario General del Gobierno galo. La experiencia de la sede del Pompidou en Metz, que no es una franquicia pagada sino una “extensión” (antena, dicen ellos), ha sido satisfactoria en muchos sentidos pero su financiación está resultando muy complicada. Por otra parte, como otros muchos museos importantes europeos y americanos, el Pompidou ha comprobado que la fórmula de las exposiciones temporales para generar ingresos no siempre funciona y que un error de cálculo puede suponer gravosas pérdidas. También en sintonía con otras grandes colecciones, abrió una línea de negocio consistente en la exportación de exposiciones temporales, que se demostró igualmente incierta. (En los últimos años han recalado en España algunas, como Noches eléctricas en LABoral o Retratos. Obras maestras del Centre Pompidou en la Fundación Mapfre). Así que Seban empezó a experimentar con un nuevo modelo de sucursales temporales, pequeños museos pop-up.

Primero, entre 2011 y 2013, fueron los Pompidou mobiles en estructuras efímeras (carpas modulares con una superficie de 1.000 m2), que fueron una buena opción mientras se contó con la inversión de una serie de mecenas privados y con la subvención del Ministerio de Cultura de 1,5 millones de euros. Chaumont, Cambrai, Boulogne-sur-Mer, Libourne, Havre y Aubagne pagaron cada uno al Pompidou 200.000 euros, una tercera parte del coste del desembarco en la gira. En las carpas, los habitantes de estas seis ciudades pequeñas pudieron admirar gratuitamente un pequeño conjunto de unas quince obras. Algunos lo llamaron Circo Baubourg. Y, en esas ciudades, diversos responsables de instituciones culturales se quejaron amargamente de las cuantiosas inversiones en un evento efímero y con tan poca sustancia, que equivalían a la mitad de todo su presupuesto anual, como ocurrió en el FRAC de Haute-Normandie.

En los primeros meses de 2013 Seban vio que ya que no era rentable continuar con el tour y buscó en el exterior socios con más presupuesto. El primer paso fue llevar un Pompidou móvil a Arabia Saudí; la carpa se instaló en la sede de la petrolera Aramco en Dhahran, de acuerdo con el nuevo propósito de circulación de obras hacia entornos “alternativos” como monumentos, universidades o incluso centros comerciales. Pero el Presidente ya estaba negociando con Málaga el segundo paso, un Pompidou provisoir con envoltorio sólido. La narración oficial de los hechos pretende que las conversaciones comenzaron en 2008, durante un partido de fútbol, y sin duda el Alcalde malagueño Francisco de la Torre sugirió entonces la idea a Seban. Pero me da la impresión de que éste se la tomó en serio bastante más tarde, cuando empezó a cuajar su “receta” (término que él emplea) de museos provisionales. El programa electoral de Francisco de la Torre anunciaba ya en 2011 la creación de un “Museo de museos” que se ubicaría en los cines Astoria, en la Plaza de la Merced. Quería reunir allí obras de importantes pinacotecas, como el Louvre y el Hermitage. Ignoro si llegó a negociar con esos museos pero sí sabemos que naufragaron sus planes para llevar a Málaga una sede del Prado y un Caixaforum, así como el traslado al Cubo del Museo Berrocal (afortunadamente) o la conversión de este espacio en un muestrario de pinturas murales de Sol Lewitt, proyecto que ahora se está reconsiderando, para Tabacalera. Vista la facilidad con la que el alcalde da publicidad a sus ocurrencias dudo que hubiese sido capaz de mantener en secreto las conversaciones con el Pompidou. Deduzco, por tanto, que ha sido algo mucho más improvisado de lo que se ha querido hacer creer.

Lamento ser aguafiestas pero mucho me temo que la posibilidad de prorrogar el contrato inicial durante otros cinco años es muy remota. El plan del Pompidou, mientras el nuevo Presidente no diga lo contrario, es tener abiertos simultáneamente a lo sumo cuatro museos provisionales, lo que aseguraría un caudal de ingresos estable. Ya está preparando, para 2016, el segundo provisional, que, como los que se abran a partir de ahora, tendrán una caducidad de cuatro años: será seguramente en Shanghai o Hong Kong. A continuación, a principios de 2017, se instalará uno en Francia, quizá en Libourne o Cambrai (sin tarifa de “alquiler”). Estudia además posibles “deslocalizaciones” en Corea del Sur, Argentina, Estados Unidos (una Universidad en Chicago, se ha dicho), Brasil e India. En una entrevista reciente, Seban decía que “existe la posibilidad de crear una red mundial, con tres Centres Pompidou provisionales a la vez, pero no podremos cubrir el mundo de centros provisionales. (…) En otras declaraciones, abundaba: “la experiencia de Málaga permitirá determinar cuántos podemos tener al mismo tiempo, sin duda tres, quizá cuatro. La idea es poder detener progresivamente las exposiciones hors les murs concebidas por el Centro, que aportan unos 3,5 millones por año”; de éstas dijo también que “tienen cada vez menos interés, son caras de producir y exigen un número considerable de visitantes en poco tiempo para ser rentables”.

A juzgar por su web, se diría que para el Pompidou-nodriza, el Centre Pompidou Málaga no es más que una de esas exposiciones “fuera del recinto del centro”, aunque más prolongada. Para encontrar allí alguna referencia a la sede malagueña hay que ir a la sección Agenda y luego a la pestaña Hors les murs, donde se encuentra una pequeña nota con un enlace que lleva a una información algo más amplia que, por su formato, equipara el nuevo museo con una exposición temporal (en Les oeuvres tienen el listado completo de las seleccionadas, con miniaturas ampliables). Y realmente no es mucho más. Piensen que la citada exposición de retratos en la Fundación Mapfre contó con 80 obras y aquí se han traído 90. Esta “muestra” se mantendrá durante dos años, un plazo que cualquier museo consideraría excesivo, pero Málaga cuenta con la renovación del público a través del turismo y con el atractivo de las exposiciones temporales para el visitante local.

El Pompidou posee la segunda colección de arte más grande del mundo, después del MoMA de Nueva York, con unas 100.000 piezas. La mayoría están, lógicamente, en los almacenes. Cuando se presentó el proyecto, el Alcalde dijo que la selección de obras para la colección permanente sería una propuesta consensuada por un comisario del Pompidou y José María Luna, actual director de la Agencia Pública para la gestión de la Casa Natal de Pablo Ruiz Picasso y otros Equipamientos Museísticos, con supervisión de Brigitte Leal, directora adjunta del Museo de Arte Moderno del Centro Georges Pompidou de París y experta en Picasso. Pero no ha sido así. En un artículo de Pablo Bujalance, en Málaga Hoy, se afirma que la intención del Pompidou era mostrar obras de artistas emergentes del Mediterráneo, pero De la Torre quería vanguardias históricas, el núcleo del museo francés. Finalmente Leal ha firmado en solitario el comisariado, que incluye obras de las vanguardias pero también arte más reciente.

Antes de entrar: el Cubo es más pequeño de lo que parece en las fotografías y la elegancia arquitectónica exterior e interior, que la tiene, queda afeada por la intervención simplona de Daniel Buren que, por cierto, habrá que restaurar muy en breve porque ya se ve sucia. Pero el reclamo visual funciona en el entorno abigarrado del muelle. El crucerista encontrará el Pompidou casi a pie de pasarela, lo que facilitará que elija visitarlo en su breve permanencia en tierra. El folleto que se entrega al visitante le sugiere dos recorridos: uno de 45 minutos “para lo esencial” (colección permanente) y una hora y media “para ir más lejos” (permanente, temporal y proyección o conferencia; obviamente no daría tiempo). No sé si la afluencia será la que el Ayuntamiento espera. El miércoles de Semana Santa, menos de una semana después de su inauguración, no había cola cuando yo entré sobre las 10:00, pero sí una pequeña fila para sacar la entrada (9 euros la combinada, más caro que el Museo Reina Sofía) cuando salí a eso de las 12:30, atravesando la tienda con merchandising íntegramente francés.

Y finalmente, ¿qué hay dentro del Cubidou? Mayoritariamente, pintura francesa. Brigitte Leal ha querido evitar la narración cronológica del arte del siglo XX (algo hay del XXI también) a favor de un recorrido argumental y ha elegido un tema demasiado vago, la representación humana, que ha tratado de una manera bastante insulsa. El itinerario, en la planta subterránea, es poco claro y el espectador no atina a saber cuál es el orden de las salas. Tampoco importa mucho, porque la exposición está tan deshilvanada… El amable personal de atención al público nos informará, si preguntamos, de que deberíamos empezar por la izquierda, con la videoinstalación de Pierrick Sorin que se vio en el Espacio Uno del Reina Sofía en 1999 y que, al igual que otras obras en espacios intermedios, no sabemos a cuál de los subtemas en los que Leal ha dividido su propuesta corresponde. En esos “intermedios” se sitúan las vídeoinstalaciones de Tony Oursler, que funcionan muy bien en diálogo con el espacio arquitectónico (incluyendo un circuito cerrado que vigila la entrada).

En todas las salas hay una o dos obras, en general de artistas franceses de poco relieve, que echan a perder la posibilidad de que esta presentación de la colección sea, como debería (por el precio, por el esfuerzo) incuestionable, brillante. En Metamorfosis, la comisaria ha querido rendir homenaje a Picasso. No podía ser de otra manera, en la Málaga “picassizada”: Seban ha subrayado esa voluntad de sumarse a la tematización de la ciudad manifestado que “Picasso inspira de cierta manera todo el recorrido” (exagera), siendo la “cuestión del cuerpo” central en su obra. En el Pompidou hay nada menos que 92 pinturas del artista pero las dos que han traído (hay otra en la sección El cuerpo en pedazos) no figuran obviamente entre las mejores. La sala pretende mostrar la “transformación radical en las formas de representación humana” mediante el retrato pero de radicalidad tiene poco. Me sobran las piezas de Erró y sobre todo de Gérard Gasiorowski, pero al menos esta sección tiene coherencia: las obras serían un comentario a una de las obras más icónicas de Picasso, La femme que pleure, de 1937… solo que ese retrato de Dora Maar está en la Tate y el que cuelga aquí es una dulcificada mujer con sombrero. Lo mejor en esta sección es el vídeo de Rineke Dijkstra que muestra las reacciones de un grupo de escolares ante la mujer que llora. La escultura de Picasso en el centro de la sala, como buena parte de las obras tridimensionales seleccionadas, sí es de importancia.

En Autorretratos hay una buena enfilada de pequeñas obras de Henri Le Fauconnier, Julio González, Raoul Dufy, Zoran Music y Francis Bacon que, aunque tienen poco que ver unos con otros, mantienen un nivel de calidad que encontramos también en otra pintura interesante pero no de gran relevancia (como muchas en la selección) de Frida Kahlo, que es de tamaño mínimo. Es la única, no obstante, que tiene el Pompidou de la artista y es una obra preciada en el museo. No es el caso de la obra de Chagall, de quien posee 63 pinturas; la elegida está bien pero no es de las más importantes. El bajón en esta sala lo marcan las obras de Ed Paschke y Eugène Leroy. Y la pérdida de hilo más evidente se da en las pantallas de vídeo, con el Andy Warhol de Marlanga (¿autorretrato o retrato?) y las obras de Yoko Ono y Bruce Nauman.

Atravesando un pasillo con esculturas de Jean Tinguely, muy buena, Alain Séchas, muy mala, Miró, Thomas Schutte y George Segal (¡qué gazpacho!), se llega a El hombre sin rostro. ¿Asunto? Tal cual: caras vacías, borradas, esquemáticas… Buenas pinturas aquí de Léger, De Chirico, Giacometti y Picabia, y pequeña concentración de esculturas vanguardistas excelentes (Brancusi, Julio González, Giacometti y Fautrier) , con una máscara de Calder muy bien montada. En general, por cierto, toda la disposición de obras está cuidada. Totalmente prescindibles: el gran políptico de Djamel Tatah y los cuadro de Dado y Li Yongbin.

La primera de las dos salas en las que se divide El cuerpo político está dedicada a la reivindicación feminista del propio cuerpo como herramienta artística en oposición a la mirada masculina que lo objetualiza y, con obras de Orlan, Ana Mendieta, Valie Export y Sigalit Landau podría haber sido un muestreo contundente aunque breve sobre esta cuestión de no ser por la inclusión de un cuadro de la Nouvelle Figuration, muy en otra onda, de Peter Klasen. La instalación vecina de Annette Messager, uno de los puntos de mayor protagonismo en el recorrido, no es la más adecuada para insertase en esta temática.

El espacio central, finalmente, corresponde a El cuerpo en pedazos. En el centro, la impactante instalación de Kader Attia, absolutamente ajeno a todo lo que hay colgado en las paredes. Es, como bien se advierte en la cartela, una reproducción realizada por el propio artista en Málaga de la obra original. El prestigio del Pompidou da la talla en la alineación de obras de Max Ernst, Francis Picabia, Victor Brauner y René Magritte (dos de los 12 cuadros del museo, y bien elegidos), históricamente coherente a pesar de la “trampa” de traer un cuadro de Brauner de 1962, en lugar de alguno de los años 30 o 40; algo que podría perfectamente haberse hecho, pues el museo almacena 42 pinturas suyas. El dubuffet no es el más adecuado (72 óleos en el museo) y los ejemplos de la segunda mitad de siglo, con grandes saltos, no tienen el mismo nivel que los de la primera. De nuevo se acude a un cuadro ausente de Picasso como paradigma de una visión sobre el cuerpo: “Con el Cubismo y sus Señoritas de Aviñón de 1907, Picasso desmonta definitivamente el mito de la belleza académica”. El picasso que vemos es de 1971. También el de kooning es una obra de sus últimos años (1976), lejos de la época, a principios de los 50, en que desgarraba la belleza femenina en sus Women; es más, Leal sabe perfectamente que esta obra, Untitled, no es un cuerpo sino una abstracción pura y dura. 

He dejado para el final el comentario de las obras de artistas españoles, que tienen en común un rasgo muy evidente: son algunos de nuestros creadores más “afrancesados”, por haber vivido o trabajado en aquel país. Por supuesto, Picasso y Miró (voluminosa escultura), que consideran casi suyos, pero también Saura, Tàpies, Arroyo, Zush y García Sevilla. La obra más conocida es la de Arroyo. En la planta superior hay una ciudad de Miquel Navarro que no pertenece al Pompidou y que se ha instalado con objetivo didáctico: es una “exposición-taller”. El museo parece tener vocación familiar pues  ha colocado además en las salas tres “dispositivos pedagógicos” para niños, Jugar con su propia imagen, Cara oculta y Fragmentos de identidad. Ni qué decir tiene: los visitantes más pueriles le dan ahí fuerte al selfie.

La verdad es que la sorpresa más grata ha sido para mí la propuesta que abre la sucesión de exposiciones temporales que el Pompidou se ha comprometido a traer a la sala de la planta superior del Cubo: Corps simples (así, en francés). El espacio no es grande y las muestras serán forzosamente de pequeño formato. Tras esta dedicada a la videodanza vendrá una de dibujos de Joan Miró, una mucho más interesante de fotógrafas de los años 20 y 30, y otra de arte y cine dadaístas. Nada, por ahora, relacionado con artistas andaluces o españoles. La videodanza es un género que el Pompidou ha promovido desde el año 1982, cuando instauró un programa que se presenta al público anualmente. En Málaga se proyectan solo ocho obras, la mayoría producidas en los últimos años, y, lo que es aún más interesante, se celebró una jornada de performances el domingo 29 de marzo con actuaciones de Julien Prévieux, Jérôme Bel y Xavier Le Roy.

Publicado en El Cultural.