Cai Guo-Qiang, modelo de negocio
El espíritu de la pintura. Cai Guo-Qiang en el Prado
Museo del Prado, 2017-2018

La exitosa carrera de Cai Guo-Qiang (Quanzhou, 1957) es relativamente anómala dentro del sistema del arte internacional. Muy rara vez ha expuesto en galerías comerciales -la última, Art Front Gallery de Tokyo, en 2015- y él mismo, a través de Cai Studio, su empresa de producción y venta en Nueva York, gestiona todo lo relacionado con su actividad. Aunque cumplió el capítulo del guión en el que el artista ignoto se revela al mundo en la Bienal de Venecia, ganando el León de Oro en 1995 -año, recuerden, en que Harald Szeemann la inundó de artistas chinos-, y en la segunda mitad de esa década hizo, ya triunfante, el grand tourbienalístico, después fue perfeccionando el modelo de negocio propio y dejó de necesitar por completo a comisarios o galeristas. Se ha especializado en eventos conmemorativos, y trata directamente con administraciones, organismos o instituciones, que le encargan proyectos públicos de elevado presupuesto, a menudo fuegos artificiales, o exposiciones con algún grado de performatividad. Cuando se inauguró en el Prado su muestra, prolegómeno de las celebraciones del 200 aniversario del museo, exponía a la vez en el Museo Pushkin de Moscú para recordar la Revolución Rusa en su centenario. A cualquier proyecto le encuentra un hilo, por endeble que sea, que haga pertinente su participación. Cai, que salió de su país hace más de treinta años, cultiva la imagen de artista chino ­-no me creo que no hable inglés-, la cual conviene mucho a su “marca”, basada en el uso de la pólvora y en la espiritualidad oriental. En Madrid, el hilo justificativo que hilvana cliente con marca es poco elaborado pero suficiente para la requerida amplificación mediática: su admiración por El Greco(espiritualidad) y el pasado reciente del Salón de Reinos como Museo del Ejército (pólvora).

Aunque en China le apodaron en su día “banana man” (amarillo por fuera y blanco por dentro) hoy no parece tener ningún problema con el régimen totalitario, sobre todo tras ejercer como Director de Efectos Visuales y Especiales en las Olimpiadas de Pekín. En los últimos años, sin abandonar los explosion events y las instalaciones mastodónticas, ha potenciado otros aspectos de su marca: de un lado, la pintura performativa, y de otro, el vehículo de la fotografía y el vídeo en los medios de comunicación y en las redes sociales como plataformas de promoción. Cai Guo-Qiang se quiere hoy pintor, recuperando su vocación inicial, pero fue y es un pintor atroz. Hay que conceder que la técnica que utiliza es original, aunque no debe olvidarse que, mucho antes que él, Wolfgang Paalen pintó con humo, Ed Ruscha dibujó con pólvora e Yves Klein, Otto Piene o Dokoupil jugaron con fuego (y que, en el ámbito pirotécnico, Dennis Oppenheimorquestó explosiones bastante más enjundiosas). Pero la técnica es solo el medio y los fines son, digamos, desiguales: aceptables cuando usaba solo pólvora negra para trazar abstracciones ígneas; detestables ahora que usa pólvora de colores y plantillas para incluir figuras. Éstas flotan en el espacio pictórico, sin sentido compositivo o argumental, y son innecesaria en la orquestación de fogonazos y chisporroteos.

En el Prado, la primera sala dedicada a El Greco tiene un pasar, pero la progresión -que supuestamente sigue la regla china de composición literaria y musical Qi cheng zhuan he, con explicaciones en sala muy poco convincentes- nos conduce del estupor a la hilaridad, y el uso de las obras maestras del Prado llega a ser sonrojante. La vista de Toledo desde la lejanía reaparece donde menos uno se lo espera y los angelotes sobrevuelan diversas escenas, como queriendo otorgarles un aire barroco y sagrado. A pesar de que se afirma que ha dedicado largo tiempo a estudiar la colección y a empaparse del “espíritu” de los grandes pintores del Prado, da la impresión de que no ha profundizado gran cosa y de que no ha encontrado tanto motivo de inspiración. Ha tenido que echar mano de ideas anteriores, como el gran círculo de animales que dispuso en la Queensland Art Gallery de Brisbane, sacarnos de paseo al monte para buscar hongos afrodisíacos y para presentarnos a sus ricos amigos cazadores, o, el colmo, rendir homenaje a sus propios antepasados, que también son espíritus, moradores de “nubes distantes”. El lienzo más grande, que realizó en el Salón de Reinos ante selectos invitados, es un fracaso monumental como pintura: sin concepto, sin coherencia interna, sin escala, sin acorde cromático, sin mirada unificadora.

Pero las pinturas no son el producto principal de Cai Studio; son un complemento de lo que de verdad interesa proveer: la “acción” pictórica, el “acto” inaugural y la difusión mediática. La infraestructura de la empresa requiere financiación a gran escala y acciones y actos propician la captación de patrocinadores que, a su vez, se benefician de la gran visibilidad de los mismos. Tanto los fuegos artificiales como las performances pictóricas son muy fotogénicos, muy “espectaculares”, y tienen un recorrido veloz y anchuroso en redes y medios. Cai ha apostado fuerte últimamente por los documentales hagiográficos de calidad, que apuntalan su prestigio y le allanan el camino institucional y corporativo: hace nada se presentó Sky Ladder, dirigido por Kevin Macdonald y producido por Wendi Deng Murdoch, ex del magnate de la prensa, y ahora el Prado ha encargado a Isabel Coixet otro, que se proyecta junto a la tienda de merchandising. ¿Coste total? Cerca de 1’5 millones de euros, en parte costeados por Silas Chou y por Acciona -lean el convenio, publicado (¡muy bien!) en el BOE-. Para esto. Pero es que Cai tiene, lo dice él, “amigos españoles”. Y valedores de antes, cuando expuso en el IVAM, en 2005, y en el Guggenheim Bilbao, en 2009. Esas muestras bastaban y sobraban para conocer su trayectoria: ésta era del todo improcedente.

Publicado en El Cultural.