El aniversario “a la americana” del Guggenheim Bilbao

El Guggenheim Bilbao celebra su décimo aniversario con el objetivo principal de alcanzar los diez millones de visitantes. El cumpleaños ha dado pie, sobre todo, a parabienes políticos y mediáticos pero también a balances más críticos, como los que se hacen en el libro de Iñaki Esteban El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento o en la recopilación de ensayos editada por Anna Mª Guasch y Joseba Zulaika, Aprendiendo del Guggenheim Bilbao. En el terreno expositivo, la apuesta es muy reveladora: comparten estos días las salas del museo un amplio recorrido por el arte estadounidense y un pequeño muestreo del joven arte vasco (con título francés: Chacun a son gout). El eje político y comercial Nueva York – Bilbao queda así reforzado en un momento clave de la historia de esta exitosa franquicia museística.

Thomas Cole, “Daniel Boone at His Cabin at Great Osage Lake”, c. 1826.

Art in the USA. 300 años de innovación, que podrá verse hasta el 27 de abril, nos llega como conclusión una gira promocional-diplomática por China y Rusia (naciones a las que el museo ha dedicado grandes exposiciones y que son objetivo prioritario en las relaciones económicas estadounidenses). Hay en ella una buena proporción de obras pertenecientes a la constelación Guggenheim y a la Terra Foundation, que la coorganiza, pero también abundantes préstamos de otras colecciones que nos permiten, por vez primera en España, hacer una revisión del arte de ese país desde sus inicios hasta la actualidad. Digo “una” revisión porque, naturalmente, podrían adoptarse perspectivas muy diferentes, y menos convencionales. Ésta es una historia artística que excluye el rico arte de los pueblos indios norteamericanos, las huellas de las colonias españolas, prácticamente cualquier forma de arte que no sea la pintura (es chocante la total ausencia de la fotografía), casi cualquier debate ideológico, las derivaciones más experimentales…

La relativamente breve historia del arte estadounidense no es bien conocida en el exterior. Una de las razones es que, aunque que los coleccionistas americanos atesoraron desde los tiempos coloniales grandes obras de los maestros europeos, el tráfico transoceánico de arte tuvo una sola dirección. El desinterés estaba en parte justificado, pues, como nos confirma esta exposición, las dimensiones geográficas y económicas de la nación no se correspondieron durante largas décadas con sus dimensiones artísticas. Los primeros capítulos de la muestra nos enseñan una pintura ingenua, que seguía (a menudo torpemente) las corrientes europeas pero que tenía siempre una fuerte carga significativa y que fue adquiriendo un carácter propio. Los colonos y sus primeros descendientes tradujeron a imágenes un programa vital y cultural que iba de la fe religiosa al espíritu de frontera, del orgullo cívico a la celebración de los modernos y prósperos modos de vida. Antes del triunfo de Nueva York como meca del arte contemporáneo, la pintura estadounidense tuvo dos momentos de gran relevancia: el del paisaje romántico de Cole, Church y Bierstadt, que celebraba la naturaleza salvaje del país, y el de los años que van de 1914 a 1939, cuando la modernidad hizo entrada en los estudios neoyorquinos de la mano de los dadaístas y surrealistas europeos emigrados. Marsden Hartley, Charles Demuth, Georgia O’Keeffe, Charles Sheeler, Arthur Dove y el más conocido (aunque más convencional) Edward Hopper son paradigmáticos de esta etapa de ruptura y originalidad. El éxito internacional estadounidense llegaría no obstante con el Expresionismo Abstracto, y sólo a partir de entonces sus artistas llenan las páginas de las historias del arte del siglo XX. La exposición pone el mayor énfasis en este tramo final, en el que la colección de la galaxia Guggenheim es más fuerte, con lo que añade valor a sus propias inversiones. Curiosamente, los artistas que reciben atención especial, con salas propias o conjuntos mayores de obras —Rauschenberg, Twombly, Ruscha, Prince, Koons. Barney (el único videoartista, con Bill Viola)— son las estrellas del mercado del arte especulativo.

El espectador más avisado encontrará más estimulante el descubrimiento de “raros” como George Catlin (retratista de indios), el estupendo paisajista George Innes o los realistas críticos Thomas Hart Benton y Joe Jones. Y todos disfrutarán de una intensa experiencia sensorial con las esculturas de Richard Serra en el fish, que aunque forman parte de la instalación permanente se han incluido de forma oportunista en el recorrido expositivo y que, ya por sí solas, merecen la visita al museo.

Diseñart. Diciembre de 2007