(Publicado en El Cultural,22 de febrero de 2007)
Galería Salvador Díaz, Madrid

Hacia el centro, en las lindes del cielo

Caminar es una forma de arte. Algunos grandes artistas del siglo XX, con Richard Long y Hamish Fulton a la cabeza, lo han corroborado. A menudo, la experiencia es reflejada en algún tipo de documento visual; otra veces incluye la intervención escultórica o performativa en algún punto del recorrido, o la recogida de materiales que se utilizarán después. Gabriel Díaz (Pamplona, 1968) está inmerso en un proyecto centrado en el caminar, en una determinada manera de caminar: el peregrinaje. En esta exposición muestra la primera parte, centrada en el culto budista e hinduista del monte Kailasa y el lago Manasarovar; la segunda, que está en proceso de montaje y se exhibirá pronto en el CGAC, consiste en el recorrido de los tres caminos de Santiago en territorio español; la tercera, aún planificándose, se dirigirá a la Cúpula de la Roca en Jerusalén.

Se peregrina caminando hacia un lugar sagrado que, una vez alcanzado, suele rodearse de manera ritual. En el Tibet, una tradición milenaria lleva a los fieles a la “preciosa joya de las nieves” (Ghang Rimpoche), el Kailasa, el trono de Shiva. Los 52 kilómetros del recorrido procuran suerte y felicidad, e incrementan los méritos del alma para una más elevada reencarnación. Junto a esta inmensa y bellísima montaña de casi 7.000 metros está el lago Manasarovar, a 4.500 metros sobre el nivel del mar y cuyos 89 kilómetros de circunferencia se recorren con la misma veneración. La montaña es un axis mundi, el centro de un mandala natural en el que se unen el cielo y la tierra. Al rodearla, se redibuja y se refuerza el círculo que delimita el recinto de lo sacro, el lugar de la hierofanía que debe ser evitado. Y al caminar circularmente es el cuerpo el que reza, el que repite con cada paso la “oración” que se despliega en el espacio. En el templo Jokhang de Lasa, centro espiritual del Tibet, que protagoniza los tres vídeos en la planta superior de la galería, los peregrinos también circunvalan el edificio, en otra forma de khora: su exterior, por las calles de la ciudad, y su patio interior, haciendo girar los molinillos de oración. El santuario, del siglo VII, alberga una de las estatuas de Buda más antiguas y valiosas, llevada la Himalaya por una princesa china.
La técnica de animación fotográfica que utiliza Gabriel Díaz en sus vídeos no sólo altera la percepción del paisaje natural y urbano, haciéndonos avanzar a saltos visuales, desestabilizando el terreno y convirtiendo el giro en algo imparable, eterno. Tiene también una coherencia con la acción evocada; al igual que algunos peregrinos avanzan postrándose en tierra, Díaz cumple el rito de realizar una fotografía cada diez pasos. Esta forma de documentar sistemáticamente el tránsito no es nueva: Vito Acconci, en 1969, recorrió en línea recta una calle de Nueva York con una cámara y con el mandato autoimpuesto de intentar no pestañear: cada vez que lo hacía tomaba una foto (que reconstituía la continuidad de la visión). Más recientemente, por ejemplo, Mariele Neudecker reflejó la travesía de Calais a Dover haciendo una fotografía cada ocho minutos; ahora mismo, en Madrid, Paco Mesa y Lola Marazuela muestran las fotografías resultantes de su aún inacabado periplo mundial siguiendo el paralelo 45º25’ N, que es señalizado cada 100 kilómetros con una placa metálica (fotografiada luego, en su entorno, según unos formatos prefijados). En las obras de esta exposición, la mayor frecuencia de tomas permite transformar las fotografías en fotogramas y sugerir el movimiento, que se hace más rápido que el caminar natural.
Todo gira, por tanto, hasta llegar a la imagen del Buda, fija: pues es el centro.
Por otra parte, este proyecto de Gabriel Díaz, que había trabajado antes en el ámbito de la escultura, no es en absoluto ajeno a su poética. Sus trabajos tridimensionales —de fundamentos siempre interesantes pero en ocasiones amanerados, deficitarios en fuerza expresiva o en presencia—, y otros vídeos previos, han tenido como eje la geología. Rocas, cuevas y túneles en el hielo son los motivos sobre los que ha proyectado una idea de “ser” en el medio físico, y de entrar o salir de su seno. Esos movimientos, al igual que la peregrinación circular, tienen un sentido iniciático, son vías de acceso al conocimiento. La naturaleza está viva, y sólo es posible vivir con ella. El aliento de Chomolungma, el más impactante, por su tamaño (es un cuadríptico), de los vídeos, muestra el majestuoso ir y venir de las nubes, que ocultan y desvelan el Everest, la “madre del universo”.