Canto de las oquedades

Galería Soledad Lorenzo, Madrid
Publicado en El Cultural

Hacía cinco años que José María Sicilia (Madrid, 1954) no exponía en Madrid, tres desde la última vez que mostró su obra en España. Finalizado el prolongado trabajo con las ceras, ha atravesado con éxito una etapa de búsqueda y experimentación para volver con unas obras magníficas que se distancian de la manualidad de los pigmentos y de las transparencias, dejando que aflore una oscuridad que se presentía en él hace tiempo. Se presentan varias series, algunas de las cuales ya había dado a conocer el año pasado en la Galería Chantal Crousel de París y en el Amos Anderson Art Museum de Helsinki. Son obras que suponen un cambio importante en la trayectoria del artista, fundamentalmente por el recurso a medios mecánicos para producir o reproducir imágenes o formas. Mármol, bronce y pizarra son los materiales que expresan una nueva solidez.


A pesar de que las piezas son muy diferentes entre sí, tienen en común la utilización de el bajorrelieve, la creación de huecos. Y en todas esas oquedades se producen resonancias de uno u otro tipo. Hay algo de sepulcral, o de arqueológico, en toda la exposición. Tres cabezas de toro se sitúan en el eje de la sala de entrada. La realizada con silicona y espuma de poliuretano, con la palabra hijo escrita en rojo, es más declamatoria, pero las otras, un bronce realizado a partir de la piel dada la vuelta, con los cuernos por dentro, y una taxidermia del morro, seccionado, son en verdad impresionantes. A pesar de que la mitad superior de esta tercera cabeza ha servido de imagen al cartel de la temporada taurina en Sevilla, la referencia a la tauromaquia actual parece secundaria. En los últimos tiempos, Sicilia ha estado trabajando con pieles de animales. Hay en el almacén unos moldes de pieles de cordero, y en Chantal Crousel expuso unas litografías de pelajes. Lo táctil, que se asocia a la piel, adquiere relevancia en muchos de estos trabajos, cuyos relieves pueden leerse con los dedos.

Con los dedos parecen dibujadas, y semiborradas al pulirlas, las frases de los “espejos” de bronce que recorren uno de los laterales de la sala, que hacen pensar en los negros y lacónicos comentarios a los Caprichos o los Desastres de Goya y, por sus cualidades espectrales, en psicografías o mensajes desde el “más allá”. Tanto estos espejos, que proyectan en el suelo hermosos reflejos -a los que Sicilia ha prestado atención en obras anteriores- como las planchas de mármol blanco que les hacen frente, son puertas en sentido egipcio, estelas de paso, lápidas verticales. Talladas en hueco relieve, unas “islas” representan de forma esquemática y parcial el cielo estrellado en los doce meses del año.

La exploración del firmamento estrellado es, como la identificación de los pájaros por sus voces, una actividad que requiere arduo entrenamiento. Es necesario educar largamente la vista o el oído para localizar constelaciones o distinguir cantos pero quienes los estudian cuentan con la ayuda de las abstracciones gráficas que las representan: la cartografía celeste y el sonograma. Sicilia ha utilizado este sistema de notación, con base informática, para, de nuevo, “grabar” en piedra o en papel líneas de canto, que escapan de las coordenadas que habitualmente ayudan a interpretarlas y adoptan una distribución octogonal. El octógono, recuerda Sicilia, “es una representación del pájaro, símbolo del alma, del renacimiento”, lo que abunda en la ubicación de diversas piezas de esta muestra en el umbral entre la vida y la muerte.

Las pizarras en las que se inscriben las líneas de canto, con ese aspecto arqueológico mencionado, como de escritura cuneiforme, son de una enorme belleza; enfriada, cifrada. Sicilia ha conseguido superponer en la piedra cenicienta y mate tres diferentes lenguajes gráficos que, aunque son resultado de procedimientos mecánicos, permanecen muy cerca de lo natural. Todo el tratamiento se hace mediante chorro de arena, evolución del plotter de corte que permite grabar con precisión cualquier dibujo en la piedra. Se utiliza también para pulir las superficies, pero lo que el artista ha hecho es crear unos rehundimientos que atraviesan sucesivas lajas produciendo unos círculos irregulares concéntricos. También con chorro de arena ha dibujado unos trazos gestuales y, sobre todo ello se superponen los sonogramas, a diversas escalas y con diferentes estilos de notación. La contradicción entre la piedra silenciosa y la algarabía de trinos y reclamos en ella inscrita, entre la planitud y abstracción de la escritura o los trazados octogonales y la historia geológica que se desvela en la pizarra, no hacen más que añadir significaciones a estas obras emocionantes.

Pero aún queda, al menos, una clave por conocer. En la sala de la planta baja, se han colgado unos dibujos -más cabezas de animales y unas gallinas- y unas planchas de bronce con otra forma de hueco relieve tallado a máquina. Las vagas referencias goyescas de las cabezas de toro y las frases grabadas en bronce se concretan en la plancha más grande, en la cual se esconde la figura del bailarín que se descubrió al radiografiar el Saturno de la Quinta del Sordo. La vena melancólica y oscura se deja adivinar aquí también. Si hay baile, habrá música. Otra resonancia. Es curiosa esta cita porque el sonograma, igual que las palabras grabadas y borradas de los espejos de bronce, nos comunican los sonidos ensordeciéndolos. Vemos los sonidos. Es en la mente, si conocemos los lenguajes, donde los reconstruimos. En conjunto, las obras quieren acercarnos a una sinestesia en la que la vista, el oído y el tacto entrecruzan experiencias sensoriales. Sicilia recupera plenamente su potencia creativa y vuelve a profundizar en los materiales naturales -piedras, metales- consiguiendo que lo inorgánico y lo orgánico se interpenetren. Que lo que se mueve en el cielo -estrellas, pájaros- sea capturado y se detenga en la piedra.