El Cultural. 1 de noviembre de 2007
Galería Distrito 4, Madrid

Laurie Simmons, a escena

El musical es un género que se presta a la simplificación, los argumentos facilones, la ñoñería… ¿Por qué Laurie Simmons, a los 57 años, habrá decidido “dar vida”, a través de él, a algunas de las imágenes fotográficas más representativas de su trayectoria? Parece que la primera idea fue ajena: la impulsora fue Jeanne Greenberg Rohatyn, de la galería Salon 94, coproductora de la película y cuñada de Michael Rohatyn, el compositor de la banda sonora. A partir de ahí, Simmons quiso contar con grandes profesionales para su debut fílmico, y acudió al cámara Ed Lachman (Las vírgenes suicidas), a una valiente Meryl Streep y a una de las mejores compañías de danza de Nueva York, la Alvin Ailey II. Y lo que logró es un producto muy coherente que, precisamente por serlo, por seguir tan literalmente su obra anterior, pierde capacidad de sorpresa. En realidad no se trata de una película, sino de tres cortos relacionados. Los diálogos y las canciones son bastante tontos. El clima dramático, inexistente en el primer acto, protagonizado por antiguos “muñecos de guante”, es salvado en el segundo acto por la maravillosa Streep y en el tercero por una simpática y bien ejecutada coreografía de walking objects (objetos con piernas, que protagonizaron una serie fotográfica en 1989-91 y que parecen jugar algún papel en la historia del primer acto). El segundo acto se inspira en una célebre foto de 1994, titulada también The music of regret, en la que una marioneta que representa a Laurie Simmons es rodeada por muñecos masculinos, los “solteros” que la pretenden. En la película, las secuencias en las que la actriz (que remplaza a la marioneta) los examina en silencio, con una intranquilizadora melodía de fondo, están, junto al acto final, el número de danza, muy por encima del resto, quizá por la ausencia de palabras.

En un artículo publicado en Artforum (enero de 2006), Linda Yablonski dice que el precedente más directo para esta obra de Simmons es Superstar: The Karen Carpenter story (1987) un experimento fílmico de Todd Haynes en el que los protagonistas son barbies. Pero el lenguaje cinematográfico que Haynes maneja es mucho más rico y complejo. Sin pretender trivializar el trabajo de la artista, no se puede evitar, cuando vemos a Meryl Streep cantar con sus novios de sonrisa congelada, el recuerdo de aquellos episodios de Barrio Sésamo en que una estrella de carne y hueso visitaba a los teleñecos. Se pretende que los temas de la película son el amor, el arrepentimiento, la envidia, las esperanzas frustradas. Todo eso está ahí, pero el asunto principal es la revisión de la propia trayectoria, el auto-homenaje, que se hace evidente en la escena final, cuando la cámara con piernas (la fotógrafa) sale a escena y se despide con reverencias del público.

La muñeca es un motivo recurrente en el arte del siglo XX. Laurie Simmons no fue la primera en fotografiar muñecas suplantando a seres vivos: Herbert List, Hans Bellmer, Pierre Molinier o el más raro Morton Bartlett (sobre el que escribió un artículo) lo hicieron antes. Pero cuando en la segunda mitad de los 70 Simmons empieza a retratar y retratarse con marionetas, su trabajo se inscribe, de forma destacada, en la multiplicación de las capacidades creativas de la fotografía, en el nacimiento de la “fotografía construida” y en la ampliación de las posibilidades expresivas y críticas del medio. En la mencionada serie The boxes, última etapa de su prolongada exploración del mundo de la casa de muñecas, la artista incluye esa mirada histórica al utilizar como escenario tres pequeñas “cajas escénicas” del artista de Letonia (prácticamente desconocido) Ardis Winklers: un salón de baile, una librería y una galería de arte, en estilo constructivista. Un muñeco mirón reaparece en casi todas las imágenes de la serie, melancólicamente apartado de las glamourosas señoras que decoran los rígidos espacios. Sin que exista verdadera tensión trágica. Las luces juegan, como en toda la obra de Simmons, un papel expresionista, también atenuado.