Galería Helga de Alvear, Madrid
20.9 – 11.11.2000
(Publicado en Art Nexus)

A pesar de su considerable proyección internacional -destacan su presencia en la Documenta IX de Kassel y la Bienal de Venecia de 1997-, Jac Leirner (Sao Paulo, 1961) es apenas conocida en España, donde, al margen de alguna escultura traída a ARCO por la galería Camargo Vilaça, sólo se había visto obra suya en dos importantes colectivas: Transatlántico (Centro Atlántico de Arte Moderno, Las Palmas de Gran Canaria) y Zona F (Espacio de Arte Contemporáneo de Castellón). En esta primera exposición individual en Madrid, Helga de Alvear muestra un reducido grupo de obras de su última serie, denominada Adhesivos. Son piezas formalmente bastante distantes de las de series anteriores, en las que Leirner, no obstante, mantiene esa estrategia de coleccionismo compulsivo de objetos similares que utiliza después como material escultórico. En este caso, se trata de cientos de pegatinas de museos, centros de arte, ferias, aeropuertos o embalajes, que dispone en las caras interiores de parejas de parabrisas o ventanas de autobuses formando hileras generalmente en zigzag. En dos de las esculturas juega además con las hojas de donde ha separado el adhesivo quedando el hueco del troquelado, que funciona como “marco” de otros adhesivos de menor tamaño.
Leirner vuelve una vez más a conceptos y temas recurrentes en su trabajo: los viajes, el objeto-testimonio de experiencias personales, el arte hecho de realidad, la acumulación de materiales “circulantes”, la condensación y fijación en el espacio de un prolongado transcurso temporal (a lo largo del cual fue reuniendo, en muy distantes lugares, los componentes de la obra), la ordenación de esos elementos según esquemas simples, minimalistas… Sin embargo, como apuntaba antes, algo ha cambiado a nivel formal. En series como Os Cem, Pulmón o Corpus Delicti, las esculturas estaban configuradas fundamentalmente con las piezas recolectadas (billetes de banco, paquetes de cigarrillos y objetos robados en los aviones respectivamente), que sólo necesitaban elementos de unión. Aquí, salvo en una de las obras, en la que las pegatinas se disponen directamente sobre un murete que delimita la escalera por la que se accede a la sala, en todas las demás los soportes de cristal pesan demasiado visual y constitutivamente, por lo que los adhesivos pierden dimensión escultórica y parecen relegados a una función meramente decorativa.
Aunque la sucesión de adhesivos es de todas maneras evocadora, la disposición de los mismos parece poco trabajada, poco elaborada incluso conceptualmente. Algo que ya ocurrió en las piezas de la serie Nice to meet you o también en los conjuntos de bolsas de museos, Name. La mejor Jac Leirner no está aquí. Está en las obras de mayor presencia objetual, volumétrica, donde su talento plástico se hace patente. No basta la formulación de un proyecto y la posterior (o simultánea) acumulación de materiales. No basta el mensaje ideológico o sociológico. Leirner ha demostrado en otras ocasiones una creatividad escultórica muy desarrollada, una gran intuición para la materialización de ideas, para transformar, sin alterarlos, esos bocados de realidad portadores de significado en algo distinto, con una nueva entidad física, y que comunica con el espectador precisamente a través de esa presencia que altera nuestra visión del objeto individual. Es en este territorio escultórico donde la artista tiene más que decir y que descubrir. Los contenidos que maneja, por más que nos hagan gracia las referencias a las infraestructuras artísticas y reconociendo el interés de la confluencia espacio-temporal que desencadenan sus acumulaciones (y que, por otro lado, es inherente a cualquier colección), no van mucho más allá de las obviedades. Con la excepción de sus pequeños hurtos en los aviones, que implican una transgresión, las vivencias que quiere compartir con nosotros no son lo que se dice apasionantes: que viaja mucho, que expone cantidad, que se devaluó el cruzeiro, que dejó de fumar… Es cierto que si se le busca la crítica cultural o social subyacente, se encuentra, pero sólo si se se tiene interés en buscarla.
La sorpresa visual es un arma artística que Jac Leirner ha esgrimido con maestría y que seguramente volverá a empuñar. Esperemos que el éxito que hace tiempo le acompaña no acabe con su autoexigencia.