Erwin Wurm. El idiota

Canal de Isabel II

Publicado en Arconoticias, marzo de 2006

Entre individuales y colectivas, Erwin Wurm (Bruck/Mur, 1954) sale a exposición mensual (o más). Se podría pensar que el éxito obtenido por su trabajo se debe a la riqueza de lecturas que ofrecen sus sólo aparentemente tontas ocurrencias: combina humor (que implica eficacia comunicativa), reflexión sobre el estatus de la escultura y postura crítica en relación a asuntos sociales y políticos. Esta exposición se ha planteado no como retrospectiva (tipología frecuente en el Canal de Isabel II), sino como muestrario de un importante capítulo de su arte que se centra en las paradojas del consumo.


El consumo es la base de los sistemas económicos y políticos del mundo occidental (empieza a serlo del oriental), y su ejercicio desaforado provoca en el individuo y en el grupo conductas y deformaciones antes desconocidas. La obesidad es ya una pandemia en los países desarrollados y si nuestros hábitos no cambian -ya se encargarán las multinacionales de la comida basura de que todo siga igual- llegaremos a ver el predominio de una población monstruosa. Wurm se enfrenta, armado de ironía, a la tiranía del marketing y al modelo vital que identifica la felicidad con la posesión de una serie de bienes. Sus estrategias son ya bien conocidas. El formato más célebre del trabajo del artista son las fotografías de breves performances estáticas en las que el modelo se transforma, a través de la interacción con objetos cotidianos, en escultura efímera. Son las Esculturas de un minuto, representadas en la exposición en la serie Filosofía-Digestión. Por otro lado, suele incluir en sus exposiciones conjuntos de atrezzo para que el visitante pueda recrear, siguiendo instrucciones escritas y dibujadas, el instante escultórico; así, la Mesa de conspiración americano/española o Mantén la cabeza fría (un refrigerador en el que se deben introducir la cabeza y una mano). Curiosamente, la cabeza es a menudo, en estos dispositivos para la escultura viviente y en las Esculturas de un minuto, ocultada, sometida a agachamientos, obligada a mantener en equilibrio objetos absurdos… Como avestruces, los personajes de Wurm, se esconden, se niegan a ver, se comportan como idiotas. Demuestran, con toda naturalidad, su inconsciencia ante la ridiculez de sus (nuestras) existencias.

En la planta baja del depósito del Canal se exhiben dos obras paradigmáticas de la producción del artista en los últimos años: la Casa gorda y el Coche gordo. En sendos vídeos, ambos se han humanizado y nos hablan, atribulados, sobre sus dudas existenciales. Unifamiliar y vehículo serían los habitáculos de una clase media condenada a la periferia y al engorde. Los cuarteles generales de la pulsión consumista, que se expresa, en el coherente esquema establecido por el comisario de la muestra, Edelbert Köb (director del MUMOK de Viena), a través de la acumulación de comida y prendas de vestir innecesarias. Es espeluznante la entrevista que Wurm hace a la señora Wohlmuther, que convierte su casa en un almacén de víveres fuera de toda medida, y perversas las fotografías y dibujos de personas vestidas como una cebolla, con capas y capas de ropa, o de esos modelos que se meten de dos en dos donde sólo cabría un glotón. Los abultamientos de la fingida obesidad se vinculan por otra parte, con agria lucidez, a la obsesión por el terrorismo que atenaza a las sociedades desarrolladas en la serie Llevar una bomba. Ya lo hemos visto: la bonanza económica depende (nos dicen) de que las injusticias del mercado mundial no sean cuestionadas, y la amenaza a los intereses económicos de los países más poderosos desencadenará acciones militares orientadas a proteger a los (obesos) ciudadanos del terror. Lejos del artista, con todo, el deseo de aleccionar al espectador. Él mismo se ha prestado cínicamente a ser herramienta de marketing realizando campañas (eso sí, algo malévolas) de moda, y se ha puesto el primero en el calendario de los idiotas.