Círculo de Bellas Artes, Madrid
noviembre 2017 – enero 2018

Cuando supe que el Círculo de Bellas Artes estaba organizando una exposición, comisariada por Alberto Ruiz de Samaniego y José Manuel Mouriño, sobre “Los archivos del planeta” de Albert Kahn empecé a contar los días que quedaban para su inauguración. Había explorado ya este impresionante conjunto de imágenes en la web que recoge el arduo trabajo de digitalización realizado por el Museo departamental Albert Kahn en Boulogne-Billancourt, cerca de París, pero ¡contemplar en directo los viejos autocromos! Decepción absoluta. Lo que se exhibe son pésimas reproducciones digitales en las que hasta se ven las líneas de la impresora. Eso sí, montadas teatralmente en cajas de luz para evocar la transparencia de los originales de cristal. Además, la selección de 418 imágenes (y un buen número de filmaciones, con mejor ritmo) no parece obedecer a una investigación rigurosa de los fondos con el fin de proponer una lectura esclarecedora u original de los mismos, pues se organiza en unos capítulos temáticos demasiado genéricos y, aunque por momentos perciben intentos de ordenación, predomina el baile de motivos y fechas.

A pesar de ello, celebro la presentación en España de este fascinante, incomparable proyecto. Es, materialmente, un tesoro: la mayor colección en el mundo de autocromos (temprana tecnología de fotografía en color, comercializada por los hermanos Lumière), con 72.000 placas, y un abundantísimo surtido de primitivo cine documental. Y como registro cultural y geográfico, una empresa de enorme significación histórica. Kahn, banquero alsaciano que no era ningún santo, pues construyó su gran fortuna sobre la base de las finanzas especulativas en pleno colonialismo, y en especial con las minas de diamantes y oro en Sudáfrica, sufrió en sus propias carnes el azote de los nacionalismos y la xenofobia (era judío), y quiso argumentar científicamente, a través de la naciente disciplina de la Geografía Humana, que la amenazada diversidad cultural debía ser preservada y que la paz podía construirse sobre el conocimiento y el respeto. Se convirtió en un discreto influencer con ambiciones de corregir las nociones geopolíticas de los dirigentes políticos y de la intelligentsia y creó los instrumentos apropiados para ello: comités oficiales, una cátedra universitaria, becas de viaje, boletines de información… Pero su herramienta más poderosa fue la visual: el archivo (casi) universal, fotográfico y fílmico, sobre el hombre y la tierra, cuya producción financió entre 1909 y 1931. Muy pocos lo conocieron, y siempre parcialmente, en su tiempo; lo mostraba él en sesiones privadas para las élites en su casa (hoy museo-jardín, en obras) y lo usaba Jean Brunhes, director del proyecto, en sus cursos y conferencias en el Collège de France, en la Sorbona o en el extranjero.

Se trataba de documentar la ecúmene en toda su riqueza, con máxima atención a la etnología, la organización social y la relación con el medio, pero también a la vida religiosa, la arquitectura, las personalidades destacadas y ciertos acontecimientos históricos. El resultado es muy heterogéneo, internamente desproporcionado, descomunal pero incompleto. Y un estrepitoso fracaso: pocos meses después de la muerte de Kahn, los nazis entraban en París. Mas nos quedan las imágenes fantasmales, tenuemente coloreadas, hermosas y ásperas, de un mundo desaparecido. Un legado visual que, en tiempos de despegue del turismo, señala el viaje como fuente de sabiduría, que se pretende no ficcional y no periodístico pero que no acaba de deslindarse del todo de esas esferas, y que es una de las últimas grandes profesiones de fe en la verdad y en el poder de la imagen.

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