El Cultural. 26 de julio de 2007

Las bienales de arte contemporáneo son cada vez más claramente instrumentos de promoción municipal. La aglomeración Nantes / Saint-Nazaire lo ha comprendido bien y ha hecho en este sentido una decidida apuesta, inteligentemente limitada a tres ediciones (2007, 2009 y 2011) y estratégicamente escorada hacia lo lúdico y lo turístico. El degradado estuario del Loira se ha adornado con intervenciones artísticas, orquestadas por Jean Blaise, de una treintena de artistas franceses e internacionales. Lo más destacado: la extraordinaria instalación de Anish Kapoor en el Museo de Bellas Artes.

Jean Blaise, director de Le Lieu Unique de Nantes e inventor de “La noche en blanco”, ha diseñado el programa de intervenciones artísticas en el estuario del río Loira en el que participan cerca de treinta artistas de mayor o menor renombre. Se trata de una iniciativa conjunta, con un presupuesto de 7,5 millones de euros, de los ayuntamientos que constituyen la metrópolis, la región Pays-de-la-Loire y el consejo general de Loire-Atlantique, inseparable de un ambicioso plan de reactivación económica de la región. En este mismo año se ha puesto en marcha el proyecto Euronantes (reocupación de la Isla de Nantes por sedes empresariales de diseño arquitectónico a la última), se ha reabierto el castillo de los Duques de Bretaña, se va a celebrar en la ciudad la copa mundial de rugby y se ha orquestado, como adorno y reclamo, esta operación artística. Los 240.000 visitantes del primer mes de funcionamiento (se inauguró el 1 de junio) confirman que se obtendrá el éxito deseado, y seguramente las cifras se dispararán en julio y agosto, cuando la proximidad de las playas bretonas haga su efecto.

El recorrido puede hacerse cómodamente y en un par de horas en un barco recubierto de espejos y diseñado por el colectivo La Valise, pero para ver mejor las obras conviene desplazarse por las orillas en coche o bicicleta. Hay además un grupo de obras en la ciudad de Nantes y otro en Saint-Nazaire, por lo que conviene disponer de dos días para ir sin prisas. Se ha puesto a disposición de los visitantes una revista-programa muy clara que se puede utilizar como guía. Según ésta, habría que comenzar por las intervenciones en Nantes, que se reparten entre los espacios urbanos y algunos museos y centros. En el Museo de Bellas Artes encontramos la que es sin duda no sólo la mejor de todas las obras de la bienal sino una de las obras mayores de este año en el ámbito del arte contemporáneo. Me refiero a Svayambh, la impresionante instalación de Anish Kapoor, que logra trascender la materia y el lugar a través del color y el movimiento. Si hubiera que aplicarle alguna categoría estética tendríamos que recurrir a la vieja terribilità. Verdaderamente deja sin aliento seguir la lentísima marcha de una enorme mole de cera roja en forma de vagón a través del patio cubierto del museo, absolutamente blanco, hasta el vestíbulo de entrada, al que asoma como un sangriento deus ex machina. En su inexorable avance y retroceso atraviesa diversos arcos demasiado ajustados en los que se va depositando la densa materia que lo constituye, a igual que en el muro del fondo en el que choca suavemente tras cada una de sus apariciones. Es teatral, pero es poderosa.
Los otros espacios que se han sumado a la bienal en Nantes son, lógicamente, Le Lieu Unique (con instalaciones de Thomas McIntosh y Ange Leccia) y el Castillo de los Duques de Bretaña, con una muy divertida revisión de la historia nantesa de Pierrick Sorin. En la Isla de Nantes se han ocupado el almacén municipal y el nuevo centro Hangar à Bananes (una antigua nave de maduración de plátanos), en la que se muestra una parte de la colección del FRAC Pays de la Loire. En exteriores, proyectos de Daniel Buren, Tatzu Nishi y Morgane Tschiember. Una vez en el río, las intervenciones más atractivas son las de Jeppe Hein -un gran surtidor que se activa sólo cuando alguien se sienta en determinado banco de la orilla, jocosamente titulado ¿Me he perdido algo?-, Erwin Wurm -una lancha “blanda” que parece intentar saltar una esclusa-, Tadashi Kawamata -un observatorio de madera desde el que se contempla uno de los canales del estuario y los campos circundantes- y Jean-Luc Courcoult -una reproducción del viejo albergue de Lavau, que existe aún en su puerto fluvial, a medias sumergido en las aguas-. Sólo que el “a medias” fue convirtiéndose en “casi por completo” hasta que la casa naufragó definitivamente hace unos días. No es la única obra fallida: el enorme pato de goma de Florentijn Hofman ha sido retirado después de hacer agua varias veces. Algunas de las instalaciones son muy poco visibles (Honoré d’O, Julius Pop), otras muy facilonas (Alain Séchas) y, en general, más festivas que otra cosa. Exagerando un poco, es como si a La Galerie des Machines, unos grandes ingenios falleros inspirados en las novelas de Julio Verne (que nació en Nantes), se le hubiera querido dar un barniz cultural.
Ya en Saint-Nazaire, donde la bienal se ha concentrado en la zona portuaria, destacan las obras de Los Carpinteros en el Escal’Atlantic (la recreación de un paquebote de los años 30) y en Le Grand Café, donde expone también Minerva Cuevas. En uno de los “alvéolos” de la alucinante base submarina, construida por los alemanes durante la II Guerra Mundial con 480.000 m2 de hormigón, el artista sonoro Edwin van der Heide ha diseñado una magnífica interrelación de láseres de colores y sonido: la guinda a las diversas obras destinadas a los amantes de lo tecnológico en este recorrido que, concluimos, se destina al gran público. Lo cual tiene su vertiente positiva, en cuanto acerca el arte a los ciudadanos. La negativa sería la deriva hacia lo festivalero que los propios artistas han debido asumir.
Como nota, los dos nombres españoles en la bienal: Martín Ruiz de Azúa (su “casa nido” figura entre las arquitecturas móviles de Frossay, en colaboración con el Atelier Van Lieshout) y Manuel de Solà-Morales, arquitecto autor de la remodelación de la ciudad portuaria en Saint-Nazaire.